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Las armas del verdugo


Enviado por   •  23 de Junio de 2013  •  Ensayo  •  506 Palabras (3 Páginas)  •  937 Visitas

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Las armas del verdugo

(Autor: Almudena Grandes)

Luego se preguntaría muchas veces cómo pudo haberla escogido de lejos, y seguido a una distancia prudente por el último tramo habitado del barrio, y acelerado el paso hasta alcanzarla, rozarla, olerla casi sobre el balasto florecido de aquel difunto nudo ferroviario, cardos y amapolas entre las vías de acero que ya no volverían a gemir nunca bajo el amoroso peso de los trenes, sin presentir jamás que su inminente victima era ella, ella, su verdugo.

No chilles, porque nadie te va a oír; no intentes salir corriendo, porque yo corro más de prisa que tú, y no te pongas nerviosa, porque no boy a hacerte daño. Sólo quiero que me des el dinero, rápido, todo lo que tengas.

La aferraba por un hombro con la mano izquierda, la navaja en la derecha, dejando sentir su presión todavía inocua en el centro de su espalda, pero sus dedos no supieron que era ella, y no lo supieron sus ojos hasta aquella chica corriente, el manso cordero elegido al azar entre el rebaño, dio la vuelta muy despacio y le miró de frente, las pupilas congeladas de terror, y sólo entonces aprendió él lo que era el miedo.

¡Qué susto me has dado! Esa pocas palabras bastaron para desarmarle, para devolverle al pobre chaval que era, ese infeliz que se deshilachaba de amor por dentro mientras la veía pasar de lejos todas las mañanas cargadas de libros y de cuadernos, sin dejar nunca de limpiar boquerones en un cubo de plástico azul rebosante de agua sucia, la infamante bata blanca salpicada de tripas oscuras y gotas de sangre, los dedos apestando al apestoso hedor del pescado muerto. ´´fíjate, a ésa sí que le daba yo la vuelta``, le había dicho Juan un par de días antes, mientras ella corría bajo la lluvia, esquivando los charcos con la gracia de un animal joven, y él, que la había descubierto mucho tiempo atrás, que llevaba semanas, meses, años, esperándola, no quiso contarle la verdad a su mejor amigo, no se atrevió a decir que él jamás querría darle la vuelta, porque no aspiraba a nada en esta vida que no fuera contemplar cada mañana ese rostro que ahora, cuando estaba tan cerca, no tenia valor para mirar siquiera.

Cerró la navaja con parsimonia aplazada, generosa, mientras buscada infructuosamente una salida, algo que decir, y sintió la tentación de echar a correr, pero temió que las piernas no le sostuvieran. Los segundos ya duraban horas cuando por fin levantó la barbilla para tropezarse con una sonrisa asombrosa, y sus manos esbozaron un gesto vago pero suficiente, que ella, sin embargo, no quiso interpretar. Luego se preguntaría muchas veces cómo pudo haberla seguido hasta allí sin presentir que era ella, Ella, el hada turbia que renuncio a salvarse para tomar su cabeza entre las manos, y acerca su boca a la suya, y besarle como nunca le había besado a un pobre chaval, un maloliente aprendiz

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