Resunen Los Fundadores Del Alba
Enviado por panicingo • 2 de Octubre de 2013 • 3.066 Palabras (13 Páginas) • 3.966 Visitas
Algo de lo que sí estoy seguro –y pienso que varios de los críticos y estudiosos de las letras bolivianas coinciden conmigo–, es que con Prada comienza el periodo más fecundo y afortunado de la narrativa boliviana. Mil novecientos sesenta y nueve es un año clave y digno de celebración no sólo para su autor (ese año ganó dos premios importantes, primero inauguró en su país el Premio Nacional de Novela Erich Guttentag y, luego, se constituyó en el primer escritor boliviano que ganó el Premio Casa de las Américas de Cuba, con su novela Los fundadores del alba, y no sólo eso –que ya era bastante–, sino que salió rumbo a Roma, con una beca para estudiar Filosofía; algo más, ese año también publicó dos nuevos libros de cuentos: Al borde del silencio, editado por Alfa, de Montevideo, y Ya nadie espera al hombre, por Don Bosco, (de La Paz). Pocos, por no decir nadie, han logrado una dormida similar con un cubilete de palabras. Lo que nos proponemos mostrar en este estudio es que no sólo la buena fortuna propició la obra de este notable escritor, sino que detrás de cada uno de sus éxitos están el talento, la constancia y el esfuerzo con los que abordó cada una de sus obras.
Los fundadores del alba, su primera novela, es la única del Premio Guttentag que hasta ahora es leída por varias generaciones, habiendo llegado a ser reimpresa en 16 ediciones, con más de 25.000 ejemplares, sólo en Bolivia, sin contar la edición cubana y su traducción al inglés. Entre los jurados de Casa de las Américas, se destaca la respetable figura de Alejo Carpentier: De las palabras con las que justificaron la concesión del premio, consideramos importantes las siguientes: La existencia de una escritura original y moderna, un poder de recreación verbal espontáneo, una estructura narrativa incitante y un tema al mismo tiempo de vivísima actualidad y obviamente muy complejo.
Y es lo que se percibe en esta obra, desde el comienzo: Con la modernidad mucho más definida que en la obra de Marcelo Quiroga Santa Cruz (Los deshabitados, 1959), se destaca su poder de recreación, que lo muestra espontáneo por la asimilación de sus modelos. De entrada atrapa al lector con la tensión que provoca la presencia de los guerrilleros de Ñancahuazú, en una pequeña casa de hacienda, a donde han acudido en busca de víveres. Ahí aparece Laura, la heroína que también cerrará la novela, completando un periplo temático sólido y uniforme, a pesar de la variedad de sus recursos estilísticos. Prada es el que mejor ha asimilado a Joyce y no sólo entre los narradores de Bolivia. Tanto la poesía épica como la lírica convergen en esta obra, para constituirse en una novedosa entidad estética en las letras hispanoamericanas. Las secuencias de tiempo y espacio son fáciles de precisar para el lector que sabe concentrarse en su desarrollo; entonces, no tendrá ninguna dificultad en ordenarlas y reproducirlas en instantes o momentos que, si bien no son lineales, son lógicos, a pesar de mostrarse evanescentes.
Mario Vargas Llosa, destaca lo siguiente de esta novela: El tratamiento objetivo del tema elegido por el autor, la visión ponderada y equitativa del conflicto político y moral que describe, el buen uso de la técnica de cruce de planos temporales y de narración simultánea, y la austeridad y sencillez de su lenguaje que conviene perfectamente a la materia explosiva que constituye el asunto del libro. Era fácil caer en la demagogia estilística y en el maniqueísmo al abordar un tema como el de las guerrillas, pero el autor, pienso, ha sorteado bien esas tentaciones, esforzándose por mostrar las motivaciones y convicciones íntimas de todos los personajes, de una manera objetiva y equilibrada (carta enviada al Premio Erich Guttentag, como jurado). Excelente compenetración para una obra que no sólo narra un fasto histórico, sino que llega con una novedosa propuesta estilística que, aparte de contar: opina, juzga y orienta su temática, imponiendo un nuevo punto de vista a lo narrado. A pesar de la contundencia de los juicios de Vargas Llosa, primaba, entre sus organizadores, la posibilidad de declarar desierto el Premio Nacional Erich Guttentag, donde también se destacaba Matías el Apóstol Suplente (1971), novela de Julio de la Vega, con un tema igualmente inspirado en las guerrillas del Che. Hubiese sido un mal comienzo para dicho premio, que luego cobró notable importancia en las letras bolivianas. Lo cierto es que, al saber que Prada había ganado con esa misma novela el Premio Casa de las Américas, no dudaron en Premiarla en Bolivia. Grata coincidencia y única en este tipo de certámenes, por cuanto en Cuba no se hicieron ningún problema con esa premiación.
Desde luego que Prada no sólo nos muestra su pericia con los recursos estilísticos y la técnica que maneja, sino que también discurre magistralmente con la jerga castrense, haciendo del habla popular un valioso soporte en la ambientación del tema guerrillero. Algo que también advierte el autor de La casa verde, tiene mucho que ver con la simultaneidad de planos y secuencias, evitando así que el lector se canse con las tediosas explicaciones del realismo tradicional; además, Prada funde las ideas del pensamiento existencial con reminiscencias que salen del sentimiento popular, que a Vargas Llosa le parecían de cuño romántico; nos referimos al pasaje que narra la contemplación del cuerpo de la joven protagonista, con el trasfondo bucólico en los versos de Garcilaso y la naturaleza que lo circunda. En un escenario de violencia y muerte, ese pasaje con Javier y el Chaqueño que contemplan a Claudia, bañándose en las cristalinas aguas del río, nos muestra que la vida y el amor continúan inalterables en su cotidianidad. El epílogo de esta obra se da en tres instancias claves para su desenlace, manejando los verbos en un futuro que luego resulta promisorio.
El último filo (1975), la segunda novela de Prada, agudiza la violencia practicada por el hombre contra su semejante. Rulfo, preso político sin causa conocida, es torturado por Gorgo, un sanguinario sargento represor. Lo bueno es que siempre hay un amanecer o una salida para los atormentados. Augusto Guzmán, al aproximarse a la nueva narrativa, en su libro La novela situacional en Bolivia (1985), lo señala: Kafkiano idóneo como el que más, surrealista empedernido, nos entrega a trozos descompaginados una historia que es un infierno de crueldad y de injusticia al parecer sin remedio posible hasta que la rebelión de los oprimidos estalla fulminante e imprevista. La guerra civil comienza como un reto viril a la degradación humana por el mal ejercicio del poder.
Y el remedio no sólo llega con la rebelión, sino que también se da con la reconciliación con la vida, en los brazos de una mujer. Gorgo desaparece en la nada, como
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