El Arbol De Brujas
Enviado por scarlet.g • 3 de Marzo de 2014 • 26.443 Palabras (106 Páginas) • 388 Visitas
R a y B r a d b u r y E l á r b o l d e l a s b r u j a s
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Ray Bradbury
El Árbol
de las Brujas
Minotauro
R a y B r a d b u r y E l á r b o l d e l a s b r u j a s
3
Título del original en inglés:
THE HALLOWEEN TREE
Traducción de
Matilde Horne
©1972, Ray Bradbury
PRIMERA EDICIÓN
Septiembre de 1978
QUINTA EDICIÓN
Julio de 1988
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que previene
la ley 11.723- © 1978 Ediciones
Minotauro S.R.L., Humberto I° 545,
BuenosAires.
ISBN 950-547-029-0
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La Fiesta de las Brujas.
Disimulo. Gatos caminando de puntillas. Sigilo y cautela. Pero ¿por
qué? ¿Para qué? ¡Cómo! ¿Quién? ¡Cuándo! ¿Dónde empezó todo?
–No lo sabéis ¿no? –pregunta Carapacho Clavícula Mortajosario
emergiendo de una pila de hojas bajo el Árbol de las Brujas–. ¡En verdad
no lo sabéis!
–Bueno –le responde Tom el Esqueleto– mm...no.
Fue...
¿En Egipto cuatro mil años atrás, en el aniversario de la gran muerte del
sol? ¿O un millón de años antes, junto a las hogueras nocturnas de los
hombres de las cavernas?
¿O en la Bretaña Druida al son del Sssss-bummm de la guadaña de
Samhain? ¿O entre las brujas, en toda Europa...
multitudes de arpías, hechiceras, magos, demonios, diablos?
¿O sobre los techos de París, cuando criaturas extrañas se convertían en
piedra y alumbraban las gárgolas de Notre Dame? ¿O en México, en los
cementerios desbordantes de velas encendidas y de muñequitos de
caramelo en el Día de los Muertos? ¿O dónde?
Mil sonrisas calabaceras se asoman desde el Árbol de las Brujas y dos
veces mil miradas torvas y mordaces guiñan y parpadean con miradas
frescas recién cortadas mientras Mortajosario guía a los ocho muchachos –
no, nueve, pero ¿dónde está Pipkin?– que llaman a todas las puertas
diciendo prenda-o-premio en una travesía de arremolinada hojarasca, de
cometa voladora, de escalamuros, cabalgando en un palo de escoba para
descubrir el secreto de la Noche de las Brujas, la Víspera de Todos los
Santos.
Y lo consiguen.
–Bueno –pregunta Mortajosario al final del viaje–. Qué fue: ¿una
prenda o un premio? –Premio y prenda –concuerdan todos.
Y tú también estarás de acuerdo.
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5
Con amor para
MADAME MAN'HA GARREAU-DOMBASLE
a quien conocí veintisiete
años atrás a medianoche
en el cementerio de la Isla
de Janitzio en el
Lago Patzcuaro,
México, y recordada
en todos los aniversarios
del Día de los Muertos.
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6
1
Era un pueblo pequeño junto a un río pequeño y un lago pequeño en un rincón septentrional de
un estado del Medio Oeste. No había alrededor tanta espesura como para que no se viera el pueblo.
Pero por otro lado tampoco había tanto pueblo como para que no se viera y sintiera y palpara y
oliera la espesura. El pueblo estaba lleno de árboles. Y pasto seco y flores muertas ahora que había
llegado el otoño. Y muchas cercas para caminar por encima y aceras para patinar y una cañada
donde echarse a rodar y llamar a gritos a los del otro lado. Y el pueblo estaba lleno de... Chicos.
Y era la tarde de la Noche de las Brujas.
Y todas las casas cerradas contra un viento frío.
Y el pueblo lleno de fríos rayos de sol. Pero de pronto el día se fue.
De abajo de todos los árboles salió la noche y tendió las alas. Detrás de las puertas de todas las
casas hubo un correteo de patitas ratoniles, gritos ahogados parpadeos de luz.
Detrás de una puerta, Tom Skelton, de trece años, se detuvo y escuchó.
Afuera, el viento anidaba en los árboles, merodeaba por las aceras con pisadas invisibles de gatos
invisibles.
Tom Skelton se estremeció. Cualquiera podía saber que el viento de esa noche era un viento
especial, y que en las sombras había algo especial, pues era la Víspera del Día de Todos los Santos,
la Noche de las Brujas. Todo parecía ser de suave terciopelo negro, o terciopelo anaranjado o
dorado. El humo salía jadeando desde miles de chimeneas como penachos de cortejos fúnebres. De
las ventanas de las cocinas llegaban flotando dos aromas de calabazas: el de las calabazas huecas y
el de los pasteles en el horno.
Los gritos detrás de las puertas cerradas de las casas fueron más exasperados cuando sombras de
muchachos volaron junto a las ventanas. Chicos a medio vestir, las mejillas empastadas de pintura;
aquí un jorobado, allá un gigante de mediana estatura. Continuaba el saqueo de desvanes, el ataqué
a viejas cerraduras, el despanzurramiento de vetustos baúles en busca de disfraces.
Tom Skelton se puso sus huesos.
Sonrió burlón al mirarse la columna vertebral, las costillas, las rótulas cosidas en blanco sobre
lienzo negro. ¡Qué suerte! pensó. ¡Vaya nombre que te tocó! Tom Skelton. ¡Fantástico para el Día
de las Brujas! ¡Todos te llaman Esqueleto! Y entonces ¿qué te pones?
Huesos.
Buuum. Ocho puertas de calle cerradas de golpe.
Ocho muchachitos ejecutaron una serie de hermosos saltos por encima de tiestos, barandillas,
helechos muertos, arbustos, y aterrizaron sobre el césped seco y almidonado de los jardines.
Galopando, atropellándose, se apoderaban de una última sábana, ajustaban una última máscara,
tironeaban de extraños sombreros hongo o pelucas, gritando por cómo los llevaba el viento, cómo
los ayudaba a correr; felices en el viento, o soltando maldiciones infantiles cuando las máscaras se
les caían o se les torcían o se les metían en las narices con un olor a muselina, como el aliento
caliente de un perro; o sencillamente dejando que la pura alegría de vivir y de estar fuera de noche
les colmara los pulmones y les formase en las gargantas un grito y un grito y un... ¡griiitooo!
Ocho muchachos chocaron en una esquina.
–Aquí estoy yo: ¡Bruja!
–¡ Hombre-Mono!
–¡Esqueleto! –dijo Tom, muerto de risa dentro de sus huesos.
R a y B r a d b u r y E l á r
...