El Gato Por Armando Almánzar
Enviado por 14hermes1416 • 18 de Julio de 2014 • Informe • 850 Palabras (4 Páginas) • 1.395 Visitas
El Gato
Por Armando Almánzar
Dos puntos fosforescentes acechaban desde la parte superior del techo; ante ellos, la superficie de éste se extendía a la débil luz de las estrellas, cubierta de hojas y papeles aplastados y podridos por lluvia; el animal descansaba muellemente, sin moverse; sus ojos no se apartaban del rincón opuesto del techo, aquel donde varios maderos viejos y carcomidos estaban apilados.
De pronto, los músculos del gato se pusieron en tensión, se convirtieron en firmes elásticos, prestos al salto; sus ojos se clavaron en un hueco entre dos maderos? la cabeza del ratón estaba allí, asomaba, moviéndose ligeramente de un lado a otro, como esperando a ver qué sucedía; la paciencia del gato iba dando sus frutos, al fin salía el escurridizo ratón, se decidía a abandonar su cueva en busca de alimento; allí estaba, ya salía?
- Y, dime, querida, cómo te fue en ese juego de canasta?
La voz resonó bastante fuerte; ella y un torrente de luz amarillenta brotaron de improviso desde la abierta ventana del segundo piso de la casa del lado; casi simultáneamente, el ratón retrocedió de un solo brinco los pocos pasos que había avanzado, introduciéndose de nuevo en su refugio.
Los músculos del gato se aflojaron mientras sus ojos miraban hacia la ventana y sus orejas se movían ligeramente.
- Oh, ya sabes como son esas reuniones, Ernesto; la canasta, unos cuantos cócteles y ? chismes, muchos chismes?
- Si, sobre todo los chismes, querida; no podían faltar en una reunión? de mujeres?
Un rectángulo de claridad se extendía sobre el techo; más allá, el gato estaba sentado de nuevo, cómodamente, los músculos relajados; sus ojos se entornaban al mirar por sobre el rectángulo hacia el rincón oscuro de los maderos.
- Estaba la esposa de Alberto, querida?
La voz llegó esta vez algo más distante, profunda.
- No, no estaba Isabel.
Un fuerte gorgoteo se escuchó al mismo tiempo que la voz, alejada y profunda; el gato volvió la vista hacia la ventana y pestaño varias veces.
- Fue en casa de Julián el juego?
- Eh? no, no fue en casa de Julián.
Una suave brisa soplaba desde el Norte; los ojos del gato brillaban en la oscuridad; ya se acostumbraría pronto a las voces y a la luz, ya saldría de nuevo de la seguridad de la cueva.
- Y entonces, dónde fue el juego, Maria?
La voz del hombre se escuchaba ahora más fuerte y clara, aunque en realidad había bajado un poco el tono.
- En casa de Amalia.
Una sombra se alargó casi hasta el techo de la casa vecina al recortarse la figura del hombre contra la ventana; el gato miró la sombra, luego la figura, y se movió sobre sus acolchadas patas traseras, con suavidad, impaciente.
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