Guingamor
Enviado por Lajigoar • 18 de Marzo de 2013 • 4.003 Palabras (17 Páginas) • 414 Visitas
GUINGAMOR
Os voy a explicar la aventura de un lai. No creáis que me la he inventado, sino que es verdad: se llama el lai de Guingamor.
Hace mucho tiempo había en Bretaña un rey que reinaba en todo el país; era muy valiente en la guerra, pero no sé cómo se llamaba. El rey tenla un sobrino que era prudente y cortés, se llamaba Guingamor. Era un caballero noble y sensato y por su valor y su belleza el rey le tenía gran cariño, quería hacerle su heredero ya que no podía tener hijos. Guingamor sabía hacerse querer por todos, pues sabía prometer y dar con generosidad y llenaba de favores a caballeros, servidores y escuderos. Por todo el reino se le tenla en gran aprecio por su nobleza y su buena educación.
Un día fue el rey a cazar al bosque para solazarse. Aquel mismo día su sobrino se había hecho sangrar porque estaba algo indispuesto y como no podía Ir al bosque se quedó reposando en su albergue acompañado de algunos caballeros del rey. En las primeras horas del día se levantó y se dirigió al castillo para distraerse. Encontró al senescal y se abrazaron; después de conversar un rato se sentaron frente al tablero de ajedrez.
Salió de su cámara la reina para Ir a la capilla y se detuvo ante la puerta. La reina era alta, gentil y bella. Se quedó durante mucho rato contemplando al caballero que veía jugando ante el tablero; no dio un paso ni se movió de allí. Le pareció muy alto y de cuerpo y rostro bien proporcionados. Estaba sentado frente a una ventana y un rayo de sol cala sobre su cara llenándola de luz y dándole buen color. La reina le miró durante tanto rato que sus sentimientos se volcaron hacia él y por su belleza y su noble aspecto se enamoró de él.
La reina volvió sobre sus pasos y llamó a su sirvienta:
Ve a buscar al caballero que está allí dentro sentado ante el ajedrez. Es Guingamor, el sobrino del rey, dile que venga.
La sirvienta se llegó al caballero y le saludó de parte de su señora, y le dijo que fuera a hablarle. Guingamor dejó el juego y la siguió; la reina le invitó a que se sentara a su lado. El no podía entender por qué era acogido con tanta amabilidad. La reina fue la primera en hablar:
Guingamor, sois valiente, noble, cortés y amable. Os espera una bella aventura; podréis amar a alguien de gran nobleza. Vuestra amiga es cortés y bella, no sé que haya en todo el reino dama ni doncella de tanto mérito. Os ama con intenso amor, bien podéis considerarla vuestra amante.
El caballero le contestó:
Señora, no sé cómo podría amar con tanta fuerza a dama alguna sin haberla visto antes, sin conocerla y sin saber quién es. No he oído hablar de ninguna y por ahora no me quiero preocupar de asuntos de amor.
La reina le dijo:
Amigo, no os mostréis tan esquivo. Es a mí a quien debéis amar, no os rechazaré, pues os amo con todo mi corazón y os amaré durante toda mi vida.
El caballero reflexionó y respondió con prudencia:
Señora, bien sé que os debo amar, pues sois la mujer del rey, mi señor, y por ello os debo honrar y respetar.
La reina le contestó:
No hablo de esta clase de amor. Quiero amaros como a un amante y ser vuestra amiga. Sois hermoso y yo gentil; si ponéis todo vuestro afán amarme podríamos los dos gozar en gran manera.
Lo atrajo hacia si y lo besó. Guingamor comprendió sus palabras y que le requería de amor; por ello, tuvo gran vergüenza y enrojeció. Lleno de enfado quiso salir de la cámara, la dama quiso retenerlo y le agarró por el manto de tal manera que le rompió los broches. Sin el manto se alejó de allí y se sentó ante el ajedrez lleno de confusión; estaba tan Irritado que no se acordó de su manto y sin él se puso a jugar. La reina quedó muy asustada y con gran aflicción a causa del rey. Como Guingamor había hablado y se habla comportado de tal manera tuvo miedo de que la acusara y la perjudicara ante su tío. Llamó a una de sus sirvientas que le era muy fiel y le entregó el manto para que se lo diera a Guingamor. La doncella se lo puso por los hombros y el caballero no se percató de ello, tan conmovido y pensativo estaba. Y la doncella se retiró.
La reina estuvo muy asustada todo el día hasta el anochecer en que el rey regresó de cazar y se sentó a comer. El día había sido bueno y sus compañeros estaban satisfechos. Después de comer bromearon y rieron contándose, aventuras. Cada uno explicaba lo que había hecho, en lo que había fallado y lo que había conseguido. Guingamor no había participado en la cacería y mucho le pesaba; estaba quieto y no decía nada. La reina le miraba y para fastidiarle y perjudicarle quiso hablar de manera que sus palabras fueran causa de un gran disgusto. Dirigiéndose, pues, hacia el caballero, le dijo: He oído hablar mucho de vos y contar vuestras aventuras; de todos los que veo aquí dentro no hay ninguno tan valiente que aunque le diera mil libras de oro se atreviera a ir al bosque en donde vive el jabalí blanco para cazarlo y sonar el cuerno. Y, sin embargo, alcanzará un honor extraordinario quien pueda atrapar al jabalí.
Callaron los caballeros, pues no querían intentarlo. Guingamor había comprendido que la reina había lanzado el reto por su causa. Todos hablan callado en la sala, no se oía ni ruido ni gritos.
El rey fue el primero en hablar:
Señora, habéis oído hablar muchas veces de la aventura del bosque. Sabed que mucho me disgusta oír hablar de ello. Nadie pudo dirigirse allí a cazar el jabalí y regresar luego. La landa está llena de sorpresas y el río de peligros, A mí me ha causado grandes desgracias y he perdido a diez caballeros, los mejores de esta región, que Iban en busca del jabalí.
Cesaron de hablar, los de la mesnada del rey se dirigieron a sus alojamientos y el rey se fue a acostar. Sin embargo, Guingamor no olvidaba lo que habla oído y entró en la cámara del rey y se arrodilló ante él.
Señor le dijo , os pido una cosa que necesito mucho; os ruego que me la concedáis. No me la neguéis.
El rey le contestó:
Os concedo lo que queráis, querido sobrino, pero decidme qué es. Podéis pedírmelo con toda confianza. Nunca os negaré nada de lo que me pidáis.
El caballero le dio las gracias y luego le dijo su petición y el don que el rey le había ya concedido.
Iré a cazar al bosque.
Y le pidió al rey su sabueso, su perro braco y su caballo de caza, y que también le prestara su jauría. Cuando el rey oyó las palabras de su sobrino y lo que pedía,
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