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Ojos verdes


Enviado por   •  13 de Junio de 2020  •  Monografía  •  1.382 Palabras (6 Páginas)  •  183 Visitas

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Alejandra Troilo

Efìmera pasión

Continuidad del cuento: El cuñado corteja a la joven esposa, “lo que usted necesita es un amante”. Chejov

María se había casado cuando era muy joven con Eduardo, él le llevaba más de diez años, pero a ella no le importaba demasiado, sólo quería huir de esa casa donde su madre la regañaba constantemente y su padre se quejaba siempre de alguna enfermedad. Cuando conoció a Eduardo, él la cautivó de inmediato con su galantería y regalos costosos, “es todo un caballero” repetía ella entre sus amigas y su círculo íntimo. Un día llegó el momento crucial en su vida: Eduardo le propuso matrimonio. Todas las jóvenes de esa edad esperaban al príncipe azul y Eduardo reunía todas las condiciones, era un  hombre fornido, alto, moreno, muy educado y atento. Luego de grandes preparativos se realizó la ceremonia, las dos mejores amigas de María oficiaron de damas de honor. La casa a la cual se mudarían era perfecta: tenía dos habitaciones, una gran cocina, un comedor espacioso que pintaron ellos mismos de un amarillo suave, los pisos de madera relucían en el living, donde además había una chimenea que brindaba un clima acogedor, allí colocaron unos cómodos sillones, delicadas cortinas blancas  y en el centro una mesita ratona. La casa contaba además con  un amplio jardín lleno de plantas y rosales. Ese era el sueño de la mayoría de las mujeres de esa edad.

Pasaron los meses y Eduardo se encontraba demasiado abstraído en sus asuntos de negocios. Casi nunca iban al cine ni al teatro, ambas actividades a María le encantaban. Sus encuentros sexuales eran cada vez más esporádicos y monótonos, el matrimonio había caído en una rutina y se había transformado en un círculo vicioso. Varias veces ella se lo planteó, pero esos planteos terminaban, generalmente, en discusiones en las que  Eduardo le decía que era gracias a esas ocupaciones  que a ella no le faltaba nada. Ella se deprimió. Intentaba compensar ese vacío yendo a clases de gimnasia, salidas con alguna amiga, intentaba llenar sus espacios de soledad de alguna manera, pero nada la conformaba.

Una tarde mientras ella estaba en su casa sonó el teléfono, una voz masculina desconocida se escuchó del otro lado, era Mariano, el hermano menor de Eduardo, radicado desde hacía unos años en España, ahora volvía para visitar a su hermano y limar algunas asperezas producto de discusiones que habían tenido en su juventud.

María estaba desconcertada, no sabía que Christian vendría tan pronto. Se dispuso a ordenar y limpiar un poco la casa. Al rato la llamó Eduardo para decirle que la  reunión que tenía en la oficina se había extendido y le pidió si ella podía ir al aeropuerto a buscar a su cuñado. María aceptó a regañadientes y salió. Christian la estaba esperando con todas sus valijas, en un rincón, sentado, ella lo conocía por fotos, pero estaba cambiado, cuando se había ido era casi adolescente, en cambio ahora era todo un hombre, alto, buen mozo, con unos ojos verdes casi transparentes, sonrisa perfecta y una forma de ser casi aniñada que despertaba ternura. Ambos se saludaron y partieron hacia la casa.

Él era un joven relajado, simpático. Ella todo el tiempo trataba de cuidar las formas. Desde que se había casado con Eduardo se le fue borrando la sonrisa, de a poco, alcanzando esa formalidad y seriedad que tenían las “señoras de su casa”, pero aun así conservaba su figura, su pelo castaño largo con rulos, sus hermosos ojos, le daban aspecto de una mujer de otra época.

 _Vamos, tengo el auto acá cerca_ le dijo. La mirada penetrante del cuñado parecía todo el tiempo querer decirle algo.

 Llegaron a la casa y ella le preparó la habitación que estaba desocupada y dispuso  toallas limpias y todo le necesario.

 _Debés estar cansado, te dejo todo para que te des una ducha, voy a preparar la cena. _le dijo cerrando la puerta, pero como sin querer cerrarla.

_Muchas gracias María, sos muy amorosa. Esas palabras resonaron en ella, durante tanto tiempo no recibía un cumplido, que fue inesperado y a la vez alagador.

Para la hora de la cena llegó Eduardo, se abrazaron con su hermano y se pusieron al día, recordando anécdotas de la niñez y riendo, como si nunca se hubiesen distanciado. María sintió que estaba demás, fue a lavar los platos y pensaba en Mariano, en sus hermosos ojos verdes, su sonrisa, pero luchaba contra esa imagen, deseaba borrarlo de su mente.

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