ROSA DE PASIÓN - Bécquer (versionado)
Enviado por isabelbas • 10 de Enero de 2022 • Resumen • 3.037 Palabras (13 Páginas) • 112 Visitas
LA ROSA DE PASIÓN – Gustavo Adolfo Bécquer
Una leyenda religiosa procedente de Toledo
Una tarde de verano, y en un jardín de Toledo, me refirió esta singular historia una muchacha muy buena y muy bonita. Mientras me explicaba el misterio de su forma especial, besaba las hojas y los pistilos que iba arrancando, uno a uno, de la flor que da nombre a esta leyenda. Si yo la pudiera referir con el suave encanto y la tierna sencillez que tenía en su boca, os conmovería, como a mí me conmovió, la historia de la infeliz Sara. Ya que esto no es posible, ahí va lo que de esa piadosa tradición se me acuerda en este instante.
En uno de los callejones más oscuros de la ciudad imperial de Toledo, entre la torre de una parroquia mozárabe y los sombríos y blasonados muros de una antigua casa, se encontraba una habitación pequeña, miserable y tenebrosa, al igual que lo era su dueño, un judío llamado Daniel Leví. Este hombre era rencoroso y vengativo, además de ser el más engañador e hipócrita de todos. Según los rumores del vulgo, Daniel poseía una inmensa fortuna, no obstante, se pasaba los días en el sombrío portal de su vivienda, componiendo y adornando cadenillas de metal, cintos viejos o guarniciones estropeadas, con las que comerciaba con los truhanes o pícaros en la plaza de Zocodover, las revendedoras del Postigo o los pobres escuderos.
Él, aborrecía a los cristianos, y jamás pasó junto a un caballero principal o un canónigo de la Primada sin quitarse diez veces el sucio bonetillo que cubría su calva, ni acogió en su morada a ningún parroquiano sin agobiarle a base de humildes salutaciones y aduladoras sonrisas.
Como Daniel era tan risueño y tan tranquilo, era víctima de numerosas burlas y jugarretas de los lugareños. Los muchachos le tiraban piedras a su vivienda, era insultado por los hombres de armas y hasta las viejas se santiguaban al pasar por su puerta. Aunque él seguía sonriendo, tras sus ojos verdes y casi ocultos bajo la espesor de sus cejas brotaba una chispa de cólera, a pesar de que seguía golpeando con su martillo de hierro el yunque donde aderezaba las baratijas.
Sobre la puerta de aquella pequeña casa y dentro de un marco de azulejos, se abría un ajimez árabe. Y, alrededor de sus franjas y enredándose en la columna del medio, subía una majestuosa planta trepadora.
En la parte de la casa que tapaba el ajimez vivía Sara, la única hija de Daniel. Cuando los vecinos pasaban frente a la vivienda y de casualidad veían a Sara tras el ajimez y a su padre junto a su yunque, exclamaban en voz alta, admirados por la belleza de la muchacha: --- ¡Parece mentira que tan ruin tronco haya dado de sí tan hermoso vástago! Porque efectivamente, Sara era realmente bella. Tenía los ojos grandes y rodeados de pestañas negras, sus labios eran rojizos, mientras que su tez era blanca y pálida. Apenas tenía dieciséis años, y los judíos más poderosos de la ciudad ya la habían solicitado para esposa debido a su hermosura. Sin embargo ella, se mantenía encerrada en silencio y hacía caso omiso a los admiradores y a los consejos de su padre, que le decía que eligiese a un compañero antes de quedarse sola.
Su padre comenzó a sospechar que todo esto era porque ella estaba enamorada en secreto. Un día, uno de los adoradores de Sara se le acercó; ambos entablaron una conversación donde el muchacho le contaba lo que se rumoreaba de la hermosa hija del Judío. Según las voces, ella estaría enamorada de un cristiano. Daniel no le cree de primeras, pero el chico insiste y afirma que se les ha visto conversando mientras él está en el sanedrín.
Daniel comienza a reír de una manera extraña y diabólica como respuesta. Y así se dice a sí mismo que no se dejará arrebatar su tesoro tan fácilmente, refiriéndose a su hija, y que se vengará. Después de esa promesa, echa al joven de su vivienda, diciéndole que avise a todos los judíos para que se reúnan esa misma noche. Lo que no sabía Daniel es que su hija Sara había estado escuchando toda la conversación, y está se apartó de su ajimez cuando su padre cerraba la puerta dela vivienda.
La noche del Viernes Santo, los Toledanos después de haber asistido a las Tinieblas en su catedral, estaban durmiendo en sus hogares o escuchaban los relatos folclóricos. En la ciudad reinaba un silencio profundo, que a veces interrumpían los murmullos o ruidos del lugar. Cerca de los molinos, en la orilla del Tajo más cercana a la ciudad, había una pequeña barca amarrada, donde el barquero aguardaba. Él la vió aproximarse, y ella finalmente llegó. Sara, que era a la chica que esperaba, subió a la barca y el barquero soltó la amarra, comenzando a remar hacia la orilla opuesta del Tajo.
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