El Gato Con Botas
Enviado por asdf777 • 25 de Marzo de 2015 • 1.304 Palabras (6 Páginas) • 313 Visitas
El gato con botas
Autor: Charles Perrault
Había una vez un molinero que tenía tres hijos. A su muerte les dejó, por toda herencia,
un molino,
un asno y un gato. El reparto se hizo enseguida, sin llamar al notario ni al procurador,
pues
probablemente se hubieran llevado todo el pobre patrimonio. Al hijo mayor le tocó el
molino; al
segundo, el asno, y al más pequeño sólo le correspondió el gato. Este último no se podía
consolar de haberle tocado tan poca cosa.
-Mis hermanos -se decía- podrán ganarse la vida honradamente juntándose los dos; en
cambio
yo, en cuanto me haya comido el gato y me haya hecho un manguito con su piel, me
moriré de
hambre.
El gato, que estaba oyendo estas palabras, haciéndose el distraído, le dijo con aire serio
y
sosegado:
-No te aflijas en absoluto, mi amo, no tienes más que darme un saco y hacerme un par
de botas
para ir por los zarzales, y ya verás que
tu herencia no es tan poca cosa como tú crees.
Aunque el amo del gato no hizo mucho caso al oírlo, lo había visto valerse de tantas
estratagemas para cazar ratas y ratones, como cuando se colgaba por sus patas traseras o
se
escondía en la harina haciéndose el muerto, que no perdió la esperanza de que lo
socorriera en
su miseria.
En cuanto el gato tuvo lo que había solicitado, se calzó rápidamente las botas, se echó el
saco al
hombro, cogió los cordones con sus patas delanteras y se dirigió hacia un coto de caza
en donde
había muchos conejos. Puso salvado y hierbas dentro del saco, se tendió en el suelo
como si
estuviese muerto, y esperó que algún conejillo, poco conocedor de las tretas de este
mundo,
viniera a meterse en el saco para comer lo que en él había echado.
Apenas se hubo recostado, cuando tuvo la primera satisfacción; un distraído conejillo
entró en el
saco. El gato tiró enseguida de los cordones para atraparlo, y lo mató sin compasión.
Muy orgulloso de su presa, se dirigió hacia el palacio del Rey y pidió que lo dejaran
entrar para
hablar con él. Le hicieron pasar a los aposentos de Su Majestad y, después de hacer una
gran
reverencia al Rey, le dijo:
-Majestad, aquí tenéis un conejo de campo que el señor marqués de Carabás -que es el
nombre
que se le ocurrió dar a su amo- me ha encargado ofreceros de su parte.
-Dile a tu amo -contestó el Rey- que se lo agradezco, y que me halaga en gran medida.
Otro día fue a esconderse en un trigal dejando también el saco abierto; en cuanto dos
perdices
entraron en él, tiró de los cordones y las cogió a las dos. Enseguida fue a ofrecérselas al
Rey, tal
como había hecho con el conejo de campo. Una vez más, el Rey se sintió halagado al
recibir las
dos perdices, y ordenó que le dieran una propina.
Durante dos o tres meses el gato continuó llevando al Rey, de cuando en cuando, las
piezas que
cazaba y le decía que lo enviaba su amo.
Un día se enteró que el Rey iba a salir de paseo por la ribera del río con su hija, la
princesa más
hermosa del mundo, y le dijo a su amo:
-Si sigues mi consejo podrás hacer fortuna; no tienes más que bañarte en el río en el
lugar que yo
te indique y luego déjame hacer a mí.
El marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejaba, sin saber con qué fines lo
hacía.
Mientras se bañaba, pasó por allí el Rey, y el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas:
-¡Socorro, socorro! ¡Que se ahoga el Marqués de Carabás!
Al oír los gritos, el Rey se asomó por la ventanilla y, reconociendo al gato que tantas
piezas de
caza le había llevado, ordenó a sus guardias que fueran enseguida en auxilio del
Marqués de
Carabás.
Mientras sacaban del río al pobre marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al Rey
que,
mientras se bañaba su amo, habían venido unos ladrones y se habían llevado sus ropas,
a pesar
de que él gritó con todas sus fuerzas pidiendo ayuda; el gato las había escondido bajo
una
enorme piedra. Al instante, el Rey ordenó a los encargados de su guardarropa que
fueran a
buscar uno de sus más hermosos trajes para el señor marqués de Carabás.
El Rey le ofreció mil muestras de amistad
...