Metamorfosis
Enviado por DaviidPariente • 15 de Enero de 2014 • 1.642 Palabras (7 Páginas) • 248 Visitas
ESCUELA PARTICULAR NORMAL SUPERIOR “LIC. BENITO JUÁREZ” A.C
LA METAMORFOSIS
Franz Kafka
José David Ramírez Pariente
Martes, 24 de Abril del 2012
Reporte de lectura sobre la gran obra literaria escrita por el escrito judío Franz Kafka. “La metamorfosis”. En la cual se relata el cambio tan turbio que sufrió Gregorio en las penumbras de sus propio cuarto. Cuanto tuvo que vivir y tratar de sobrevivir, el trato de su familia hacia él. Nos hace valorar las cosas más pequeñas y esenciales de la vida.
U
na mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en
un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el que casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación con el grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto.
- ¿Qué me ha ocurrido?
No estaba soñando. Su habitación, una habitación normal, aunque muy pequeña, tenía el aspecto habitual. Sobre la mesa había desparramado un muestrario de paños - Samsa era viajante de comercio-, y de la pared colgaba una estampa recientemente recortada de una revista ilustrada y puesta en un marco dorado. La estampa mostraba a una mujer tocada con un gorro de pieles, envuelta en una estola también de pieles, y que, muy erguida, esgrimía un amplio manguito, asimismo de piel, que ocultaba todo su antebrazo. bla!»
Durante unos momentos permaneció echado, inmóvil y respirando lentamente, como si esperase que el silencio le devolviera a su estado normal.
Pero, al poco rato, pensó: «Antes de que den las siete y cuarto es indispensable que me haya levantado. Además, seguramente vendrá alguien del almacén a preguntar por mí, pues abren antes de las siete.» Se dispuso a salir de la cama, balanceándose sobre su borde. Dejándose caer de esta forma, la cabeza, que pensaba mantener firmemente erguida, probablemente no sufriría daño ninguno. La espalda parecía resistente, y no le pasaría nada al dar con ella en la alfombra. Únicamente le hacía vacilar el temor al estrépito que esto habría de producir, y que sin duda asustaría a su familia. Pero no quedaba más remedio que correr el riesgo.
Ya estaba Gregorio con casi medio cuerpo fuera de la cama (el nuevo método era como un juego, pues consistía simplemente en balancearse hacia atrás), cuando cayó en cuenta de que todo sería muy sencillo si alguien viniese en su ayuda.
Algo ha ocurrido ahí dentro –dijo el gerente en la habitación de la izquierda.
Gregorio intentó imaginar que al gerente pudiera sucederle algún día lo mismo que hoy a él, cosa ciertamente posible. Pero el gerente, como replicando con energía a esta suposición, dio unos cuantos pasos por el cuarto vecino, haciendo crujir sus zapatos de charol. Desde la habitación contigua de la derecha, la hermana susurró:
- Gregorio, está aquí el gerente del almacén.
La madre –que, a pesar de la presencia del gerente, estaba allí sin arreglar, con el pelo revuelto– miró a Gregorio, juntando las manos, avanzó liego dos pasos hacia él, y se desplomó por fin, en medio de sus faldas desplegadas a su alrededor, con la cabeza caída sobre su pecho. El padre amenazó con el puño, con expresión hostil, como si quisiera empujar a Gregorio hacia el interior de la habitación; se volvió luego, saliendo con paso inseguro al recibidor y, cubriéndose los ojos con las manos, manos rompió a llorar de tal modo, que el llanto sacudía su robusto pecho.
Durante las dos primeras semanas, sus padres no se decidieron a entrar a verle. A menudo los oyó alabar la actitud de la hermana, cuando hasta entonces solían, por el contrario, considerarla poco menos que una inútil. Los padres solían esperar ante la habitación de Gregorio mientras la hermana la arreglaba, y en cuanto salía se hacían contar como estaba el cuarto, qué había comido Gregorio, cuál había sido su actitud y si daba señales de mejoría.
Estaban vaciando su cuarto, quitándole cuanto amaba: se habían llevado el baúl en el que guardaba la sierra y las demás herramientas, y ahora estaban moviendo el escritorio, sólidamente asentado en el suelo, en el cual, cuando estudiaba la carrera de comercio e incluso cuando iba a la escuela, había hecho sus ejercicios. No tenía un minuto que perder para neutralizar las buenas intenciones de su madre y su hermana, cuya existencia, por lo demás, casi había olvidado, pues, rendidas de cansancio, trabajaban
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