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Gracias Por El Fuego (resumen)


Enviado por   •  28 de Mayo de 2013  •  1.196 Palabras (5 Páginas)  •  724 Visitas

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GRACIAS POR EL FUEGO

Mario Benedetti

Una noche de abril de 1959, un grupo de quince personas, hombres y mujeres, se reúne en un restaurante de Nueva York, donde "no sólo se habla en un español nasal y contaminado; también podría decirse que se piensa, se camina y se come en español". Todos son uruguayos y la mayoría pertenece a la clase media alta y en sus pláticas insulsas y frívolas declaran su admiración por las perfecciones de la modernidad, por el poderoso país del norte y, al mismo tiempo, expresan su desprecio por el Uruguay, Porque "Montevideo no es nada no tenemos nada [...I salimos de una huelga para entrar en otra entre nosotros el obrero es la chusma [ ... ] nada, no producimos nada [ ... ] tenemos una filosofía de tango, y así no se va a ninguna parte [...] yo no pienso regresar al Uruguay; alguna vez, puede ser, de visita, pero a radicarme jamás". Asoma entre las parejas cierto eventual coqueteo con su vecino de asiento, porque a la distancia nadie se acuerda de su apariencia moral y "me gusta estar lejos de Montevideo porque entonces pierdo mis inhibiciones".

Mientras se sienten con vergüenza de ser uruguayos, el teléfono suena. Todos callan. Algo ha ocurrido, algo horrible: "Una catástrofe. Una inundación espantosa. Un maremoto. El agua arrastra todo por las calles. Todo destruido. Una catástrofe como nunca. El país borrado del mapa. Campo y ciudad." El Uruguay en ruinas. Arrasado, totalmente arrasado. Hay gritos, desmayos de mujeres, llantos, angustia... De pronto, todo en ellos es sólo arrepentimiento "...que no producíamos nada. Y no es cierto. Es un lindo país [...1 se puede trabajar sin miedo [ ... ] nadie nos molesta [. ..] es un lindo país [...les mi país, es mi patria [...] borrado del mapa..." y la preocupación egoísta por los negocios, las propiedades, los maridos, "mi mamita, mi hermano, mi pobrecito papá", los hijos, la mujer. Ramón Budiño piensa en su hijo Gustavo, y en Dolly, la mujer de su hermano. "Castigo de Dios, piensan las mujeres y rezan. Castigo de Dios por ser renegados, por ser ociosos, por despreciar a los pobres, por mentir [...] todo era una pose; me gusta aquello; es un país chiquito, insignificante, pero me gusta"; la coqueta reconoce que "soy una puta; nada más que una puta".

Vuelve a sonar el teléfono. Todos quedan paralizados. Suspiros de alivio ante las nuevas noticias. Todo era una exageración. Se trata de una inundación, más importante que las de otros años, pero nada serio. Un gran silencio, y luego del susto, todo vuelve a la normalidad, alegría, coqueteos, nuevas inconformidades. "Convénzanse. Somos una porquería. Ya lo vieron. Ni siquiera somos capaces de tener una catástrofe de primera clase."

Traspuesto el umbral del primer capítulo, escuchamos la voz de Ramón Budiño, quien nos cuenta cómo treinta y siete años han pasado desde que se sentía protegido, contento, orgulloso por saberse hijo de un "tipo impecable", de un padre que todavía no era el Viejo, sino sólo papá; de un hombre "elegante, siempre afeitado, seguro de sí mismo". Treinta y siete años desde aquel día cuando, por soportar estoicamente el piquete de una inyección, papá le permitió escoger el juguete que más le gustaba, y le compró no una, sino diez cajas de soldaditos. Pero después de treinta y siete años, el protagonista es un hombre adulto sin madurar porque siempre ha vivido a la sombra de el —Edmundo Budiño—, a cuya voluntad él siempre se sometió, y ahora sabe que es el hombre corrupto, admirado, déspota, respetado, temido, cuya imagen actual no corresponde al ideal de los días de la niñez de Ramón.

¿Cuándo,

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