Lazarillo De Tormes
Enviado por lobitasweet • 24 de Marzo de 2013 • 18.039 Palabras (73 Páginas) • 313 Visitas
TRATADO PRIMERO
Cuenta Lázaro su vida, y cuyo hijo fue
Pues, sepa vuestra merced ante todas cosas, que a mi llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé
González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro
del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios
perdone, tenia a cargo de proveer una molienda de una aceña, que esta ribera de aquel río, en la
cual fue molinero mas de quince años; y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mi,
tomóla el parto y parióme allí; de manera, que con verdad me puedo decir nacido en el río. Pues
siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de
los que allí a moler venían, por lo cual fue preso, y confesó, y no negó, y padeció persecución por
justicia. Espero en Dios, que está en la gloria; pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este
tiempo se hizo cierta armada contra moros entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba
desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue; y con su
señor, como leal criado, feneció su vida.
Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos, por ser
uno de ellos, y vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse a guisar de comer a ciertos
estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del comendador de la Magdalena, de
manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias
curaban, vinieron en conocimiento. Este algunas veces se venia a nuestra casa, y se iba a la mañana;
otras veces de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo, al
principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viéndole el color y mal gesto que tenía;
mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan,
pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos calentábamos. De manera que, continuando la
posada y conversación, mi madre vino a darme dél un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y
ayudaba a acallar. Y acuerdóme que, estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo,
como el niño veía a mi madre y a mi blancos, y a él no, huía dél con miedo para mi madre, y
señalando con el dedo decía: “¡mamá, coco!”
Y él respondió riendo: “¡Hideputa!”
Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mi:
“¡Cuantos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mesmos!”.
Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del
mayordomo, y hecha pesquisa, hallóse que la mitad por medio de la cebada que para las bestias le
daban hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles y las mantas y sábanas de los caballos hacía
perdidas, y cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre
para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo, ni de un fraile, porque el uno hurta de
los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre
esclavo el amor le animaba a esto. Y probósele cuanto digo y aún mas, porque a mi con amenazas
me preguntaban, y como niño respondía, y descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas
herraduras que por mandado de mi madre a un herrero vendí. Al triste de mi padrastro azotaron y
pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado centenario, que en casa
del sobredicho comendador no entrase, ni al lastimado Zaide en la suya acogiese.
Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia, y por evitar peligro y
quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente viv&iac>
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na; y allí,
padeciendo mil importunidades, se acabó de criar mi hermanico, hasta que supo andar. Ya yo era
buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo demás que me mandaban.
En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para adestralle, me
pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole como era hijo de un buen hombre, el cual
por ensalzar la fe había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor
hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mi, pues era huérfano. Él
respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo sino por hijo. Y así le comencé a servir y a
adestrar a mi nuevo y viejo amo.
Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su
contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y ambos
llorando, me dio su bendición, y dijo:
“Hijo, ya sé que no te veré mas. Procura de ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he, y con buen amo
te he puesto. Válete por ti.”
Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba. Salimos de Salamanca, y llegando a la puente,
está a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que
llegase cerca del animal y allí puesto, me dijo:
“Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro dél.”
Yo simplemente llegué, creyendo ser así; y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó
recio la mano y dióme una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el
dolor de la cornada, y dijóme:
“ Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo”, y rió mucho la
burla.
Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño dormido estaba. Dije
entre mí:
“Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues soy solo, y pensar como me sepa
valer.”
Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza, y como me viese de buen
ingenio, holgábase mucho, y decía:
“Yo oro ni plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir muchos te mostraré.”
Y fue así, que después de Dios éste me dio la vida, y siendo ciego me alumbró y adestró en la
carrera
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