La Corrupciom

La corrupción

Cuando la mafia política se une a la mafia judicial los países tiemblan. Sus instituciones, trabajosamente construidas para servir al pueblo, se tambalean. La democracia retrocede, se debilita, agoniza. Las garantías constitucionales se hunden en la mugre donde los corruptos se sienten cómodos. Están en lo suyo.

Nuestro país ya ha pasado por varias situaciones vergonzosas, pero pocas veces como las actuales: abiertamente cínicas.

El fiscal adjunto, Carlos Arregui, desde el lunes de la semana pasada integra la galería de personajes enviados a la hoguera por su atrevimiento de investigar a los intocables en sus posibles actos deshonestos.

Carlos Arregui, consciente de su buena labor, se quejó de que “el trabajo en la lucha contra la corrupción no se premia con el traslado a otro cargo”. No creyó, desde luego, de que el fiscal general del Estado, Javier Díaz Verón, le estaba premiando. Díaz Verón defendió su decisión con una obviedad: La medida que adoptó “está dentro de sus facultades constitucionales y legales”. Esto está claro. Tiene esa facultad, pero no que castigue al funcionario que cumple su deber de enfrentarse a la corrupción.

Entre los casos que atiende la Fiscalía de Delitos Económicos y Anticorrupción se encuentra el descomunal robo en el Ministerio de Agricultura y Ganadería bajo la administración del senador liberal Enzo Cardozo, sustituido por otro liberal, Rodi Godoy, que siguió con el esquema.

En su libro “La corrupción”, el periodista argentino Mariano Grondona escribe: “En democracia, la presión popular sobre el gobierno es posible porque la corrupción se sabe: los medios de comunicación son libres, la oposición política denuncia al gobierno. En ese clima es más fácil conocer los casos de corrupción, pero a partir de ahí se abre un dilema. Que el tema se discuta y los delitos se denuncien es altamente positivo, pero si los casos no se resuelven, se genera un desaliento colectivo”.

Hacia ese desaliento va la medida que Díaz Verón tomó contra Carlos Arregui presionado por los políticos que no pueden vivir en un país limpio. Si las muchas denuncias de la prensa –que tanto molestan a Bacchetta– terminasen en la nada, es muy posible que el “desaliento colectivo” se convierta en una marea de justa indignación ciudadana contra los corruptos y sus poderosos padrinos. Padrinos que ganaron los sitios claves en el Estado para influir en las decisiones judiciales y dejar impunes los más aberrantes delitos.

Estos personajes piensan que la sociedad paraguaya es la misma de siempre: resignada e indiferente. Pero en los últimos tiempos vemos con alegría que hoy es capaz de salir a la calle a gritar su fastidio.

No permitamos que la corrupción nos gane el partido.

Resumen

Cuando la mafia política se une a la mafia judicial los países tiemblan. Sus instituciones, trabajosamente construidas para servir al pueblo, se tambalean. La democracia retrocede, se debilita, agoniza. Las garantías constitucionales

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