Perdona Nuestras Ofensas Como También Nosotros Perdonamos A Los Que Nos Ofenden.

Dios sabe que no fue mi culpa. Ella era la que llegaba con esos vestiditos apretados y casi transparentes que dejaban muy poco a la imaginación. Siempre quería colaborar recogiendo las cosas al final de la misa para quedarse a solas conmigo y contonear sus atributos, que por cierto eran bastante grandes y notorios para tener 12 años.

El domingo 28 de marzo de este mismo año, un domingo de ramos que bien recuerdo, yo había sido el encargado de las confesiones de ese día. El domingo de ramos es uno de los días más hartos para confesar, porque como es el comienzo de la semana santa, todo mundo quiere estar libre de pecado para poderse ir a emborrachar a la playa estando en paz con Dios. Ella no era la excepción, y fue de hecho una de las primeras en llegar a la iglesia, la confesé justo después de un señor que estaba muy arrepentido de haber traicionado a su mujer con una muñeca inflable.

La muy desvergonzada no fue a confesarse sino a calentarme el oído, me contó muy detalladamente la noche de lujuria y placer que la había hecho pasar su novio de 21 años que la dejó por perra después de esa noche.

Yo tenía la penitencia perfecta para ella, un pecado de esa magnitud solo puede ser perdonado de una manera; asi que la hice volver a la iglesia para la misa de las 9:00 p.m.

Como era lo usual, ella me ayudo a recoger el vino al final de la misa, le dije que si quería podía beber de él. Al cabo de un rato ella ya estaba lista, lista para pagar su penitencia.

Es por eso que ahora no puedo volver a poner un pie en la iglesia, y me toca esconderme en esta esquina. Trabajando como embolador de zapatos, cubriéndome la cara con gafas, gorra y esta hijueputa biblia más grande que mi pecado.

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