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LOS OJOS DE LENNE


Enviado por   •  3 de Noviembre de 2015  •  Trabajo  •  1.451 Palabras (6 Páginas)  •  85 Visitas

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LOS OJOS DE LENNE

Tengo sangre en mi boca y en mis manos, ya no tengo miedo, ya no tengo hambre, tengo un vacío ante mis ojos como si la importancia del mundo se hubiera ido y tengo un viejo tormento que hoy se recrudece: el tren loco de la vida al que no pedí subir.

En el primer renglón de mis prioridades estaba vivir. Todas mis acciones se reducían a vivir. La existencia puso su inyección en mis venas (el miedo al dolor y la advertencia que la muerte siempre viene después de sufrir) para obligarme a seguir su amargo, crudo y sensual juego… pero ¿no es acaso la existencia una eterna fluctuación entre dolor y placer? ¿no es acaso lo custodiado por el dolor lo que permite al espíritu explotar en diez mil satisfacciones?... no es miedo a la muerte lo que se siente sino al dolor que la precede… instinto le dicen, pero creo que el instinto no es más que cosa mental, y allí, en mi mente se agita en batallas sangrientas con pensamientos detractores cuando pienso en la existencia… cuando el instinto se cansa la carne huele mal y la existencia solo es ausencia de muerte. Pero sigo vivo, el instinto siempre triunfó hasta hoy.

Luego, en segundo renglón estaba comer, no morir de hambre, sentir el sabor de las cosas… calmar el hambre pero sobretodo sentir el sabor (ahora pienso que somos destructivos porque queremos utilizar todos los sentidos, someter todo bajo estos… ver, escuchar, tocar, oler… saborear y todo para finalmente terminar cagando, cagandose todo). Todos mis sentidos sedientos de aprobación, competitivos entre ellos por ser el que mejor me satisface, siempre han querido dotarse de una lengua o de algún mecanismo para catar las cosas. En este momento me da tristeza que así no haya sido siempre, ni sea, ni volverá a ser jamás, pues por eso no podré saborear el cielo con un vistazo, saborear un acorde, otra aurora ni el sonido tormentoso de un corazón que no sabe si late por amor o terror como el que hoy ausculté en Lenne con mi olfato. Mis sentidos, el sabor y yo somos la analogía respectivamente de los humanos, el dolor y Dios.

Y mi tercera prioridad era ver los ojos de Lenne; me gustaba su mente libre y a veces sucia, su manera de robarme las palabras, de matar mis lágrimas sin saber que lo hacía, me gustaba su olor, su cuerpo, su sudor, sus sonidos, el milagro de su sexo… todo, pero me perdía en sus ojos, en la especie de limbo infinito que había en sus ojos, me hacían sentir lejos del peligro, lejos del dolor y ni siquiera me importaba quien lo padeciera… me hacía sentir Dios con el estómago lleno, hastiado de los sabores del mundo; era como si esta, la tercera prioridad aniquilara las otras dos de un soplido. Sus ojos eran agujeros negros, gargantas endemoniadas que se tragaban mi curiosidad absoluta; pero no eran negros, ni verdes, ni azules: eran de color sui generis, un color sin bautizar, un color en el umbral entre unos y otros, un color como una mezcla entre el verde, el misterio, el sucio y el de la sonrisa de un loco, un color nuevo, con infinitos patrones, un color remoto que debió pertenecer a las primeras luces del universo.

Hace unas semanas Lenne me dijo que vendría hoy a matar su ausencia desde las 7.00 am, a descansar en mi habitación después de trabajar en la noche pasando cervezas y sonrisas y no sé qué más cosas en el bar Crystal Ship de la avenida más oscura de esta, la ciudad más fría y triste de muchos mundos a la redonda. Lo único que hice con entusiasmo durante este tiempo fue esperar el momento… ver la cabeza de la ausencia mutilada con sus filosos besos y enredada en su pelo en su cuerpo en sus palabras y sueños en sus proyectos desequilibrados.

Programé la alarma a las 6.00 am para levantarme, antes que Ella llegara, a limpiar un poco las inmundicias, algunos pedazos de solitarios sueños, las oraciones y maldiciones estancadas en su camino al cielo, algunos miedos y otras basuras que había en el suelo y en la atmosfera lúgubre que abraza mi cuarto, pero no fue mi reloj, no fue la alarma del reloj la que perturbó mi sueño

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