El Amor En Los Tiempos De Pleistoseno
Enviado por 8amapola8 • 18 de Mayo de 2015 • 2.460 Palabras (10 Páginas) • 283 Visitas
El amor en los tiempos del Pleistoceno
Comparando el genoma del neandertal con los genomas completos de cinco seres humanos actuales de distintas regiones, se ha descubierto que los europeos y los asiáticos tienen genes que provienen de esa especie, pero los africanos no. Esto sugiere que los Homo sapiens sí se aparearon con los neandertales en la época en que ambas especies coincidieron en el Medio Oriente.
Los neandertales no son antepasados nuestros, como alguna vez se pensó, sino primos: nuestra especie y el hombre de Neandertal descienden de un antepasado común que vivió en África hace unos 600 000 años, según estudios recientes. Los neandertales colonizaron el Medio Oriente, Europa y Asia occidental, mientras que los humanos permanecieron en África hasta hace unos 100 000 años. Diversos objetos encontrados en cuevas del Medio Oriente muestran que las dos especies coexistieron hasta la extinción de los neandertales, que ocurrió hace unos 30 000 años.
Los paleontólogos se han preguntado desde hace varios años si, por ser especies tan cercanas (algunos consideran al Homo neanderthalensis como subespecie del Homo sapiens), los neandertales y los humanos modernos se aparearon entre sí. En otras palabras, si será posible que los humanos de hoy tengamos algo de neandertal.
La apariencia física de ciertos fósiles sugería que sí: se han encontrado restos de humanos anatómicamente modernos, pero con algunas características típicas de los neandertales. Un ejemplo reciente es el niño de Lagar Velho, Portugal, encontrado en 1998 y estudiado por Erik Trinkaus, de la Universidad de Washington, y Cidália Duarte, del Instituto Portugués de Arqueología. Se trata del esqueleto de un niño de cuatro años que fue enterrado con objetos ceremoniales hace 25 000 años. Los paleoantropólogos discuten si el niño de Lagar Velho es evidencia de que las especies se mezclaron, o sólo de adaptaciones locales de la población de humanos modernos al frío de la época. Claramente, asnalizar restos óseos no bastaba para saberlo; hacía falta poder comparar las especies a nivel genético.
En un artículo publicado en la revista Science el 7 de mayo de 2010, un numeroso equipo internacional de investigadores que trabajan en el Proyecto del Genoma Neandertal, dirigido por Svante Pääbo, del Instituto Max Planck de Antropología Evolucionista, en Alemania, informa cómo logró reconstruir el 60% del genoma del neandertal a partir de hebras de ADN extraídas de tres fragmentos de hueso de mujeres neandertales que vivieron hace alrededor de 40 000 años en lo que hoy es Croacia. Comparando esta información con genomas modernos, los investigadores dirigidos por Pääbo al parecer han zanjado el debate: los humanos modernos sí se aparearon con los neandertales.
Juntos y revueltos
Descubrir señales de apareamiento entre las dos especies en el genoma humano sorprendió mucho al equipo de Svante Pääbo, pues en un estudio del genoma mitocondrial de los neandertales que el equipo publicó en 1997 no había ningún rastro del suceso. Las mitocondrias, organelos que producen energía para las células, contienen su propio ADN, que se hereda exclusivamente de la madre. Por medio de estudios de ADN mitocondrial humano se ha llegado a establecer que todas las personas de hoy somos descendientes de antepasados que vivieron en África. Pero el ADN mitocondrial de los humanos modernos no contiene contribuciones del de los neandertales. La portada de la revista en la que se publicó el estudio de 1997 llevaba este titular: “Los neandertales no fueron nuestros antepasados”. Pero para asegurarse, había que buscar en el depósito principal de ADN: el núcleo de las células.
Al principio muchos investigadores pensaban que los neandertales y los humanos quizá sí se habían apareado, pero sólo ocasionalmente, por lo que no habían dejado descendencia mixta perdurable. Luego se dieron cuenta de que el ADN de los neandertales tenía más genes en común con los europeos de hoy que con los africanos. Aunque al comienzo pensaron que este sesgo era sólo una desviación estadística, la tendencia se confirmó con distintos métodos y en diferentes laboratorios. Eso hizo pensar a los científicos que sí hubo apareamiento entre ambas especies homínidas. Para probar rigurosamente esta hipótesis primero recolectaron ADN de neandertal de los huesos de tres hembras que vivieron en la cueva de Vindija, en Croacia, hace entre 38 000 y 44 000 años. Luego lo compararon con cantidades mucho más pequeñas de ADN proveniente de neandertales que vivieron en España, Alemania (el primer espécimen de neandertal, encontrado en 1856) y Rusia.
El neandertal, otra víctima del prejuicio
En 1856, en una cueva situada en el valle por el que discurre el río Neander, cerca de Düsseldorf, Alemania, los trabajadores de una cantera estaban extrayendo piedra caliza del piso cuando encontraron unos huesos antiguos. El hallazgo no los impresionó demasiado, pero bastó para que el dueño de la cantera le llevara lo que quedó de los huesos a un científico de la localidad, llamado Johann Carl Fuhlrott, quien afirmó que eran huesos humanos.
En esa época muchos científicos europeos vivían convencidos, como la mayoría de su sociedad, de que la humanidad era el pináculo de una creación divina ocurrida hacía no más de 6 000 años. Fuhlrott examinó los huesos del individuo del valle del Neander y se convenció de que debía ser un ejemplar “de las más antiguas razas del hombre”, quizá muy cercano a la creación. La idea de un ser humano, pero distinto a nosotros —un antepasado o un pariente cercano— simplemente no cabía en la mentalidad de la época. El hallazgo se explicó de diversas maneras, todas encaminadas a mostrar que aquel individuo no podía ser un humano normal, y de ninguna manera un antepasado de la humanidad. Si no era un “antiguo holandés”, o un soldado deforme herido que se había refugiado en la cueva, quizá era una persona que padeció raquitismo seguido de artritis, lo que explicaría por qué tenía las piernas arqueadas.
A lo largo de los años siguientes fueron apareciendo más restos de individuos parecidos: de piernas cortas, cajas torácicas abombadas, arco superciliar prominente, frente huidiza. Todas las interpretaciones posteriores, hasta la Segunda Guerra Mundial, pintaban al hombre de Neandertal como una raza deforme y enferma. Los científicos “reconstruyeron” el esqueleto de estas criaturas con estos prejuicios en mente, lo que dio como resultado la imagen del neandertal como un ser embrutecido, salvaje y de escasa habilidad manual, en el que la fuerza bruta predominaba sobre las facultades de la mente. En su prisa por disociar a la humanidad de este ser primitivo, los anatomistas ni siquiera se dieron cuenta de que el volumen craneal del neandertal
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