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Jugar Al Futbol


Enviado por   •  29 de Abril de 2015  •  1.458 Palabras (6 Páginas)  •  168 Visitas

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Tan solo hay que echar un vistazo a

los desorbitados traspasos y salarios

de los jugadores más importantes

de la escena mundial del fútbol

para darse cuenta de lo valiosas que

son las destrezas de un jugador en

un equipo de fútbol. Lo primero que

aporta un futbolista a un club es su

talento para conseguir títulos

deportivos y, conforme se acorta la

distancia entre ganadores y perdedores

en cualquier competición

nacional o internacional, un solo

jugador en la cancha puede sin

duda dar el vuelco definitivo a un

torneo o un partido.

Lo segundo que esperan los equipos

de fútbol de un jugador es que su

talento arrastre a las masas a los

estadios semana tras semana,

incrementando de forma inmediata

las ganancias del club. Para nadie es

un secreto que la incorporación de

un futbolista de prestigio puede

hacer aumentar de forma vertiginosa

el precio de las entradas a los

estadios e incrementar los ingresos

por merchandising.

Traslademos esta analogía a la

arena de los negocios y empezaremos

a comprender cómo un simple

individuo puede desarrollar con

éxito su trabajo e influenciar a

todos los que tiene a su alrededor.

Las leyes económicas dictan que el

valor de las cosas depende de lo

que alguien esté dispuesto a pagar

por ellas. Una misma botella de

agua mineral tiene precios muy distintos

en un supermercado y en un

hotel de lujo de una gran ciudad. La

diferencia no estriba en el “valor

intrínseco” del producto, sino en el

“valor percibido” del mismo, es

decir, aquellos factores ambientales

que rodean al consumo, en este

caso, de una botella de agua.

¿Qué relación existe entre lo que un

club de fútbol está dispuesto a

pagar por un jugador de elite y el

valor que tiene un directivo para

una empresa? El “valor” que aporta

un jugador se mide por el rendimiento

actual y futuro. Con este

mismo esquema se mueven los gestores

de recursos humanos. Cada

uno de ellos analiza las carencias de

la organización y trata de encontrar

a aquellas personas que pueden

aportar las destrezas de las que la

empresa está necesitada. Igual que

un equipo de fútbol que encaja

demasiados goles buscará en el

mercado al mejor defensa posible,

una empresa que esté perdiendo

cuota de mercado, por ejemplo,

intentará contratar a un experto en

marketing con el suficiente talento

como para salvar la situación hoy y

mantenerse a flote en el futuro.

A la hora de reclutar nuevos empleados,

los departamentos de recursos

humanos han utilizado listas de

destrezas o habilidades como la

herramienta que les ayuda a separar

el trigo de la paja. Es un sistema

útil y ha sido ampliamente empleado

por los departamentos de selección

a lo largo de la historia. Sin

embargo, cada vez se reconoce más

el hecho de que lo que una persona

puede hacer hoy es menos importante

de lo que pueda progresar en

el futuro. Por lo tanto, los reclutadores

van buscando actitudes positivas

en las personas y reducen la

ponderación de las habilidades. No

hay que caer en el error de contratar

personas competentes con una

actitud negligente o tibia, porque

no darán el máximo de sí mismos

para desarrollar todo el potencial

de una organización. Ya no es suficiente

con un goleador que salve a

un equipo de una debacle pasajera.

Se necesita gente con talento sumado

a una actitud de proyección

hacia el futuro.

Ambición

Hay muchas palabras y frases para

definir la ambición: “intención de

ganar”, “deseo de triunfos”, “hambre

goleadora”... Al igual que en el

caso de la pasión, estamos hablando

de una emoción, pero la ambición

se diferencia de la pasión en que

nuestro control sobre la misma es

mucho mayor. A lo largo de la vida

nuestros anhelos se modifican y la

ambición que se despierta en nuestro

interior puede cambiar con el

paso del tiempo. Sin embargo, la

ambición en sí misma es también

capaz de convertirse en algo peligroso,

sobre todo si no está contrastada

con la realidad. Al final, si no

podemos lograr nuestros objetivos

por medios legales (o justos), más

pronto que tarde caeremos en el

engaño.

Es un debate muy extendido el tratar

de averiguar si la ambición es un

condicionante personal o si, por el

contrario, el ambiente social y cultural

o el propio país en que vivimos

ejercen una influencia en el nivel

que esta emoción alcanza en algunos

individuos. El conocido hombre

de negocios norteamericano Donald

Trump mantiene una actitud muy

ambiciosa frente a la vida y la gestión

de empresas. Su lema podría

resumirse en “nunca abandones,

piensa a lo grande, sé un poco loco

y navega contracorriente”. Quizá se

deba a que en su país la cultura del

éxito está muy enraizada en la mentalidad

de sus gentes. Alguien

podría llamarlo individualismo, pero

sin entrar a hacer juicios de valor,

parece claro que el ambiente en

que nos movemos crea unas actitudes

determinadas ante la vida. Esto

lo entienden muy bien los clubes de

fútbol, que son auténticos especialistas

en crear una especie de

micro-clima que define lo que

podría denominarse la “cultura del

equipo” y establece los niveles de

ambición para jugadores, entrenador

y aficionados.

En el fútbol, los negocios y la vida

en general, las ambiciones evolucionan

a medida que las personas

crecen en edad. En el fondo, se

trata de una forma de prevenir

nuestro desconsuelo frente a la disminución

paulatina de nuestro rendimiento.

Está

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