ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Jose Zorrilla


Enviado por   •  3 de Junio de 2013  •  2.713 Palabras (11 Páginas)  •  393 Visitas

Página 1 de 11

José Zorrilla

(Valladolid, 1817 - Madrid, 1893)

Escritor español. Es el principal representante del romanticismo medievalizante y legendario. En 1833 ingresó en la Universidad de Toledo como estudiante de leyes, y en 1835 pasó a la Univerisdad de Valladolid. José Zorrilla publicó sus primeros versos en el diario vallisoletano El Artista. En Madrid, después de abandonar su carrera universitaria, alcanzó fama tras leer unos versos suyos ante el cadáver de Larra (1837). Ocupó el cargo de éste en la redacción de El Español, donde publicó la serie de poemas titulada Poesías (1837), primero de una serie de ocho volúmenes que acabó en 1840. Su éxito poético se renovaría en 1852 con un poema descriptivo, Granada, que quedó inacabado. En 1839 se casó con Matilde O'Reilly, de la que enviudó muy pronto.

“A Buen Juez Mejor Testigo”

La Leyenda del Cristo de la Vega

(Toledo)

-1838-

Entre pardos nubarrones

pasando la blanca luna,

con resplandor fugitivo,

la baja tierra no alumbra.

La brisa con frescas alas

juguetona no murmura,

y las veletas no giran

entre la cruz y la cúpula.

Tal vez un pálido rayo

la opaca atmósfera cruza,

y unas en otras las sombras

confundidas se dibujan.

Las almenas de las torres

un momento se columbran,

como lanzas de soldados

apostados en la altura.

Reverberan los cristales

la trémula llama turbia,

y un instante entre las rocas

riela la fuente oculta.

Los álamos de la Vega

parecen en la espesura

de fantasmas apiñados

medrosa y gigante turba;

y alguna vez desprendida

gotea pesada lluvia,

que no despierta a quien duerme,

ni a quien medita importuna.

Yace Toledo en el sueño

entre las sombras confusa,

y el Tajo a sus pies pasando

con pardas ondas lo arrulla.

El monótono murmullo

sonar perdido se escucha,

cual si por las hondas calles

hirviera del mar la espuma.

¡Qué dulce es dormir en calma

cuando a lo lejos susurran

los álamos que se mecen,

las aguas que se derrumban!

Se sueñan bellos fantasmas

que el sueño del triste endulzan,

y en tanto que sueña el triste,

no le aqueja su amargura.

Tan en calma y tan sombría

como la noche que enluta

la esquina en que desemboca

una callejuela oculta,

se ve de un hombre que guarda

la vigilante figura,

y tan a la sombra vela

que entre las sombras se ofusca.

Frente por frente a sus ojos

un balcón a poca altura

deja escapar por los vidrios

la luz que dentro le alumbra;

mas ni en el claro aposento,

ni en la callejuela oscura

el silencio de la noche

rumor sospechoso turba.

Pasó así tan largo tiempo,

que pudiera haberse duda

de si es hombre, o solamente

mentida ilusión nocturna;

pero es hombre, y bien se ve,

porque con planta segura,

ganando el centro a la calle,

resuelto y audaz pregunta:

“¿Quién va?”, y a corta distancia

el igual compás se escucha

de un caballo que sacude

las sonoras herraduras.

“¿Quién va?”, repite, y cercana

otra voz menos robusta

responde: “Un hidalgo, ¡calle!”

Y el paso el bulto apresura,

“Téngase el hidalgo”, el hombre

replica, y la espada empuña.

“Ved más bien si me haréis calle”,

repitieron con mesura,+

“Que hasta hoy a nadie se tuvo

Iván de Vargas y Acuña.”

“Pase el Acuña y perdone”,

dijo el mozo en faz de fuga,

pues, teniéndose el embozo,

sopla un silbato y se oculta.

Paró el jinete a una puerta,

y con precaución difusa

salió una niña al balcón

que llama interior alumbra.

“¡Mi padre!”, clamó en voz baja,

y el viejo en la cerradura

metió la llave pidiendo

a sus gentes que le acudan.

Un negro por ambas bridas,

tomó la cabalgadura,

cerróse detrás la puerta

y quedó la calle muda.

En esto desde el balcón,

como quien tal acostumbra,

un mancebo por las rejas

de la calle se asegura.

Asió el brazo al que apostado

hizo cara a Iván de Acuña,

y huyeron en el embozo

velando la catadura.

Clara, apacible y serena

pasa la siguiente tarde,

y el sol tocando su ocaso

apaga su luz gigante;

se ve la imperial Toledo

dorada por los remates

como una ciudad de grana

coronada de cristales.

El Tajo por entre rocas

sus anchos cimientos lame,

dibujando en las arenas

las ondas con que las bate.

Y la ciudad se retrata

en las ondas desiguales,

como en prendas de que el río

tan afanoso la bañe.

A lo lejos en la Vega

tiende galán por sus márgenes,

de sus álamos y huertos

el pintoresco ropaje;

y porque su altiva gala

más a los ojos halague,

la salpica con escombros

de castillos y de alcázares.

Un recuerdo en cada piedra

que toda una historia vale,

cada colina un secreto

de príncipes o galanes.

Aquí se bañó la hermosa

por quien dejó un rey culpable

amor, fama, reino y vida

en manos de musulmanes.

Allí recibió Galiana

a su receloso amante,

en esa cuesta que entonces

era un plantel de azahares.

Allá por aquella torre

que hicieron puerta los árabes,

subió el Cid sobre Babieca

con su gente y su estandarte.

Más lejos se ve el castillo

de San Servando, o Cervantes,

donde nada se hizo nunca

y nada al presente se hace.

A este lado está la almena

por do sacó

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (21 Kb)
Leer 10 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com