El Diablo Del Antro
Enviado por Juntse4 • 1 de Noviembre de 2012 • 372 Palabras (2 Páginas) • 581 Visitas
Aunque dicen que se aparece solamente en el Hospital Juárez de la Ciudad de México, la realidad es que cada hospital, incluso en clínicas modestas, tienen a su planchada. La leyenda por sí sola es muy interesante porque se sustenta de argumentos coherentes. En los hospitales hay muchas muertes, es posible entonces que en estos lugares se quede un alma penando.
Originalmente, la leyenda de la planchada inició en el Hospital San Juan de Dios, de la Ciudad de México. En dicho hospital, en el año de 1943, trabajó una enfermera llamada Eulalia, que siempre se caracterizó por estar bien presentable, con su uniforme bien planchado, (de ahí el apodo) siempre dispuesta a cuidar a los pacientes.
A este mismo lugar, llegó a hacer sus prácticas profesionales un doctor de nombre Joaquín, quien al poco tiempo de conocer a Eulalia la hizo su novia. Quisieron ocultar su romance de las monjas que administraban el hospital, porque no era bien visto.
Duraron un tiempo así y, como todo marchaba bien, Joaquín le propuso matrimonio a la inocente enfermera, ella aceptando. Sólo como condición, el joven doctor le pidió que lo esperara seis meses porque tenía que tomar un curso de medicina en Monterrey.
Pasó el tiempo y, cuando estaba por cumplirse el lapso, Eulalia, con la ilusión de que pronto se casaría, compró el vestido de novia. Al mismo tiempo, en el hospital hubo un baile y cuando le preguntaron a Eulalia si asistiría, ella dijo que no porque no estaba su novio Joaquín. Uno de los doctores le dijo que estaba equivocada, porque Joaquín se había marchado a Monterrey a casarse.
Tal noticia derrumbó a Eulalia, provocando que no fuera más a trabajar. Pero ante la carencia económica, regresó al hospital siendo otra. Trataba de mala gana a los pacientes, no les daba sus medicinas y se dice que muchos murieron por sus negligencias.
Una noche –cuenta la leyenda- se le apareció la muerte reprochándole sus actos, condenándola a una eternidad cuidando a los pacientes en estado grave. A partir de este encuentro, nadie volvió a ver a Eulalia; nadie de sus compañeras o doctores, porque los enfermos sí, preguntando quién era esa mujer de buenos modales, con el uniforme bien planchado que les había llevado sus medicinas.
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