Sawabona

SAWABONA

Es redundante decir, que vivimos en un mundo desmesuradamente acelerado, en el que prima la superficialidad sobre los valores y la dignidad humana. Hay pocas cosas más trágicas que ver cómo lentamente nos hemos acostumbrado a este estilo de vida egoísta que nos golpea con ferocidad y que sin duda alguna saca a relucir nuestro lado más desalmado e inhumano. Sin embargo, es preciso mencionar que muchas de las actitudes con las que regimos nuestra vida, no son más que el producto de la desinformación y la ignorancia generalizada; como dice Ernesto Sábato, “El hombre es capaz de las peores atrocidades, pero también capaz de los más grandes y puros heroísmos.” Es por eso, que busco ante nada ser objetivo y dejar atrás el pesimismo, de lo contrario, ningún sentido tendría estar escribiendo en estos momentos.

El título de este texto representa para mí un gran mensaje de esperanza y unidad. Sawabona, significa “Yo te respeto, yo te valoro y tú eres importante para mí” y es la expresión que más diez millones de zulúes, una tribu del sur de África, utilizan diariamente para saludarse los unos a los otros. Estas pequeñas costumbres son las que más me fascinan y las que me llenan de un profundo y vehemente entusiasmo. Tal vez porque he tenido claro, durante toda mi vida, que cuando el respeto se pierde, la decadencia es inevitable; pero que, de igual forma, cuando se cultiva (aunque haya diferencias), sólo cosas buenas pueden pasar.

Es curioso ver cómo desde la niñez nos enseñan a competir ferozmente para lograr nuestro beneficio personal. No es una competencia sana, donde se fomente el libre desarrollo de las habilidades y donde se promueva el trabajo en equipo; tristemente, nuestros niños crecen siendo altamente individualistas, nuestras escuelas están formando ególatras acaparadores y egoístas, que menosprecian, sin pensarlo dos veces, las ideas de otros. Ernesto Sábato nunca tiene tanta razón como cuando dice no podemos seguir engañando a la infancia, imponiéndole ideas retrógradas que promuevan fuertemente la injusticia y la violencia, como el único modo de subsistir y triunfar. Es por eso, que la educación, que es indiscutiblemente la base de todas las sociedades, debe estar basada en el respeto, la solidaridad, la tolerancia y sobre todo, en la inclusión. Para ello, es impostergable aceptar nuestra diversidad, esto incluye no solamente la diversidad racial y cultural; sino también la diversidad sexual. Y dicha inclusión no debe ser disfrazada y acomodada nunca en beneficio de conservar dogmatismos religiosos absurdos, los mismos dogmatismos que el autor aclama tan desesperadamente y que expone como la piedra angular de la denominada «Resistencia»; y que seguramente, eran los mismos que primaban en la época de su niñez, a la que tanto hace referencia en el libro.

Si bien es cierto que hace unas cuantas décadas, primaban los valores morales, sería injusto no reconocer que, al igual que hoy, estaban arraigados en la sociedad grandes desequilibrios e injusticias. Irónicamente, las grandes religiones (la religión Católica, en el caso específico de América Latina), se habían convertido en grandes promotoras de odio, con el agravante de que sus opiniones resonaban

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