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La Tristeza Del Inca


Enviado por   •  8 de Diciembre de 2012  •  361 Palabras (2 Páginas)  •  537 Visitas

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La Tristeza del Inca - José Santos Chocano

Este era un Inca triste, de soñadora frente,

de ojos siempre dormidos y sonrisa de hiel,

que recorrió su imperio, buscando inútilmente

a una doncella hermosa y enamorada de él.

Por distraer sus penas, el Inca dio en guerrero;

puso a su tropa en marcha y el broquel requirió;

fue sembrando despojos sobre cada sendero

y las nieves más altas con su sangre mancho.

Tal, sus flechas cruzaron inviolables regiones,

en que apenas los ríos se atrevían a entrar;

y tal fue, derramando sus heroicas legiones:

de la selva a los andes de los andes al mar.

Fue gastando las flechas que tenía en su aljaba,

una vez y otra y otra, de región en región,

porque cuando salía victorioso, lograba

levantar la cabeza, pero no el corazón.

Y cansado de tanto levantar la cabeza,

celebró bailes magnos y banquetes sin fin,

pero no logra nada disipar su tristeza,

ni la sangre del choque, ni el licor del festín.

Nada entraba en el fondo de su espíritu oculto:

ni las cándidas ñustas de dignástico rol,

ni los cirios de Quito, consagradas al culto,

ni del Cuzco, tampoco, los vestales del sol.

Fue llamado el más viejo sacerdote; Adivina

este mal que me aqueja y el remedio del mal;

dijo al gran sacerdote, con voz trémula y fina,

aquel joven monarca, displicente y sensual.

-Ay, señor! - dijo el viejo sacerdote -

Tus penas remediarse no pueden; tu pasión es mortal.

La mujer que has ideado tiene añil en las venas

un trigal en los bucles y en la boca un coral.

- ¡Ay, señor! - ciertos días vendrán hombres muy blancos,

Ha de oírse en los bosques el marcial caracol:

cataratas de sangre colmaran los barrancos,

y entrarán otros dioses en el Templo del Sol.

La mujer que has ideado pertenece a tal raza,

vanamente la buscas en tu in numera grey,

y servirte no pueden oración ni amenaza,

porque tiene otra sangre, otro dios y otro rey

Cuando el rito sagrado le mando optar esposa,

hizo astillas el cetro con vibrante dolor,

y aquel joven monarca se enterró en una fosa

y pensando en la rubia fue muriendo de amor.

Castellana: tú ignoras todo el mal que me has hecho.

Castellana: recuerda que nací en el Perú.

La tristeza del Inca va llenando mi pecho;

y quién sabe... quién sabe si la rubia eres tú.

José Santos Chocano

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