Mi Primera Mujer Por Juan De La Cabada
Enviado por Taiga1 • 2 de Abril de 2014 • 1.023 Palabras (5 Páginas) • 753 Visitas
Mi primera mujer, la primera que desnuda conocí, llamábase Faustina. Tendría ella 50 años y yo unos 16. En la población donde nací, vivíamos en la casa de piedra del solar de mis padres. Había dentro del solar, además de la casa varios cuartos que mi familia daba en arriendo. Un arrendatario de aquellos cuartos le pegaba diariamente a su mujer. Envidia me causaba este vecino y, ganoso de comenzar a imitarlo, una vez le pregunte:
-Oiga, amigo, y ¿Cómo halla motivos para golpear a su mujer todos los días? Yo quisiera, discurro y no veo pie para poder hacer lo mismo con la mía.
Me contesto:
-Amigo, ¡si es tan fácil! Compras un kilo de carne; lo traes; se lo das a tu mujer, diciéndole que te lo haga en 5 guisos. Ella no querrá, no sabrá –de perezosa- o no podrá, y ahí tienes la primera ocasión para golpearla.
A la mañana siguiente compre un kilo de carne, y se lo día la mujer con las palabras expresas que me había recomendado el inquilino. Pero resultó que cuando volví de mi trabajo, la carne estaba preparada en 5 guisos.
Apenas probé bocado por la desilusión y salí a la calle a distraerme. El vecino, que me aguardaba casi al marco de mi puerta, saltó curioso y en voz baja, sobre mí
-¿Qué tal? ¿Ya?... ¿le diste la paliza?
-No se pudo-respondí-porque hizo perfectamente lo que le ordene. ¡Soy muy infeliz!
-¡Que torpe eres!- dijo el amigo- Nada se te ocurre y ni atarías ni desatarías si, por ventura, no tuvieras amistades listas para darte buenas mañas. Fíjate y oye, óyeme bien esta nueva receta. Hoy es sábado ¿no?
-Sí
-¿Y es tuyo ese burrito que llevas a la leña los domingos? ¿Cómo le llamas?
- Se llama Prudencio y es de Faustina, mi mujer.
-Aún mejor: mañana domingo, a tu regreso de leña le das la vuelta frente a tu casa, lo coges por la cabeza y lo metes reculando. Tu mujer gritara: “Eres un bruto. ¿Por qué lo metes al revés? ¡Pobre animal!”. Tú te sulfuraras e inmediatamente la golpearás.
El domingo cuando regresé de leñar, puse a Prudencio tal cual me tenía aconsejado mi vecino. Como el burro no estaba acostumbrado, sembró sus cuatro patas en el suelo y no bastaron mis fuerzas para meterlo reculando. Entonces mi mujer, que se mecía en una hamaca, se levantó furiosa, agarró de la cola al animal y tiró de él; diciendo: -Aquí no vas a hacer lo que te dé la gana, burro del demonio; lo que mi marido haga está bien hecho!
Perdí otra vez la ocasión que tanto deseaba, y me fui abañar junta al pozo para bajar la rabia y refrescarme.
Así las cosas, murieron mis padres. Malbarate su solar, y con este dinero pague sus enfermedades, los entierros, Faustina vendió el burro. Tuve que abandonar la población y llevarme al monte a mi mujer. Se acabó el trabajo del monte y nos quedamos allá en la miseria. Entonces zumbaron a mi alrededor indirectas e improperios: “¡Grandísimo holgazán!” Yo pensaba; “No puedo mantenerla. Además, me he acostumbrado mucho a ella y no sirvo para pegar, no sé o no quiero hacerlo.” Pero llego al punto de insolentarse:
-¡Vete! ¡Ya estoy cansada de
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