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Mexico Colonial E Independiente


Enviado por   •  18 de Noviembre de 2014  •  6.616 Palabras (27 Páginas)  •  606 Visitas

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México colonial e independiente

Como la autorización para el dominio de la América otorgada por el papa Alejandro VI a los Reyes Católicos incluía la condición de incorporar a la religión católica a los habitantes de las tierras conquistadas, la campaña civilizadora emprendida por los españoles después de la caída del gran imperio azteca fue regida por el propósito de propagar el cristianismo por tierras americanas. Mientras se construía febrilmente sobre las ruinas de Tenochtitlán, destruida durante la lucha por su posesión, el centro de las actividades de los colonizadores se constituyó en Coyoacán. Allí se nombró la primera autoridad del Valle de México, que fue el Ayuntamiento de Coyoacán, y de allí salieron también los primeros capitanes de Cortés a someter y poblar las regiones más ricas. En esa forma el dominio español, limitado al Valle de México en 1521, se fue extendiendo hasta abarcar la totalidad del territorio mexicano. Durante el primer siglo de la dominación española, se llevaron a cabo exploraciones que permitieron conocer la extensión del territorio y se cimentaron las bases de las colonias que en los siglos siguientes habían de desarrollarse.

La Familia

El impacto de la conquista sobre el mundo mesoamericano tuvo repercusiones en todos los terrenos; la familia y las formas de convivencia doméstica no fueron excepciones. Los castellanos aportaron sus propias concepciones y costumbres, pero ya que no habían llegado a un territorio desierto se produjo el choque inevitable y el posterior intercambio entre dominadores y dominados. En Castilla era notable la diferencia entre la importancia concedida a los linajes de las "casas" señoriales y la espontánea solidaridad entre parientes de origen modesto, sin timbres nobiliarios que defender. Por otra parte, la población del México prehispánico daba gran importancia a los lazos familiares, de modo que las antiguas rutinas y tradiciones tuvieron que armonizar con los nuevos criterios.

Cuando los cronistas se referían a la vida familiar en Mesoamérica era frecuente la mención de la "parentela", término algo ambiguo en el que quedaban incorporados parientes consanguíneos o políticos e incluso allegados sin lazos familiares reconocidos, ya fueran o no corresidentes. Reconocían así la importancia de las lealtades familiares, compatibles con la forma más común de convivencia, que era, como en casi todos los pueblos de occidente, la familia nuclear. También es constante cuando los autores se refieren al régimen doméstico, el reconocimiento del orden imperante, bajo la indiscutida autoridad de los varones de más edad, que contaban con la dócil sumisión de las mujeres, fueran hijas o esposas. Entusiasmados al valorar aquellas costumbres afines a las recomendadas por la moral cristiana y que se fomentaban en las escuelas de los templos, los frailes evangelizadores ensalzaron la castidad de las doncellas y la austeridad de los jóvenes. La realidad era, sin duda, más compleja de lo que ellos quisieron ver, porque el rigor en la formación del carácter de los niños y el mantenimiento de la virginidad de las niñas eran exigencias impuestas a las familias prominentes, precisamente con el fin de justificar los méritos de su estirpe: los nobles y sacerdotes demostraban así su mayor perfección humana, que podían alcanzar por el hecho de ser nobles, lo cual demostrarían en el futuro desempeño de sus tareas superiores, religiosas y de gobierno. Los macehuales o gente del común practicaban costumbres más flexibles, entre las que se aceptaban las relaciones prematrimoniales y el divorcio.

La formalidad de los enlaces, celebrados con ceremonias precisas y con un ritual reconocido, y la monogamia generalizada inclinaron a los teólogos a considerar que las uniones de parejas anteriores a la conversión al cristianismo podían considerarse verdaderos matrimonios de derecho natural. Tan sólo se requería que los cónyuges se hubieran unido voluntariamente, con "affectus maritalis" y con la debida solemnidad. Después de arduas discusiones y estudios, se consideró que la poligamia de los nobles era una excepción, que no afectaba a la legitimidad de la institución matrimonial y que era susceptible de remediarse siempre que el marido, el único que estaba en condiciones de elegir, decidiera con cuál de las esposas había contraído verdadero matrimonio, lo que según el derecho canónico correspondía a la primera con la que se unió con el debido conocimiento, libertad e intención de mantener un afecto duradero.

Pese a las evidentes diferencias entre los modelos familiares mesoamericano y cristiano, la integración de ambas tradiciones no fue muy difícil, si bien dio pie al arraigo de nuevas costumbres, ajenas igualmente a ambas culturas. Salvada la resistencia de los primeros momentos, los nobles o caciques, interesados en aprovechar las ventajas que la asimilación a la sociedad colonial les ofrecía, aceptaron sin mucha resistencia, y quizá algunos simplemente fingieron el rechazo de sus creencias y de sus esposas a cambio de conservar algunos privilegios y asumir el papel de mediadores entre los conquistadores y sus propios vasallos. El aparente abandono de sus anteriores familias se resolvió, en muchos casos, al situar las viviendas de todas las que habían sido desechadas en torno al mismo patio en que ellos conservaban su residencia, compartida con la esposa elegida como única. Al mismo tiempo, la monogamia obligatoria y la creciente movilidad de que disfrutaron los macehuales propició el relajamiento del antiguo rigor, ya que desaparecía la responsabilidad de mantener a todos los hijos procreados con diferentes esposas o compañeras. Esta nueva libertad coincidía con el establecimiento de otras autoridades y la ruptura de las viejas lealtades, que había propiciado la decadencia del antiguo respeto a los superiores y de la rigurosa distinción de las jerarquías. Los funcionarios reales denunciaron los vicios derivados de la ruptura de los tradicionales lazos de obediencia a los señores locales y el debilitamiento de los mecanismos comunitarios de control.

A medida que la expansión colonizadora ocupaba tierras al norte de lo que había sido el señorío azteca, los castellanos encontraban poblaciones nómadas o seminómadas con costumbres muy diferentes, impuestas por las duras condiciones del medio ambiente. Los misioneros franciscanos y jesuitas aprovecharon el sistema de congregaciones o reducciones para vigilar directamente el comportamiento de los neófitos quienes, poco a poco, y ya que cambiaron su modo de vida y pudieron sobrevivir gracias a la agricultura y la ganadería, abandonaron costumbres como el aborto o el infanticidio,

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