El Ositoazul
Enviado por peach01 • 21 de Febrero de 2013 • 6.039 Palabras (25 Páginas) • 319 Visitas
Había una vez un oso, un osito con la piel de lana color azul celeste, que vivía con un niño rubio, muy blanco, de pupilas muy verdes y sonrisa clara, tan clara, que parecía un hilito de agua ahondando pocitos sobre sus mejillas. Una día, cuando los luceros del alba comenzaban a parpadear entre las sombras, el niño aquel cerró los ojos y se fue de viaje. No sabía el osito a dónde ni por qué; lo que sabía era que había quedado solo, inmensamente solo. Ya nadie lo alzaba de la pequeña mecedora en donde la señora le sentó cuando el niño partió. Nadie le daba apretujones, ni besos, ni abrazos, ni lo bajaba al patio a jugar con los chicos del vecindario, ni salía de paseo en el carrito de madera en el cual solía su amito dar unas vueltas por el parque. Permanecía el día entero allí sentado en el mismo sitio, inmóvil, hastiado, mirando siempre las mismas cosas, sin aire, sin sol, sin la risa ni el juego de los rapaces que fueron durante un tiempo sus compañeros de retozo. Una noche en que entró la luna a pintar de blanco todas las cosas de la alcoba, halló al osito despierto y cabizbajo con los ojos redondos cuajados de lágrimas de vidrio y el corazón colmado de una tristeza de aserrín. Se sorprendió el astro que siempre lo había visto dormido o tranquilo y mientras se ocupaba en platinarle el pelo le preguntó qué le ocurría. El osito le contó su cuita. Fue tanto lo que dijo y tanto habló de sus pesares, que la luna tuvo que guiñar los ojos para que el llanto no apagara la luz de su cara. ? Si fueras un niño, un día u otro te reunirías con él... ? Pero no soy un niño. Y era verdad; era sólo un osito de tela con lana rizada color azul celeste y el cuerpo relleno de virutas de aserrín. ? Si fueras un hada podrías convertirme... ?replicó el osito un poco molesto por no ser humano; y la luna llena, que tampoco quería parecer a menos, le contestó enseguida. ? Yo soy el Hada de la Luz Nocturna y aunque no puedo convertirte en ser de carne y hueso, sé de una manera como podrías llegar hasta donde está el niño... No, no puedo decírtela, ?agregó apresuradamente al notar que el osito estaba pronto a preguntarle?, si te la dijera, la gente y muchos hombres de la tierra, querrían imitarte... Más ese osito adujo que ningún hombre iba a saberlo. Él guardaría el secreto en lo más íntimo del alma y cuando ya se hubiera ido, nadie sabría ni a nadie le importaría por qué ni cómo había salido del dormitorio. Le repitió llorando sus desventuras y la luna, que era un tanto romántica y el infortunio de los otros le conmovía hondamente, terminó por decirle: ? Cuando yo me haya ido, crecerá la sombra por el firmamento; yo volveré entonces con mi hoz dorada para segar esas tinieblas y me iré convirtiendo en una barca de oro que bogará por el espacio toda la noche. Espera ese día y embárcate en mi esquife. Te llevaré alto, muy alto, cada vez más alto y después lejos, muy lejos, cada vez más lejos hasta que llegue la alborada. Entonces, por la primera rendijita de sol que abra una herida en el horizonte, cuélate al cielo y allí entre muchos otros, encontrarás al niño. El osito le hizo notar la dificultad de subir a bordo de la barca de oro porque estaría muy alta. ? Yo te alzaré con un rayito de luz y te subiré hasta ella. Y así convenido, el osito de felpa le dio las gracias muchas veces y terminado el plenilunio se fue también la luna. Todo se volvió negro como un gran cofre de azabache; y el osito comenzó a contar los días que pasaban. Pero es el caso que como no sabía mucho de números, perdió la cuenta; mientras más se esforzaba por hacer un cálculo aproximado del tiempo transcurrido, más se ofuscaba y su angustia crecía en miedo de que llegara el día esperado y no viera en el cielo la barca de oro de la luna. En su afán le parecía que el tiempo no corría o había corrido demasiado y principió a desesperarse y a interrogar a todos los objetos del cuarto. Era el caso que allá en la medianoche, cuando la oscuridad hechizaba el lugar y el Hada Silencio con su varita mágica les otorgaba a todos la facultad de hablar, la estancia se convertía en una tertulia muy amena. Únicamente la soñolienta lámpara que vestía una falda color de rosa era quien tenía sueño después de apagada. Le incomodaba un poco la charla de los otros y a veces protestaba, pero ya nadie le hacía caso. Cuando insistía en rezongar, el florero de loza cuya semblanza con la discreta lámpara le había proporcionado más de un disgusto solía criticarla con el vecino más cercano. Aquella noche comentó al respecto: ? ¿No es ridículo usar esa pantalla desproporcionada en vez de adornarse simplemente con flores? ? Quizá es peor necesitar de ellas para verse completo... ?replicó la lámpara que alcanzó a oírle?, cada vez que te dejan el cuerpo vacío parece que te hubieran cortado la cabeza. Las figulinas de porcelana japonesa que adornaban el tocador de la señora reían con su risita delicada que amenazaba volverse añicos a cada instante. Les divertía grandemente la vieja rencilla del florero y la lámpara. ? En vez de casarse... ?apuntó una de ellas. ? Tendrían una linda familia de floreritos con pantallas y lamparitas florecidas... Y aunque algunos celebraron la ocurrencia y acogieron la agudeza como una idea factible, el florero protestó indignado. Nunca sus parientes se habían mezclado con plebeyos; su linaje era puro, acrisolado en hornos donde cocían el barro hasta trocarlo en porcelana, mayólica, en vidrio o en tantos otros nombres que apellidaban su familia de estirpe preclara... El relojito despertador la interrumpió para inquirir por el significado de aquella palabra. ? ¿Preclara?... es algo que se puede usar para todo, ?intervino la pluma que acostumbraba a apresurarse a dar explicaciones?, yo lo he visto escribir mucho a la señora: agua clara, tinta clara... día claro... Mas el diccionario no podía permitir que se confundieran de esa manera los vocablos y de un solo tirón se abrió en la página en la cual se encontraba el susodicho término e interrumpió a la pluma para leerles. ? Preclara, adj., insigne, ilustre, digno de admiración y de respeto... Los objetos del cuarto se miraron entre sí guardando un significativo y prudente silencio. Únicamente el alfiler de cabecita arguyó que él había frecuentado aristocráticos salones en donde se reunía la más alta nobleza; había ido prendido a los vestidos de las señoras aristrocráticas y ninguna de ellas era de loza, ni de vidrio, ni de barro cocido. Pero su voz era tan delgadita que se ahogaba en el fondo del costurero. Además, parecía que a nadie le interesaba tales observaciones; ni siquiera el osito prestó atención a sus palabras y su ilustrada mediación le llenó de esperanzas. Indudablemente el docto volumen podría informarle cuándo llegaría al cielo la barca de oro de la luna. Con mucha decencia le interrogó al respecto
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