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El médico de los muertos


Enviado por   •  19 de Mayo de 2013  •  Ensayo  •  1.195 Palabras (5 Páginas)  •  1.015 Visitas

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El médico de los muertos

Escrito por Emilio Roig de Leuchsenring

Lunes, 19 de Abril de 2010 03:36

Un señor pequeño, apergaminado y enjuto, se acerca. A un gesto suyo, destapan la caja. A través del cristal, dirige una rápida mirada al rostro del difunto. Hace otro gesto y vuelven a cerrarse el ataúd. El médico de los muertos ha cumplido su misión.

No creo sea aventurado afirmar que en nuestra patria, de cada diez personas, cuatro son médicos, cuatro abogados y los dos restantes Generales. Las demás profesiones están repartidas entre individuos, que habiendo fracasado en esas carreras o encontrándose fuera de servicio, han creído oportuno dedicarse a algo más productivo. Conviene aclarar que de esa docena, la mitad, por lo menos, son periodistas, sin que esto quiera decir que los tales sean capaces de escribir correctamente ni aún cartas a la familia.

Esta abundancia y exceso de profesionales redunda, desde luego, en perjuicio de su calidad. Son infinitos los abogados sin clientes y médicos sin enfermos que, para ir viviendo, desempeñan plazas de escribientes con treinta pesos y hasta de vigilantes y motoristas; lo que, bien mirado, es un beneficio que le hacen a la sociedad, por que si a esos doctores se les ocurriera ejercer, sería necesario ensanchar las cárceles y los cementerios.

Y, después de los maridos, son galenos y togados los dos tipos que, a través de todos los tiempos, más han servido de blanco a las burlas e ironías de los escritores.

Circunscribiéndome ahora a los médicos, ¿quién no ha leído Le Mèdecin malgré lui, de Moliere, o, por lo menos, el arreglo de Moratín El médico a palos? ¿quién no ha leído los intencionados versos del más insigne de los saineteros españoles, o el famoso artículo El médico de campo, del primero de nuestros costumbristas, José María de Cárdenas?

Moliere no quería a los médicos, se burlaba de ellos, acribillándolos con sus dardos. Del doctor Mauvillain, su íntimo amigo, decía:

—Es mi médico, me da recetas que yo no tomo y somos los mejores amigos del mundo.

Pero la burla más sangrienta que se ha hecho de los médicos, no se debe a un francés. Es cubana. Por algo se llama a nuestra patria la tierra clásica del choteo.

Todos cuantos hayan tenido que acompañar los mortales despojos de algún familiar o amigo hasta las última morada, la Quinta de los Pinos, o San Antonio Chiquito, como llama el vulgo a nuestro cementerio general, habrán observado, sin duda, al final del Paseo de Carlos Tercero y a la falda del Castillo del Príncipe, hoy convertido en Presidio, una fuente, la última de las varias que adornan y embellecen esa calzada, construida por el General Tacón. Dicha fuente marca el límite del Paseo y el comienzo del camino que conduce al cementerio de Colón ¿Os habéis fijado en ella? ¿Habéis visto la estatua que ostenta en su remate?

Es una estatua, dijo el doctor José Antonio González Lanuza, hablando sobre el particu-lar, en un interesantísimo artículo publicado hace años, «es una estatua muy mala como obra artística: pequeña de cuerpo, cargada de espaldas, barbuda, envuelta, a medias en un manto cuyos rígidos pliegues, como las duras líneas de su pecho descubierto, recuerdan el estilo griego arcaico, el Apolo de Tenea o la estatua funeraria de Orcomene, cuando más se le quiera conceder de respetable y de rudimentariamente artística.

¡Es una estatua de Esculapio!

«Y ese emblema del semidiós de la Medicina, continúa diciendo el profesor Lanuza, en la puerta misma de la triste ruta que lleva directamente a la casa del descanso eterno, me parece, por lo casual, por

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