Resumen Aura, Carlos Fuentes
Enviado por kvirux • 29 de Enero de 2018 • Resumen • 2.961 Palabras (12 Páginas) • 1.462 Visitas
Introducción
Carlos fuentes es una figura fundamental del llamado “boom” de la novela hispanoamericana de los años 60, relacionado con los autores Gabriel García Márquez de Colombia, Julio Cortázar de Argentina, Mario Vargas Llosa de Perú y el propio Carlos Fuentes de México. Estos escritores desafiaron las convenciones establecidas de la literatura latinoamericana. Su trabajo es experimental y, debido al clima político de la América Latina de la década de 1960, también muy política. Fuentes se situó del lado más experimentalista de los autores del grupo y recogió los recursos vanguardistas inaugurados por James Joyce y William Faulkner (pluralidad de puntos de vista, fragmentación cronológica, elipsis, monólogo interior), apoyándose a la vez en un estilo audaz y novedoso que exhibe tanto su perfecto dominio de la más refinada prosa literaria como su profundo conocimiento de los variadísimos registros del habla común.
Una de sus más importantes obras es “Aura”, novela corta publicada en México en 1962, misma que es considerada como una de las más importantes de la narrativa mexicana del siglo XX.
La narrativa de la novela es en segunda persona, esto quiere decir que quien narra los hechos lo hace hablando con el lector, como si el lector fuera quien los lleva a cabo. Así pretende involucrarlo en la historia y con los personajes, es especial con el personaje principal.
Argumento
La historia comienza cuando Felipe Montero, un joven historiador inteligente y solitario que trabaja como profesor con un sueldo muy bajo, encuentra en el diario un anuncio que solicita un profesional de sus cualidades para un trabajo con un muy buen sueldo. El trabajo, en la calle Donceles 815, consiste en organizar y escribir las memorias de un coronel francés y traducirlas al idioma español para que puedan ser publicadas. La condición es que deberá vivir con Doña Consuelo, viuda del general Llorente y su sobrina Aura, mientras realice el trabajo.
A Felipe le sorprende que alguien vive en la calle de Donceles. Siempre creyó que, en el viejo centro de la ciudad, conglomerado de viejos palacios coloniales convertidos en talleres de reparación, relojerías, tiendas de zapatos y expendios de aguas frescas, no vivía nadie.
Cuando por fin llega a la casa, nadie le responde a la puerta, por lo que la empuja levemente, el lugar está oscuro y tiene un fuerte olor a humedad. Una voz de mujer le indica que no encienda las luces y que camine contando los pasos. Fuentes hace un gran trabajo desde el principio narrando el olor de la humedad, de las plantas podridas, las texturas que Felipe recorría mientras se dirigía al encuentro con Doña Consuelo, primero sobre las baldosas de piedra, enseguida sobre esa madera crujiente, fofa por la humedad y el encierro, el olor a pino viejo y húmedo, la escasa luz de la casa que habitaba este extraño personaje.
La casa resulta extraña, está permanentemente a oscuras para no avivar el recuerdo del general fallecido, apenas iluminada con luz de velas, y con un mobiliario y una decoración antiguos, como si en la casa el tiempo no hubiera pasado. Este ambiente recuerda a las novelas góticas, donde predomina la oscuridad y existe constantemente la sensación de que la frontera entre lo real y lo fantástico está a punto de borrarse.
Entonces se da el primer encuentro con Doña Consuelo, a quien describe como una figura pequeña que se pierde en la inmensidad de la cama, de piel gruesa, afieltrada. Entonces es cuando le describe su trabajo, el cual consiste en ordenar los papeles de su marido, el general Llorente, para ser publicados posteriormente.
Felipe acepta la condición de doña Consuelo de quedarse a vivir en esa casa hasta finalizar su trabajo. Entonces, es presentado a Aura, sobrina y única acompañante de Doña Consuelo. Misma que impresiona a nuestro personaje principal por la gran belleza de sus ojos verdes, ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola, hermosos ojos verdes diferentes a todos los hermosos ojos verdes que había conocido, esos ojos fluyen, se transforman.
Doña Consuelo agradece la buena voluntad de Felipe y pide a su sobrina llevarlo a su recamara, mientras él no puede pensar más que en el sueldo de cuatro mil pesos, el trabajo que puede ser agradable ya que le gustan esas tareas meticulosas de investigación, que excluyen el esfuerzo físico, el traslado de un lugar a otro, los encuentros inevitables y molestos con otras personas.
Sigue a Aura con el oído, sigue el susurro de su falda, el crujido de una tafeta, ansioso por mirar nuevamente esos ojos verdes. Son las seis de la tarde y muy poco puede ver en su caminar, esperando que, al menos, la luz invada su propia recámara.
Su habitación tiene un inmenso tragaluz que hace las veces de techo. Cegado por la luz del crepúsculo, describe el contraste con la penumbra del resto de la casa. Le llena de alegría la blandura del colchón en la cama de metal dorado nogal y cuero verde, describe con gran maestría este, que será por un largo tiempo, su hogar, lleno de antiguos objetos: la lámpara antigua de quinqué, luz opaca de las noches de investigación, el estante clavado encima de la mesa. Camina hacia la otra puerta y al empujarla descubre un baño pasado de moda: tina de cuatro patas, con florecillas pintadas sobre la porcelana, un aguamanil azul, un retrete incómodo.
Durante la cena, nuestro protagonista cae hipnotizado por la belleza de Aura, desvía una y otra vez la mirada para que esta no lo sorprenda, pero siente una urgencia por fijar las facciones de la muchacha en su mente, ella mantiene, como siempre, la mirada baja.
Aura es una joven devota, que acostumbra rezar hincada con la cabeza apoyada contra los puños cerrados en compañía de su tía, ante un inmenso altar lleno de santos y simbolismos religiosos.
Felipe por fin lee los documentos que habrá de traducir y ordenar, escritos con una tinta color mostaza; a veces, horadados por el descuido de una ceniza de tabaco, manchados por moscas. Felipe se sorprende al descubrir que ni el idioma, francés, ni las aventuras del marido son tan impresionantes como la vieja le había dicho. Entonces decide mejorar el estilo, apretar esa narración difusa de los hechos pasados: la infancia en una hacienda oaxaqueña del siglo XIX, los estudios militares en Francia, la amistad con el Duque de Morny, con el círculo íntimo de Napoleón III, el regreso a México en el estado mayor de Maximiliano, las ceremonias y veladas del Imperio, las batallas, el derrumbe, el Cerro de las Campanas, el exilio en Paris. Nada que no hayan contado otros.
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