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Poema De Jaime Sabines


Enviado por   •  12 de Mayo de 2015  •  2.414 Palabras (10 Páginas)  •  424 Visitas

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Jaime Sabines Gutiérrez fue un querido y respetado poeta y político mexicano, nacido en Tuxtla Gutiérrez el 25 de marzo de 1926 y fallecido en Ciudad de México el 19 de marzo de 1999. Su padre, Julio Sabines, fue uno de los responsables de su amor por la poesía, y probablemente de su personalidad sencilla y accesible, una de las razones de su éxito en vida. A los 19 años comenzó a estudiar medicina, para darse cuenta poco tiempo después de que su lugar estaba en la Literatura. Resulta curioso que tanto su esposa como sus cuatro hijos tuvieran nombres que comenzaban con "j", inicial del nombre de su padre, así como del suyo propio y el de sus tres hermanos.

Como escritor fue muy productivo; si bien difundió su poesía desde los 18 años, con "Horal", su primer poemario, comenzó en 1950 una serie de publicaciones que culminaría pocos años antes de su muerte. Sabines reconoció la importancia del estudio técnico para su evolución como escritor, para encontrar su propia personalidad, sin dejar de inspirarse en Neruda o Lorca, entre sus otras fuertes influencias. Su amor por su padre quedó plasmado en un poema que el mismo autor consideró su mejor obra, "Algo sobre la muerte del mayor Sabines".

Algo sobre la muerte del mayor Sabines

PRIMERA PARTE

I

Déjame reposar,

aflojar los músculos del corazón

y poner a dormitar el alma

para poder hablar,

para poder recordar estos días,

los más largos del tiempo.

Convalecemos de la angustia apenas

y estamos débiles, asustadizos,

despertando dos o tres veces de nuestro escaso sueño

para verte en la noche y saber que respiras.

Necesitamos despertar para estar más despiertos

en esta pesadilla llena de gentes y de ruidos.

Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas,

por eso es que este hachazo nos sacude.

Nunca frente a tu muerte nos paramos

a pensar en la muerte,

ni te hemos visto nunca sino como la fuerza y la

alegría.

No lo sabemos bien, pero de pronto llega

un incesante aviso,

una escapada espada de la boca de Dios

que cae y cae y cae lentamente.

Y he aquí que temblamos de miedo,

que nos ahoga el llanto contenido,

que nos aprieta la garganta el miedo.

Nos echamos a andar y no paramos

de andar jamás, después de medianoche,

en ese pasillo del sanatorio silencioso

donde hay una enfermera despierta de ángel.

Esperar que murieras era morir despacio,

estar goteando del tubo de la muerte,

morir poco, a pedazos.

No ha habido hora más larga que cuando no

dormías,

ni túnel más espeso de horror y de miseria

que el que llenaban tus lamentos,

tu pobre cuerpo herido.

II

Del mar, también del mar,

de la tela del mar que nos envuelve,

de los golpes del mar y de su boca,

de su vagina obscura,

de su vómito,

de su pureza tétrica y profunda,

vienen la muerte, Dios, el aguacero

golpeando las persianas,

la noche, el viento.

De la tierra también,

de las raíces agudas de las casas,

del pie desnudo y sangrante de los árboles,

de algunas rocas viejas que no pueden moverse,

de lamentables charcos, ataúdes del agua,

de troncos derribados en que ahora duerme el rayo,

y de la yerba, que es la sombra de las ramas del cielo,

viene Dios, el manco de cien manos,

ciego de tantos ojos,

dulcísimo, impotente.

(Omniausente, lleno de amor,

el viejo sordo, sin hijos,

derrama su corazón en la copa de su vientre.)

De los huesos también,

de la sal más entera de la sangre,

del ácido más fiel,

del alma más profunda y verdadera,

del alimento más entusiasmado,

del hígado y del llanto,

viene el oleaje tenso de la muerte,

el frío sudor de la esperanza,

y viene Dios riendo.

Caminan los libros a la hoguera.

Se levanta el telón: aparece el mar.

(Yo no soy el autor del mar.)

III

Siete caídas sufrió el elote de mi mano

antes de que mi hambre lo encontrara,

siete veces mil veces he muerto

y estoy risueño como en el primer día.

Nadie dirá: no supo de la vida

más que los bueyes, ni menos que las golondrinas.

Yo siempre he sido el hombre, amigo fiel del perro,

hijo de Dios desmemoriado,

hermano del viento.

¡A la chingada las lágrimas!,dije,

y me puse a llorar

como se ponen a parir.

Estoy descalzo, me gusta pisar el agua y las piedras,

las mujeres, el tiempo,

me gusta pisar la yerba que crecerá sobre mi tumba

(si es que tengo una tumba algún día).

Me gusta mi rosal de cera

en el jardín que la noche visita.

Me gustan mis abuelos de Totomoste

y me gustan mis zapatos vacíos

esperándome como el día de mañana.

¡A la chingada la muerte!, dije,

sombra de mi sueño,

perversión de los ángeles,

y me entregué a morir

como una piedra al río,

como un disparo al vuelo de los pájaros.

IV

Vamos a hablar del Príncipe Cáncer,

Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata,

que se divierte arrojando dardos

a los ovarios tersos, a las vaginas mustias,

a las ingles multitudinarias.

Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncer

en la raíz del cuello, sobre la subclavia,

tubérculo del bueno de Dios,

ampolleta de la buena muerte,

y yo mando a la chingada a todos los soles del mundo.

El Señor Cáncer, El Señor Pendejo,

es sólo un instrumento en las manos obscuras

de los dulces personajes que hacen la vida.

En las cuatro gavetas del archivero de madera

guardo los nombres queridos,

la ropa de los fantasmas familiares,

las palabras que rondan

y mis pieles sucesivas.

También están los rostros de algunas mujeres

los ojos amados y solos

y el beso casto del coito.

Y de las gavetas salen mis hijos.

¡Bien haya la sombra del árbol

llegando a la tierra,

porque es la luz que llega!

V

De las nueve de la noche en adelante,

...

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