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La Lloronoa


Enviado por   •  25 de Septiembre de 2013  •  1.216 Palabras (5 Páginas)  •  499 Visitas

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La Llorona

Desde hace más de dos siglos que en la Ciudad de México, al sonar las campanas de la medianoche en la catedral, recorre sus calles desiertas y oscuras una mujer vestida de blanco, exhalando unos gemidos agudos que aterran a cuantos tienen la desgracia de oírla. Es un alma en pena, que busca su redención por el llanto y los gemidos. A finales del siglo XVI vivía sola, en una humilde casita de una callejuela oculta, una bellísima joven llamada Luisa. Cada día era mayor el número de admiradores que, deseosos de contemplarla, pasaban a todas horas y animaban la callecita antes solitaria y olvidada. La callejuela hacía un recodo cerca de la casa de Luisa. En las noches sin luna, oscuras y largas, o cuando llovía el viento espantaba a los galanes cantores, sentíanse unos pasos misteriosos, que se acercaban en premeditado recato. A l mismo tiempo, con gran precaución, se abría la puerta de la casa de Luisa y salía de ella una mujer cubierta por un manto, que se acercaba al retablo, bajo la luz del farolillo, donde la esperaba un noven apuesto, envuelto en su capa. Allí permanecían en dulce coloquio, hasta que el alba venía a dar por terminado el amoroso diálogo. Una mañana, los vecinos del barrio se sorprendieron al ver las puertas y ventanas de la casa de Luisa abiertas de par en par y sin que la joven apareciera por ninguna parte. L anoticia corrió por toda la ciudad y no hubo persona que no pasara de largo por la callejuela para cerciorarse de que era cierta la noticia, que era el escándalo de todo México. Los curiosos hacían mil referencias diversas del lance, barajando nombres, títulos y cargos, pronunciados en voz baja con el nombre de la desaparecida. Poco a poco, al pasar los días, la gente fue olvidando el suceso y no volvieron a nombrar a Luisa, ni a su desconocido galán. En un lugar apartado de la ciudad, Luisa fue feliz, consagrada a su ciega pasión por don Nuño, al tierno amor por sus tres hijitos. Sin embargo su existencia, serena durante esos años, fue poco a poco tonándose inquieta y amarga. La ardiente pasión iba cambiando. S in saber cómo, Luisa volvió a encontrarse sola, lejos de los rumores y las luces. Su paso era firme y veloz, como huyera de sí misma. Al llegar a su casa, se dirigió, ciega de dolor y espanto, al armario de su alcoba, donde buscó afanosamente algo que encontró en el fondo de una cajita olvidada. Era un pequeño puñal. Un relámpago horrible pasó por sus ojos. Con las ropas manchadas de sangre, corrió por toda la ciudad, lanzando gritos de dolor, hondos y penetrantes.

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