Se Necesita Una Vida
Enviado por jassim • 30 de Octubre de 2014 • 462 Palabras (2 Páginas) • 204 Visitas
Ayapin fue un cacique tahue del siglo XVI. Se enfrentó durante nueve años a los españoles de Nuño de Guzmán. Los derrotó en diversas ocasiones, pero finalmente fue capturado en 1539, y descuartizado vivo en la plaza de Culiacán. Ayapin fue el primero de los reyes autóctonos en utilizar el método militar de "tierra quemada", con el que mantuvo desabastecida a la población colonizadora de Culiacán. Sin embargo, no pudo hacer más, debido a la superioridad de las armas españolas. Su rebelión incitó a los demás autóctonos a rechazar la colonización hispana.
La plaza se tiñó de rojo-sangre en un instante. El cuerpo mutilado de Ayapin derramaba rebeldía. Cuatro potros corrían aún arrastrando pies y brazos del descuartizado. Los blancos presentes en aquella réplica del circo romano rugían de emoción: por fin el cabecilla que puso en peligro el éxito de la conquista, había muerto. Ya podían con tal escarmiento y en nombre de “Su Majestad” continuar “civilizando” los pueblos de la Nueva Galicia. Ya podían seguir masacrando, incendiando, arrasando cual modernos Atilas todo aquello que se opusiera a sus planes conquistadores.
Solo los indios, hermanos del ejecutado, forzados a presenciar la cruel y sanguinaria acción, se horrorizaron; nunca en su lucha contra los barbados y entre tantas infamias observadas y sufridas, habían visto cosa semejante.
Cuéntase que esa tarde nació el crepúsculo en el cielo de Culiacán; rojo intenso, brillante, que asombró a los hispánicos verdugos: era la sangre de Ayapin que se elevó por gracia de sus dioses para teñir el espacio celeste; para simbolizar perennemente la rebeldía de los indios de Culiacán.
Así nacieron los crepúsculos en nuestro cielo ¡Por ello la lucha aún no termina!.
Los aborígenes hallaron en Ayapin el caudillo ideal para su causa. Antes de ello, combatían aisladamente, practicando el “albazo”, debido a su desorganización y armamentos ineficaces. Con Ayapin, joven, valeroso y dueño de una agradable personalidad, la rebeldía progresó. Desde el Culiacán hasta el Petatlán, los combates favorecían a los in¬dios. Los españoles vivían con “el Jesús en la boca”, con el arcabuz o la espada a la mano, temerosos de los repentinos ataques de Ayapin y su gente.
Ante tal situación en ese año de 1539, don Melchor Díaz, alcalde mayor de Culiacán, vióse precisado a solicitar auxilio del gobernador, don Francisco Vázquez de Coronado, quien llegó a esta ciudad, procedente de Compostela, el 23 de diciembre de! mismo año, acompañado de muchos soldados.
Ayapin se retiró a la sierra, pensando que las montañas le darían ventaja sobre sus seguidores. Pero Melchor Díaz, experimentado soldado, veterano de muchas campañas, lo derrotó e hizo prisionero conduciéndolo a San Miguel en donde se le juzgó y encontrándolo culpable se le condenó a muerte.
Coronado ordenó el
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