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Los versos La Casa


Enviado por   •  21 de Abril de 2015  •  Informe  •  772 Palabras (4 Páginas)  •  135 Visitas

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LA CASA

La mesa, hijo, está tendida,

en blancura quieta de nata,

y en cuatro muros azulea,

dando relumbres, la cerámica.

Esta es la sal, éste el aceite

y al centro el Pan que casi habla.

Oro más lindo que oro del Pan

no está ni en fruta ni en retama,

y da su olor de espiga y horno

una dicha que nunca sacia.

Lo partimos, hijito, juntos,

con dedos duros y palma blanda,

y tú lo miras asombrado

de tierra negra que da flor blanca.

Baja la mano de comer,

que tu madre también la baja.

Los trigos, hijo, son del aire,

y son del sol y de la azada;

pero este pan "cara de Dios"

no llega a mesas de las casas;

y si otros niños no lo tienen,

mejor, mi hijo, no lo tocarás,

y no tomarlo mejor sería

con mano y mano avergonzadas.

* En Chile, el pueblo llama

al pan "cara de Dios."

TODAS IBAMOS A SER REINAS

Todas íbamos a ser reinas,

de cuatro reinos sobre el mar:

Rosalía con Efigenia y

Lucila con Soledad.

En el valle de Elqui, ceñido

de cien montañas o de más,

que como ofrendas o tributos

arden en rojo y azafrán.

Lo decíamos embriagadas,

y lo tuvimos por verdad,

que seríamos todas reinas

y llegaríamos al mar.

Con las trenzas de los siete años,

y batas claras de percal,

persiguiendo tordos huidos

en la sombra del higueral.

De los cuatro reinos,

decíamos, indudables como el Corán,

que por grandes y por cabales

alcanzarían hasta el mar.

Cuatro esposos desposarían,

por el tiempo de desposar,

y eran reyes y cantadores

como David, rey de Judá.

LA FLOR DEL AIRE

Yo la encontré por mi destino,

de pie a mitad de la pradera,

gobernadora del que pase,

del que le hable y que la vea.

Y ella me dijo: "Sube al monte.

Yo nunca dejo la pradera,

y me cortas las flores blancas

como nieves, duras y tiernas."

Me subí a la ácida montaña,

busqué las flores donde albean,

entre las rocas existiendo

medio dormidas y despiertas.

Cuando bajé, con carga mía,

la hallé a mitad de la pradera,

y fui cubriéndola frenética,

con un torrente de azucenas.

Y sin mirarse la blancura,

ella me dijo: "Tú acarrea

ahora sólo flores rojas.

Yo no puedo pasar la pradera."

Trepe las penas con el venado,

y busqué flores de demencia,

las que rojean y parecen

que de rojez vivan y mueran.

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