Los Arboles Mueren De Pie
Enviado por ranopla • 3 de Noviembre de 2014 • 21.594 Palabras (87 Páginas) • 266 Visitas
Alejandro Casona
LOS ÁRBOLES
MUEREN DE PIE
Comedia en tres actosEsta obra se estreno en el teatro Ateneo, de Buenos Aires, el día 1 de
abril de 1949, con el siguiente reparto:
PERSONAJES ACTORES
MARTA-ISABEL ................ Luisa Vehil.
LA ABUELA...................... Amalia S. Ariño.
GENOVEVA ..................... Teresa Serrador.
HELENA, secretaria.......... Carmen Domenech.
AMELIA, mecanógrafa ..... Leda Zanda.
FELISA, doncella ............ Soledad Marcó.
MAURICIO ..................... Esteban Serrador.
SEÑOR BALBOA................. Francisco L. Silva.
EL OTRO ........................ Alberto Closas.
EL PASTOR-NORUEGO ......... Francisco Donadío.
EL ILUSIONISTA ................ José M. Navarro.
EL CAZADOR .................... Cayetano Blondo.
EL LADRÓN DE LADRONES ..... José Couto. ACTO PRIMERO
A primera vista estamos en una gran oficina moderna, del más
aséptico capitalismo funcional. Archivos metálicos, ficheros giratorios,
teléfonos, audífono y toda la comodidad mecánica. A la derecha —del
actor—, la puerta de secretaría; a la izquierda, primer término, la
puerta de la dirección. Segundo término, salida privada. La mitad
derecha del foro está ocupada por una librería. La izquierda, en
medio arco, cerrada por una espesa cortina, que al correrse descubre
un vestuario amontonado de trajes exóticos y una mesita con espejo
alumbrado en los bordes, como en un camarín de teatro.
En contraste con el aspecto burocrático hay acá y allá un rastro
sospechoso de fantasía: redes de pescadores, carátulas, un maniquí
descabezado con manto, un globo terráqueo, armas inútiles, mapas
coloristas de países que no han existido nunca; toda esa abigarrada
promiscuidad de las almonedas y las tiendas de anticuario.
En lugar bien visible, el retrato del Doctor Ariel, con su sonrisa
bonachona, su melena blanca y su barba entre artística y
apostólica.
Al levantarse el telón la Mecanógrafa busca afanosamente algo que
no encuentra en los ficheros. Consulta una nota y vuelve a remover
fichas, cada vez más nerviosa. Entra Helena, la secretaria, madura de
años y de autoridad, con sus carpetas que ordena mientras habla.
HELENA.
¿Qué, sigue sin encontrarla?
MECANÓGRAFA.
Es la primera vez que me ocurre una cosa así. Estoy segura de que
esa ficha la extendí yo misma; el fichero está ordenado
matemáticamente y soy capaz de encontrar lo que se me pida con los
ojos cerrados. No comprendo cómo ha podido desaparecer.
HELENA.
¿No estará equivocada la nota?
MECANÓGRAFA.
Imposible; es de puño y letra del Jefe. (Tendiéndosela.) 4-B-43. No
puede haber ningún error.
HELENA.
Hay dos. MECANÓGRAFA.
¿Dos?
HELENA.
Primero, no pronuncie nunca aquí, la palabra Jefe; parece otra cosa.
Diga simplemente Director. Y segundo ¿cómo quiere encontrar a una
muchacha de diez y siete años en las fichas azules? Hasta cumplir la
mayor edad van en cartulina blanca.
MECANÓGRAFA.
Dios mío ¡pero dónde tengo la cabeza hoy!
HELENA.
Mucho cuidado con eso; tratándose de menores la ley es inflexible.
MECANÓGRAFA.
Siempre se me olvida ese detalle del color.
HELENA.
Recuerde que en esta casa cualquier pequeño detalle puede ser una
catástrofe. Muchas vidas están pendientes de nosotros, pero el
camino está lleno de peligros; y lo mismo podemos merecer la
gratitud de la humanidad que ir a parar todos a la cárcel esta misma
noche. No lo olvide.
MECANÓGRAFA.
Perdón. Le prometo que no volverá a ocurrir.
HELENA.
Así lo espero. Y ahora, a ver si es verdad esa seguridad de sus
manos. Póngase ante el fichero de menores con los ojos cerrados y
déme el 4-B-43.
MECANÓGRAFA.
¿Es éste?
HELENA.
Muy bien, la felicito. (Lee.) "Ernestina Pineda. Padre desconocido y
madre demasiado conocida. Abandono del hogar. Peligro. Urgente.
Véase modelo H-4." (Busca en sus carpetas repitiendo.) Modelo H-
4... modelo H-4. H-4. (Un vistazo y frunce el ceño.) ¡Ahá! por lo visto
es grave. (Toma unas notas rápidas en su bloc.)
MECANÓGRAFA.
¿Puedo hacerle una pregunta? Ya sé que no se debe, pero a mí me
ocurrió algo parecido y estoy muerta de curiosidad. HELENA.
Acostúmbrese a obedecer sin preguntar; es mejor para todos.
(Arranca la hoja del bloc y se la da con la ficha y la carpeta.) (La
mecanógrafa va a salir.) Otra cosa; si llega una muchacha de ojos
tristes, con boina a la francesa y tarjeta azul, hágala pasar
inmediatamente.
MECANÓGRAFA.
¿La del ramo de rosas?
HELENA.
¿Cómo lo sabe?
MECANÓGRAFA.
No fue culpa mía; lo oí, sin querer, cuando se lo estaba diciendo el
Jefe.
HELENA.
Director.
MECANÓGRAFA.
Disculpe. (Sale. La Secretaria se sienta a ordenar papeles y tomar
notas. Entra, de secretaría, el Pastor protestante; un tipo demasiado
perfecto para ser verdadero. Viene de un humor nada evangélico.)
HELENA y PASTOR
PASTOR
Esto ya es demasiado. ¡Protesto! Respetuosamente, pero protesto.
HELENA.—(Sin abandonar su trabajo.)
¿Otra vez?
PASTOR.
Yo he sido llamado aquí como especialista en idiomas: nueve lenguas
vivas y cuatro muertas, cuarenta años de estudios, cinco títulos
universitarios... y total ¿para qué? ¿Hasta cuándo me van a tener
ocupado en trabajos inferiores?
HELENA.
¡Cómo! ¿A un problema de conciencia, con dudas religiosas y en una
dama escocesa, le llama usted un trabajo inferior?
PASTOR. ¡Pero otra solterona! Ya llevo cuatro en menos de una semana. Y si
hay algo en este mundo que un solterón no puede soportar es una
solterona.
HELENA.
Muy galante.
PASTOR.
No lo digo por usted. Usted no es una mujer.
HELENA.
Gracias.
PASTOR.
Quiero decir que es un amigo, un camarada. Por eso le hablo con el
corazón en la mano. ¡Protesto, protesto y protesto! (Se arranca
...