Ensayo Libro Era Martes Acaso Me Olvido
Enviado por Sammj • 9 de Junio de 2015 • 2.880 Palabras (12 Páginas) • 402 Visitas
Era martes digo, acaso que me olvido
A los trabajadores del ingenio AZTRA, asesinados el 18 de octubre de 1977. Bonita era la Carmela, mi arrejuntada, mi compañera que ahorita ya estará en huesos, atormentada por los gusanos manavalís. Yo se lo decía compadre. No vaya usted a creer que yo no le daba explicaciones de las cosas, pero ella me interrumpía a cada rato: «Esperate Manuel, voy a meter a las gallinas» o «Aguantá un ratito voy a trancar la puerta», entonces si yo le decía, «Ve Carmela, en el Sindicato hemos decidido...» ella me salía con que me esperara porque tenía que darles la yerba a los cuyes. Así, me oía a saltos y a brincos hasta que se serenaba en la noche, pero ahí en cambio era yo el que me olvidaba de todo, porque su cuerpo calientico me llenaba y me descansaba más que todas las cosas del Sindicato. Pero un día, cuando ya estábamos preparando la huelga, tuve que golpearle la tutuma para que se le abra, y le dije: «No seas así Carmela entendé lo que te digo» y lo que decía era que ya no vaya por la -131- Troncal porque los soldados estaban rondando por el ingenio y también le dije que si alguno de ellos se asomaba por nuestro cuarto, que no le dijera nada, que se silenciara como noche, como tumba. Pero ella necia, con ese amor tan pendejo que tienen las longas, creyendo que si no me llevaba el caldo me iba a morir. Me decía que la sopa de choclo era ella, y que el plátano frito era nuestro hijo, y que las habas tiernas eran las dos marías que se nos murieron al mes y medio. Engañándome como a guagua para que coma. Yo nada más verle con la portavianda azul y el corazón un saltamontes. Entonces nos sentábamos atrás del trapiche para que no nos molestara el Selaya y yo me tomaba dos cucharas de sopa disimulando mi hambre para que le alcanzara a ella, y enseguidita pasaba al seco: arroz con fréjol, arroz con yuca, arroz con mote sazonado, arroz con cuy, seco de chivo, choclotandas en hojas de achera, maíz tostado, habas tiernas. Tierna se ponía ella cuando tomaba la sopa. Te vas a ahogar le decía yo siempre porque su boca casi se metía en la vianda. Pero de chiste le decía, nunca creí que un mal brujo me dictara estas palabras. Te vas a ahogar le decía, y así me cuenta el Felipe que murió, ahogada en el canal con las cebollas y los ajos mezclados a sus pechos y a sus brazos, como queriendo prepararme la última comida. Lástima que no llegué a tiempo. Jueputas, me han de pagar. Fue al caer de la tarde cuando después de largas discusiones decidimos la huelga, hacía mucho frío y las palabras de cada uno me iban arropando como cobijas. —Hay que hacer la huelga, no ven que los patrones no nos contestan, no dicen ni esta boca es mía, —por qué han de ganar ellos tantos millones y nosotros ni para un peje, —¡explotados, masacrados, humillados, hasta cuándo carajo!, —el gobierno subió el precio del azúcar y por eso el coronel anda que se le caen los chinchulines por todas partes, fíjate como se viste, vele esos zapatos, y vos, llapango caminas, enseñá tus manos pendejo, vete los lastimados del pecho, mírale al Juan quemado las patas, a la Maruja cortada el brazo, y ahora acordate del coronel engordando como un chancho, sentadote o puteando, —no hablés así Felipe, las paredes tienen oí- dos, —¡qué carajo! tenemos que aprovechar que la ley está de nuestro lado, —decidamos la huelga, de todas maneras nos moriremos de hambre, —¡la huelga! —gritó la Clementina, flaca y chupada como una rama de lluvia... Le digo compadre, esa fue la que me envalentonó, si una mujer se duele de nuestra circunstancia como no un hombre bien puesto. Entonces todo se hizo una mescolanza de gritos y vociferos y las má- quinas se silenciaron como cuando uno está soñando en camaretas y de golpe se despierta. Así era. El Felipe dijo entonces que había que parar los camiones cargados de caña y que iban a la molienda, y nombramos comisiones para aquí y para allá. Todos en el ajetreo nos veíamos las caras como si fuera la primera vez, como si recién nos conociéramos y ya en el reparto de las comisiones le dije al cholo Pancho que se viniera conmigo, olvidándome de golpe lo del resentimiento de hace un año, el cholo me sonrió nomás, dándose aires de valeroso, de buen amigo. Cholo Pancho, ¿dónde estarás? Ya eran las cinco cuando cerramos las puertas. Yo me fui para las calderas porque me gustaba mirar aquel borboteo hirviendo, me gustaba el olor de la caña, que era como una mariadita caricia. Allí me pasé un buen rato sentado y nervioso. Luego miré afuera, al campo, a las pequeñitas luces que se morían, iguales a ojos de borrego, en una de ellas estaría la Carmela suavita y sabrosa como la chirimoya, -133- y me dije «carajo, lo único que me hace falta es un gloriadito para calentar el cuerpo, un draquecito» como decía el azogueño Martín. Miré también los canales de riego, largos y oscuros ataúdes de gigantes. Era martes y no me olvido porque todos los martes tenía turno largo. Era martes, digo, acaso que me olvido. Usted no entiende compadre, o a lo mejor sí me entiende sino que le han tirado para lado equivocado los adulas del patrón, los pagos que le hace, las artimañas con que le envuelve. Tenía que haber estado allí saboreando esa furia de años, esas iras contenidas desde el tiempo de la Micaela, esta pobreza que nos tenía despachurrados los rostros y las barrigas, tenía que haber vivido en este pueblo de iglesia, prostíbulo y cantina, cortando caña todos los días, rajándose, sudando al mismo tiempo que esa fruta jugosa, emborrachándose a diario para dominarse, tenía que haber escuchado todas las noches los suspiros flacos de la Carmela, quejas silenciosas como de ratón, su brazo tembloroso en medio de algún sueño pesado. Tenía que haber vivido aquí toda una vida junto a los perros, mirarles a sus ojos, usted no ha visto los ojos de los perros de esta parroquia, son ojos llenos de frío, de hambre. De neblina, digo yo. Eso tenía que haber hecho compadre para que comprenda y no me diga la cantaleta de que por mudo, por irresponsable estoy preso. Aunque yo le cuento solamente lo que pueden aprisionar las palabras y eso no es legítimo porque mal conversador he sido, silencioso como la Carmela y como todos nosotros mismos, y la entonación no me gusta, el canto de la palabra no me gusta cuando le estoy relatando estas cosas porque en alguna palabra como que se me quiebra la voz y hay arañas o pulgas en mi garganta, y yo no quiero eso carajo sino contarle las cosas con furia, sin miedo porque el miedo ya se quedó enterrado para siempre junto a ella, arrejun- -134- tado a todos los que murieron ahogados en los canaletes, quebrados la cabeza, quemados en esas pailas enormes que nunca más despedirán el olor que le contaba, metidos el yatagán por la espalda y también por el costado, abiertos la barriga y tirados a los canales como en los tiempos
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