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El Barrio De Los Prodigios


Enviado por   •  3 de Mayo de 2013  •  479 Palabras (2 Páginas)  •  551 Visitas

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Edgar Freire Rubio (Quito, 1947), es librero de profesión desde hace muchos años, y a su profundo amor por los libros, que ha sabido difundirlos de modo fraterno y cordial, desde la librería Cima, la Española, y actualmente desde Sur Libros, ha unido una honda y conmovida ternura por su ciudad y, especialmente, por los sectores populares capitalinos.

El libro “El barrio de los prodigios. Memorias de un niño”, editado por Santillana, en 2009, es un ejemplo claro de esa devoción por Quito, en este caso concreto, por el barrio de San Roque, en que Freire nació y creció.

Escrito en una lengua simple, pero no exenta de lirismo, el relato de los primeros años del autor, en un ambiente pobre, pero lleno del encanto de los sueños, resulta atractivo, enternecedor. Es la obra que muchos quisiéramos haber escrito, porque trae el alma infantil en su leve temblor, en su inocencia, pero también en su amargura frente a las duras realidades, en su dolor ante la constatación de los dramas cotidianos.

El memorioso protagonista del relato va descubriendo paulatinamente el entorno. Sabe que hay ciertos ruidos o melodías que remiten a momentos especiales de la vida del barrio, “conventillo de casas, palomas y golondrinas”. Le deslumbra el paisaje quiteño que contempla desde lo alto, los detalles arquitectónicos sencillos, cotidianos. La percepción del perfume de los alimentos, de los humildes dulces de las tiendas: “melcochas, pan de leche, atados de uvillas”, todo le llena, le fascina. Y, como cualquier niño de generaciones anteriores, todavía no hipnotizado por los juegos electrónicos y la comida chatarra, halla en la golosina unos momentos de placer que se quedan, al modo proustiano, para siempre en su sensibilidad y su recuerdo: “panes en forma de trenzas, de cachos, de rosas de agua, de palanquetas, y hasta ese destinado a los niños más pobres y que era una delicia.”

La conciencia de los dramas cotidianos aflora también de modo sutilmente realista : la embriaguez ocasional del padre, y su tristeza; la recurrencia al prestamista, para que la familia pueda seguir subsistiendo; la muerte súbita y accidental de uno de los camaradas de juego. Pero el narrador no se empantana en ninguna circunstancia dolorosa, e inventaría las fiestas: San Pedro y San Pablo, la Nochebuena, el Año Viejo, el Carnaval, y lo que cada una aporta al gozo infantil; pinta con detalles los juegos populares: volar cometas, correr con viejas llantas, seguir a los barquitos de papel en las acequias de lluvia. Y, esencial en toda esta memoria es el descubrimiento de la lectura que habrá de ser una pasión que acompañe al protagonista a lo largo de su vida.

Es un libro que para muchos traerá imágenes del pasado; para algunos recreará escenas que requerirán quizás una explicación, pues cada vez estamos más insertos en la sociedad de consumo, globalizados, computarizados;

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