La Comunidad Docente En Busca De Nuevos Modos De Pensar La Formación. Ana María Finoccio
Enviado por varo59 • 18 de Noviembre de 2012 • 12.119 Palabras (49 Páginas) • 811 Visitas
La comunidad docente en busca de nuevos modos de pensar la formación. Ana María Finoccio
Presentación
Jóvenes y adultos ingresan cada año a los Institutos de Formación Docente, donde los profesores se enfrentan a múltiples desafíos, demandas, desconciertos. Los programas son abundantes, las horas no alcanzan, las experiencias escolares de los futuros docentes no pocas veces resultan escasas en saberes disciplinares y en modelos del “buen enseñar”, los contextos en que los egresados desarrollarán su tarea cotidiana son diversos y cambiantes.
Jóvenes y adultos egresan, también, cada año de los institutos y se incorporan a las “filas” de la docencia. Muchas veces sus profesores vuelven a encontrarlos en las aulas, con más o menos orgullo de haber colaborado en su formación.
Resultaría, entonces, interesante considerar que la formación docente es un puente que pone en relación experiencias individuales diferentes y al mismo tiempo se propone el ingreso de los alumnos a una comunidad más o menos imaginada. Cómo se configura esa comunidad, cuáles son hoy sus rasgos distintivos, en qué se diferenciarían de los de otros tiempos, entre otras cuestiones, es lo que propone analizar en esta clase Ana María Finocchio. Para ello, nos convoca a realizar un recorrido por la conformación contemporánea de distintas comunidades profesionales y docentes en particular. Y en relación con estas últimas, particularmente, nos propone pensar la lectura y la escritura tanto como prácticas que anudan lazos como también como saberes cuya transmisión adquiere particular sentido en contextos de socialización.
Introducción
La expresión “maestro ciruela” y lo que podría considerarse su correlato gestual, “el dedo índice de una mano en alto” consolidan imágenes que cada uno de nosotros podría ilustrar con ejemplos y contraejemplos de docentes que obturaron, entreabrieron o ensancharon de distintas maneras el camino de apropiación de la lectura y la escritura a través de la escolaridad y, luego, de la formación profesional. Sin duda, esas imágenes reconocibles por el peso de lo compartido cargan con la compleja historia del enseñar y, despegadas de esa historia, resuenan hirientes y estigmatizadoras como tantas otras frases o gestos con los que suele fijarse (incluso en ámbitos de formación donde se vuelve esperable la confianza por la transformación) la identidad docente en un lugar inamovible.
En ese sentido, la clase del Diploma “Lectura y escritura de maestros”, puede leerse como una invitación a imaginar y a transitar, desde la comprensión de un despliegue histórico revelador, recorridos alternativos que nos permiten pensar la identidad docente como una construcción en movimiento.
A través de estas páginas les propongo ensayar o probar esa mirada confiada en las posibilidades de movimiento sobre la configuración de la identidad docente en tanto implica un vínculo con la lectura y la escritura relacionado con un hacer colectivo y con una cultura conformada colectivamente, para repensar desde esa mirada y desde múltiples interrogantes el carácter comunitario de la identidad docente y sus implicancias en la formación de quienes tendrán a su cargo el enseñar a leer y a escribir y, por otro, las experiencias de lectura y escritura que tienen lugar en el recorrido de la formación.
I. La idea de comunidad en las nuevas coordenadas sociales y culturales
La primera consigna del taller de escritura propuesta en el diploma nos hizo volver a aquella sugestiva imagen de las ondas provocadas por una piedra arrojada a un estanque. Las palabras inventadas como piedras comenzaron a dar vueltas en nuestro espacio compartido y generaron sensaciones. En aquel estanque como en tantos otros por los que circulan los lenguajes y los discursos sociales, las palabras dan sensaciones de opacidad, de frescura, de lentitud, de musicalidad, de cansancio, de otoño, de lejanía, de desparpajo, de asombro.
Y es a partir de esta posibilidad de significar de las palabras que voy a detenerme en “comunidad”, un término que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman arroja en las primeras páginas de su libro Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil para explorar las sensaciones que provoca en el contexto de una modernidad caracterizada por la desaparición de un entorno estable donde depositar la confianza.
Y es cierto. La palabra “comunidad” es una palabra blanda, amable, esperanzada porque evoca sensaciones de refugio, de calidez, de fraternidad, de lazos solidarios, de convivencia armoniosa, de entendimiento tácito. En particular, si confronto el sentimiento de estar hombro con hombro que despierta el “estar en el mismo barco” y que supone una comunidad con las sensaciones que produce la “dura realidad” signada por la rivalidad, la competencia, el cuidado de la “propia quinta” y el “sálvese quien pueda”.
Cuando el sociólogo intenta atrapar entre las palabras los rasgos característicos de la modernidad los describe de este modo:
“... se han acabado la mayoría de los puntos de referencia constantes y sólidamente establecidos que sugerían un entorno social más duradero, más seguro y más digno de confianza que el tiempo que duraba una vida individual. Se ha acabado la certeza de que “volveremos a vernos”, de que estaremos viéndonos repetidamente y durante un largo tiempo futuro, y de que, por tanto, puede suponerse que la sociedad tiene una larga memoria y que lo que hoy nos hagamos mutuamente nos confortará o atormentará en el futuro; de que lo que nos hagamos recíprocamente tendrá una importancia algo más que episódica, puesto que las consecuencias de nuestras acciones nos acompañarán mucho tiempo después de que nuestras acciones, en apariencia, hayan finalizado, sobreviviendo en la mente y en los hechos de testigos que no van a desaparecer.”
Sin embargo, pese a que las personas quisiéramos cobijar temores e incertidumbres bajo el abrigo de los lazos comunitarios, la comunidad se presenta como una clase de mundo situado más en el plano del deseo o del sueño de acceder a él que en el de la realidad de poder habitarlo. Y esto es así puesto que a la vez que este mundo implacablemente individualista, privatizado e inseguro en el que vivimos nos impulsa a soñar y a extrañar el amparo y la calidez de la comunidad, también nos impulsa a defender nuestra libertad, cuya pérdida o limitación supone la vida en comunidad. Y en tanto no podemos ser humanos sin amparo y sin libertad, esta tensión nos coloca en la posición de Tántalo, el héroe mítico condenado a frustrarse cada vez que tiene la satisfacción a su alcance. Sin duda, la tensión entre amparo y libertad determina que el convivir siempre resulte tan conflictivo y que nuestros sueños de vida
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