Nala Y Damayanti
Enviado por reypuente • 22 de Septiembre de 2013 • 3.326 Palabras (14 Páginas) • 345 Visitas
NALA Y DAMAYANTI
Escuchad ahora la bella historia de Nala y Damayanti, donde hay cisnes, elefantes, héroes y dioses. Está escrita en el libro de la selva de "Mahabaraba", el libro venerable de la India. Hace más de dos mil años la contó a los hombres antiguas el poeta Vyassa.
Virasena, que reinó en el país de los Nisadas, dejó dos hijos al morir. El mayor, Nala, era más hermoso que el mismo Indra, rey de los dioses. Cuando atrevesaba la ciudad, al frente de sus ejércitos, parecía el sol en toda su gloria. Era valiente y piadoso, conocía los sagrados Vedas y protegía a los brahamanes.
Su hermano Puskara era enteco y envidioso. Le gustaba vivir en la sombra, y jamás se mezclaba con el pueblo. Nadie sabría decir si era valiente o cobarde, porque nunca se le vió en los juegos ni en la guerra.
Nala se entregaba con placer a la doma de caballos salvajes. Ninguno se le resistía; y a todos los reducía a la rienda y al yugo. Y con ellos vencía en la carrera a los más hábiles conductores de carros. Después de los Consejos, donde trataba los asuntos de su reino, se entretenía algunas veces en jugar a los dados. Y siempre tenía suerte; pero las ganancias del juego las repartía entre los ascetas y los mendigos. Nala no quería otras riquezas que las que se ganan con los brazos y con el corazón.
En el país de los Vidarbas reinaba el magnánimo Bhima. Tenía una sola hija, Damayanti, que era hermosa entre todas las doncellas. Su rostro era más gracioso que la luna creciente y sus ojos más bellos que la flor azul del loto. Su voz era tan melodiosa, que al hablar parecía que cantaba. Los viajeros que cruzaban el país de los Vidarbas celebraban por toda la tierra la belleza de Damayanti. El rey Bhima la adoraba, y le dió por doncellas a las más hermosas vírgenes del país.
¡Cuántas veces Damayanti oyó decir a sus doncellas: "Nala es el más hermoso de los reyes!"
Y ¡cuántas veces oyó Nala decir: "Damayanti es la más bella de las princesas!"
Así Nala comenzó a soñar con la princesa Damayanti. Ya no le divertían las fiestas de su palacio; escuchaba con impaciencia los discursos de sus consejeros, no prestaba atención a los emisarios de los reyes vecinos y buscaba la soledad de sus jardines. Allí, tendido sobre la yerba fresca, con los ojos entornados, soñaba con la bella princesa Damayanti.
Un día cogió de su jardín un cisne de alas doradas. El cisne, al sentirse preso, lanzó un grito y habló:
-No me mates, ¡oh rey! Si me concedes la vida yo iré al país de los Vidarbas, veré a la bella Damayanti y le diré cuánto la amas.
Nala sonrió, sorprendido y alegre; abrió su mano, y el cisne desplegó sus alas volando hacia el país de los Vidarbas.
Damayanti estaba en su jardín, bañándose con sus doncellas en un estanque florecido de lotos, cuando vió llegar un cisne de alas de oro, que se posó sobre el agua. La princesa se dirigió hacia él a nado, pero el cisne huía nadando más ligero que ella. Así lo persiguió por el agua y luego por la pradera, alejándose de sus doncellas. Entonces el cisne le habló con una voz como una canción:
-Escúchame, bella Damayanti, que vengo a ti como mensajero. En el país de los Nisadas reina el gran Nala; no tiene par entre los hombres y es más hermoso que los mismos dioses. Nala te ama y está triste de amor. Ámale tú, Damayanti, la más bella de las princesas. Que lo mejor se una a lo mejor.
Damayanti escuchaba al cisne, y sus labios se entreabrían oyéndole como una flor al sol. Después acarició tiernamente al mensajero de las alas de oro:
-Vuela, cisne querido, vuela al país de los Nisadas. Y di a Nala que se ponga en camino, que venga a casa de mi padre. La más humilde de las princesas se honrará con la visita del más hermoso y valiente de los reyes.
Y el cisne, rápido y sonoro, voló nuevamente al país de los Nisadas.
El rey Bhima envía heraldos por toda la tierra, convocando a una Asamblea nupcial donde la princesa Damayanti elegirá esposo. Corren los heraldos lanzando su pregón por todos los reinos, y todos los príncipes se ponen en camino hacia el país de los Vidarbas. Van en ilustres carros, seguidos de brillantes cortejos. Entre todos destaca el carro dorado de Nala, tirado por veloces caballos salvajes.
Es la víspera de la Asamblea nupcial. Hoy todos los caminos de la India conducen a la corte de la princesa Damayanti.
Y el pregón de bodas llega también a la mansión de los dioses. Allí están reunidos el celeste Indra, y el ardiente Agni, y Kali, el dios vengativo, y todos los demás dioses. lndra les dirige la palabra:
-Escuchad, inmortales. Mañana se celebra en la corte del magnánimo Bhima la Asamblea nupcial donde la bella Damayanti ha de elegir esposo. Damayanti es la más hermosa princesa de la tierra; todos los reyes arden en deseos de agradarle. ¿No iríamos nosotros a disputar a los reyes de la tierra la más bella de las princesas?
- ¡Sí, sí! -contestan todos-. Descendamos a la corte de Bhima, y que Damayanti elija su esposo entre los dioses.
Y con deslumbrantes cortejos, Indra, Agni, Kali y todos los dioses se encaminan en carros de oro hacia el país de los Vidarbas.
Todos los pretendientes son introducidos en un amplio salón de techos altísimos, resplandeciente de oro y pedrerías. Bhima recibe a todos con el rostro sonriente, dichoso de ver en su reino a los más ilustres príncipes de la tierra. Cuando entran los dioses se inclina gravemente ante ellos, deslumbrado por su aire majestuoso. Pero cuando hace su entrada Nala se oye en todas partes un grito de admiración: es brillante como un héroe, hermoso como un dios. Entre los dioses se sienta; los príncipes le miran con envidia, y los mismos dioses no pueden ocultar su turbación.
En medio de un gran silencio aparece ahora la noble Damayanti. Trae en sus manos una guirnalda de lotos para ofrecerla al elegido de su corazón. Sus ojos, sonrientes y turbados, se posan sobre todos los pretendientes, y al ver a Nala, su corazón desfallece de gozo y de amor. Sin vacilar va hacia él para tenderle la guirnalda. Pero los dioses ven que van a ser públicamente derrotados por un hombre y rápidamente se ponen de acuerdo para evitarlo.
De pronto Damayanti se detiene con los ojos desmesurados de sorpresa. Todos los dioses han tomado figura de Nala, y Damayanti ve delante de sí cien Nalas, todos iguales. Entonces comprende que es una treta urdida por los dioses y les reza con toda la ternura de su corazón:
- ¡Oh dioses! Bien sabéis que no puedo querer más que a Nala. El cisne me trajo su palabra de amor, y quiero serle fiel. ¡Oh dioses! Vuestra gloria es tan grande, que no puede caber en el amor de una débil mujer. ¡Oh guardianes del mundo! Presentaos en todo vuestro
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