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El Burdel De Las Parafilias Y Gotas


Enviado por   •  11 de Febrero de 2015  •  2.056 Palabras (9 Páginas)  •  269 Visitas

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Historia de los días lluviosos

Las gotas de lluvia viajaban del cielo a su ventana, realizando una danza graciosa y oscureciendo el panorama. Cuando esto sucedía, ella solo quería sentarse ahí, viendo hacia afuera, para contemplar esa cadencia con la que venían a estrellarse contra su cristal.

Con aquella taza de espumoso chocolate entre las manos, las veía con atención, intentando contarlas, y darle nombre a cada una de ellas. Pero, las traviesas gotas sospechabas sus intenciones e intencionalmente cambiaban de lugar, se revolvían bailando alegremente para que ella no pudiese lograr su cometido.

Entonces aquella practica se extendía por horas, en las cuales ninguna cedía, la muchacha quería clasificarlas y ellas confundirla…hasta que ambas caían dormidas, ella recargada sobre su ventana, y las gotitas abrazadas, para que no las sorprendiera y las contara.

Mientras la joven se dejaba atrapar por sus sueños, alguien mas quedaba atrapado en su belleza, subía hasta la ventana, la veía…intentaba acercarse…se arrepentía…daba la espalda…se alejaba, pero no mucho, era más fuerte su deseo de contemplarla. Así que volvía y flotaba justo frente a sus ojos,

clavando en ella muy fuerte la mirada, intentando traspasar su piel, su cráneo y llegar directo a su cerebro, para formar parte de sus sueños.

Era tanta la fuerza de este espectro que lograba perturbar su descanso, ella despertaba agitada, incomoda, asustada…y veía aquella vaporosa figura propagarse en los alrededores, dejando muy bien marcada en la ventana la huella de su mano que intentaba alcanzarla, de esta manera le hacía saber que estaría cerca, observándola cada vez que cerrara los ojos, acechándola algunas veces desde los rincones oscuros, intentando siempre, ser parte de su vida.

Leonel había escuchado rumores acerca de un burdel clandestino en el centro de la ciudad, decían que en ese lugar se llevaban a cabo toda clase de perversiones, desde BDSM hasta canibalismo, zoofilia, coprofilia e incluso necrofilia; claro que el costo variaba de acuerdo a la perversión deseada.

Él siempre había sido un pedófilo en secreto, se paseaba constantemente fuera de las primarias observando con lascivia a las pequeñas niñas en sus uniformes escolares, imaginando sus cuerpos poco desarrollados debajo de estos. Deseaba tanto poseerlas como matarlas a golpes, pero por supuesto, aquello era ilegal. La Deep Web era un paraíso para él: miles de fotos de pequeñas niñas desnudas realizando actos sexuales y algunas incluso siendo maltratadas, todas clasificadas por edades; sus preferidas eran las de siete años porque consideraba que dejaban de parecer bebés para empezar a tener un poco de femineidad.

Así pasaba sus solitarias tardes, masturbándose con aquellas pequeñas sin nombre, deseando poder realizar su fantasía pero controlándose al saber que terminaría en prisión. Por ello, en cuanto escuchó sobre aquel burdel sus ojos se iluminaron. Ahorraría hasta el cansancio, no le importaba cuál fuera el precio: quería poseer una de esas lolitas.

Cuando por fin juntó una suma considerable de dinero, acudió a la dirección que le había sido indicada. Era un viejo edificio que lucía abandonado, en la entrada estaba una anciana pidiendo limosna con una niña de aproximadamente cuatro años, sucia y harapienta. “Espero que ésa no sea la clase de niñas que hay dentro”, pensó él. Le habían dicho que le preguntara a la señora por “Liss”, y así lo hizo.

—Le puedo decir dónde encontrarla, pero… ¿está seguro de querer verla?

Leonel respondió afirmativamente, y tras darle un par de billetes a la anciana, ésta le señaló una puerta en el interior del edificio. Él percibió un extraño aroma que le recordó su visita a alguna mina, pero lo ignoró y siguió caminando hasta la puerta. Detrás de ella había unas escaleras descendentes de las que provenían música y luces danzantes. Tal parecía que estaba en el lugar indicado.

Al final de las escaleras había una larga estancia en la que se estaba realizando una orgía. Eran al menos veinte personas teniendo sexo simultáneamente, todos poseían cuerpos hermosos y tentadores. Observó en particular a las mujeres de piel que parecía cincelada por Miguel Ángel, de largas cabelleras rubias, castañas, pelirrojas, delgadas y con curvas, pero todas de una excepcional belleza; sin embargo, dentro de toda la bacanal no había una sola niña, y esto lo decepcionó bastante.

—¿Quieres unirte? —le preguntó una mujer de largo cabello castaño y ropa formal pero provocativa. Leonel rechazó la propuesta y averiguó que aquella mujer era Liss. Le dijo lo que deseaba y ella le pidió que la siguiera hasta su oficina. Ahí rebuscó entre una larga biblioteca y extrajo una carpeta azul que le entregó.

—Éste es nuestro catálogo de niñas de entre seis y nueve años, están ordenadas por fecha de nacimiento. Avíseme cuando encuentre alguna de su agrado.

Leonel pasó aquellas hojas, tenían varias fotografías de cuerpo completo y debajo de ellas un nombre y algunos datos: “le gusta morder”, “buena para trabajos manuales”, “muda”, “sin dientes”… Ninguna le llamaba del todo la atención hasta que vio una fotografía que resaltaba entre las demás: una hermosa pelirroja de ojos color miel: “Haley R.: tímida, recién llegada, sin usar”. Rozó ligeramente la fotografía con el dedo índice. Supo que era la correcta y así se lo dijo a la mujer.

—Perfecto, ¿y será desechable?

—¿Disculpe?

—Me refiero a que si no podremos ocuparla después, ¿piensa cercenarla o comerla?

—Ah, claro, será desechable.

—En eso caso, ¿quiere algunas herramientas en la habitación?

—Sí, eso estaría bien.

—Perfecto, y ¿gusta de algún escenario en especial? ¿Un confesionario, un manicomio, un salón de clases?

—El salón de clases —dijo él inmediatamente.

—Entonces supongo que le gustaría que la niña llevara un uniforme escolar.

—Sería excelente.

—Es usted demasiado predecible, pero me parece bien, la habitación estará lista en una hora, mientras tanto puede unirse a la orgía en la estancia.

Leonel regresó a contemplar la maraña de cuerpos, eran diferentes participantes pero igual de bellos que los primeros. Se sentó en un sillón a observar aquella actividad, supuso que se le cobraría más si participaba, así que se contuvo, aunque en realidad aún no había preguntado cuál sería el precio. No que importara, tenía suficiente dinero como para pagar una

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