Novela Literatura
Enviado por lupitaRO • 16 de Enero de 2014 • 3.633 Palabras (15 Páginas) • 435 Visitas
Harry era un solo temblor cuando entró sudando al gran galpón abandonado al que llamaba hogar desde hacía unas semanas. Hizo su mejor esfuerzo por lucir normal mientras dejaba las bolsas con mercadería en la rechinante mesa de acero y, disimuladamente, miró alrededor, procurando que Gemma no pudiera verlo.
Ella estaba jugando con los más pequeños cerca de la estufa, acompañada por el chico nuevo, que se había acercado a ellos hacía una semana, más o menos. Gemma lo había visto entrar, pero Harry estaba casi seguro de que no podría ver ni su miedo ni su confusión desde el otro lado del galpón. Aunque, recordó, ella tenía una habilidad especial para ver un poquito más allá, ver las lágrimas antes del llanto y las disculpas antes de la primera palabra.
El irlandés saludó a Harry mientras quitaba las latas de puré de tomate de las bolsas, pero no parecía muy preocupado por obtener una respuesta. Sin decir más que el “hola” se puso a abrir las latas y a pelar las cebollas en silencio.
Era normal, pensó Harry mientras se sacaba el saco respirando hondo (para tranquilizarse) y lo dejaba sobre una silla a unos metros. Era normal que el irlandés no esperara un saludo suyo, porque Harry jamás lo había saludado, ni a él ni al nuevo ese, que todavía no tenía siquiera un nombre. Es decir, tenía uno, claro, pero no uno que ellos debieran saber.
Las reglas eran simples, decía Nick antes de desaparecer, si tienes un nombre real eres más fácil de rastrear. Así que Nick no se llamaba Nick realmente, y todos le decían papá. Y a Gemma le decían mamá, salvo Harry que la llamaba Gemma, porque es muy raro tratar a tu hermana como una madre, aunque le costara un coscorrón de Nick cada vez que pronunciaba su nombre en voz alta.
Extrañaba a Nick. Especialmente en momentos como ese. Le vendrían bien una de esas charlas acompañadas de café, a la madrugada, mientras su hermana dormía y Nick le explicaba de punta a punta los planes y proyectos para el futuro. Nick pensaba en todo, desde la necesidad de apodos hasta cuando era apropiado mudarse de ciudad. Siempre tenía algo que decir de los lugares en los que trabajar, de las personas que dejar entrar, del comportamiento de los chicos en la familia, de la dieta, del abrigo, del lugar donde vivían.
Y seguramente tendría algo que decir cuando Harry le contara que había visto a Louis. Que lo había visto y que Louis lo había visto a él.
Un nuevo escalofrío recorrió su cuerpo. Se puso a cortar zanahorias, sin que nadie se lo pida, intentando distraerse del molinete de recuerdos que bailaban en su cabeza. El irlandés le dejó un lugar amablemente, y le puso un pedazo de pan cerca, para que coma algo mientras cocinaban, porque ellos nunca llegaban al guiso que los niños devoraban ansiosos.
No acababa de pelar la primer zanahoria, cuando alguien le habló.
“¿Eres rulitos?” le preguntó el nuevo, y Harry levantó la cabeza. Se preguntó, divertido, si acaso ese chico tendría el coraje para robar en la calle y no delatarse o empezar a llorar como un bobo. Se veía bastante estúpido. Parecía asustado hasta de hablarle a él. “Soy… Umm.” Balbuceó ante el inmutable silencio de Harry. “Soy… ¿cachorro?” dijo y el irlandés estalló en carcajadas.
Hasta Harry se rio, olvidándose de Louis por un momento. Cachorro, sí. Ese era un nombre apropiado. Tenía los ojos redondos y oscuros, las cejas tupidas, una sonrisa asomándose entre sus labios a todo momento. Sí, parecía un cachorro.
“Soy rulitos” se presentó Harry, y le extendió la mano a modo de saludo. “Y él es el irlandés”
“Puedo presentarme solo” dijo el rubio, y le extendió la mano al nuevo también.
“Mamá me dijo que ayude en la cocina, porque… Porque quiere hablar contigo, ¿rulitos?” dijo dudoso. Los chicos nuevos siempre tenían problema adaptándose a eso de los apodos, pero en un par de días, pensó Harry, estaría acostumbrado. Harry ni siquiera podía recordar cuando fue la última vez que le preguntó el nombre a alguien.
Y, sinceramente, apenas si recordaba tres nombres además del suyo. El de Nick, el de Gemma, y el de Louis. Ni siquiera recordaba el de su mamá, aunque valía la aclaración: no hablaba de ella desde hacía varios años.
Le dio el cuchillo al chico nuevo y se mojó las manos en el latón con agua para lavárselas un poco. Después de eso cruzó hasta el otro lado del galpón, donde Gemma y los chicos jugaban con bloques sucios que habían encontrado apenas llegaron a esa ciudad.
“Hola” murmuró mientras se sentaba al lado de su hermana. La temperatura en ese rincón del galpón era más agradable y la vieja estufa a leña dibujaba las sombras más graciosas en el suelo. Una niñita, Harry creía que se llamaba Princesa, jugueteaba con unas hojas secas bailando sobre esa sombra.
“¿Estás bien?” le preguntó su hermana. Pero Harry no respondió.
“¿Era princesa su nombre?” dijo sin quitar la vista de encima de aquella bellísima bebé de rubios cabellos y vestidos rajados.
Recordaba cuando la encontraron, hacía poco más de un mes, llorando en el pórtico de una casa de la que escapaban gritos de dolor, y ahullidos de auxilio. Harry cerró los ojos y fue como si pudiera estar en esa casa, como si pudiera ver a la mujer siendo golpeada, ultrajada, y…
Aquella noche Gemma tomó a la bebé en brazos, miró alrededor un par de veces, y luego a Harry. Los dos hablaron en silencio por un par de segundos, intercambiando miradas: tenían lágrimas en los ojos y mucho, muchísimo miedo. Y luego corrieron, pero la bebé no lloraba, y cuando llegaron al tráiler donde se estaban quedando por esos días, bastó un minuto para que todos entendieran que era hora de partir.
“Es Hada, ahora” explicó Gemma, y los recuerdos de Harry de la veloz mudanza de la última vez se perdieron de nuevo.
“Cómo puede ser que una niña que no habla cambie de apodo todo el tiempo” se burló Harry y su hermana rió breve pero dulcemente
“Es que… ¡Simplemente deja de responder a los apodos que le pongo!” explicó. Tenía lágrimas en los ojos, pero Harry no entendía por qué. Ni por qué lloraba ni por qué hacía de cuenta que no lo hacía. “¿O no Hada?” dijo y la bebé volteó la mirada a ellos, apretando entre sus deditos la hoja seca con la que jugaba, “¿O no que adoras cambiar de nombre?”
Hada rió, y a Gemma y a Harry el alma se les alivianó un poco. Él se acercó a la beba y cambió la hoja seca de su mano por un celular viejísimo que no había podido siquiera vender. Ya no tenía ni chip, ni batería, pero Harry había guardado la carcaza como juguete.
“Vas a tener que elegir un nombre y quedártelo, Hada” le dijo en tono juguetón, mientras
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