Ustedes Por Ejemplo
Enviado por Juanimu • 16 de Mayo de 2013 • 7.486 Palabras (30 Páginas) • 268 Visitas
Ustedes, por ejemplo
Acción en un acto
Personajes:
Ricardo Viale, 50 años, director de una revista literaria.
Ema, 39 años, su esposa.
Sánchez, 55 años, poeta y comentarista de su propia poesía.
Ures, 46 años, autor de canciones infantiles.
Ojeda, 52 años, español, con 30 años de residencia en el país; frecuenta varios géneros, especialmente el cuento y la solapa.
Mieres, 45 años, sonetista.
Rivas, 24 años, figura joven del círculo de Viale. .
Molfese, 25 años, novelista, encabeza un grupo independiente, al que también pertenecen Trelles y Ruiz.
Trelles, 23 años, dramaturgo y crítico teatral.
Ruiz, 21 años, crítico y ensayista.
Una criada.
La acción en Montevideo, época actual.
ACTO ÚNICO
Estudio biblioteca de Ricardo Viale. Todo revela un mal gusto contenido. A la derecha, primer término, un amplio sillón tapizado en cretona floreada. Más a foro, una mesa escritorio y una silla giratoria, ambas de roble. Sobre la mesa, varios libros y un teléfono. En la pared de ese mismo lado, un enorme cuadro que podría ser una precaria reproducción de un impresionista de segundo orden. A la izquierda, entre dos bibliotecas, una puerta que da al hall. En la pared del fondo, una puerta doble, de acceso al comedor, que se halla entornada y por la que penetra una franja de luz artificial. Repartidos en la habitación, un sofá, varias sillas, dos mesitas, otros cuadros.
Son aproximadamente las nueve de la noche. La habitación está en tinieblas, pero la franja de luz se va ensanchando hasta abrirse por completo la puerta del fondo. Entran primero Viale y luego Ema, que vienen de cenar, en aburrido silencio. El chupa con esmero un mondadientes, ella hojea una revista de modas.
Viale es un tipo más bien alto, de unos cincuenta años. Viste un saco de fumar un poco raído, un pantalón de franela gris y zapatos negros. Tiene una tez llena de pecas, una frente ampliada por la calvicie, labios un poco burlones y una mirada que revela ese tipo de inteligencia cobarde y comodona de los intelectuales que han fracasado pero mantienen un nombre.
Ema, bastante más joven, es de estatura mediana. Viste con pulcritud, pero sin coquetería. Tiene un carácter sensible, aunque propenso a la exasperación. No parece demasiado cortés, pero pudo haber sido bastante atractiva diez años antes. En general, todavía interesa al olfato masculino.
Ambos mantienen una relación forzosamente superficial, en la que se han dilapidado las convenciones de un afecto que ya no existe. Al entrar en escena, él se dirige al sillón y allí se queda, la mirada fija en una mancha húmeda de la pared. Ema se sienta en la silla giratoria y hojea mecánicamente la revista.
Viale.—Hoy vienen todos. ¿Te acordabas? (Ema no contesta.) Ema. (Silencio.) Vienen Sánchez y Ures. (Silencio.) También Ojeda. Creo que va a traer a los muchachos. (Amoscado.) Ema, te estoy hablando.
Ema.— (Sin mirarle.) Me lo dijiste anoche. Y esta mañana. Y hoy al mediodía, mientras comías el arroz.
Viale.— (Humilde.) No sabía si te acordabas.
Ema.— (Volviéndose hacia él.) De tus amigos es imposible olvidarse. Esos idiotas, segundones, inútiles...
Viale.— ¡Ema!
Ema.— . . . que vienen a adularte sólo por la Revista, porque les das la oportunidad de leerse a sí mismos en letras de molde, aunque en el fondo te desprecien casi tanto como los desprecias a ellos.
Viale.— (Con gravedad.) Pero, ¿es posible que creas la mitad, sólo la mitad de lo que dices?
Ema.— (con un gesto de fastidio.) Oh, demasiado que los aguanto.
Viale.— ¿Pero qué tienes contra ellos?
Ema.— (Impetuosamente.) Quince años que los aguanto. Siempre reuniéndose, siempre listos para decir sonseras, con su aire
de angelitos y sus papadas de viejos inútiles. ¿Cuánto hace que vienen aquí, a recitarte sus versitos de gacelas, espumas y caracolas, mientras a mí me examinan las piernas? Siempre fuiste el crítico de sus engendros, el único que entendía sus metáforas, pero a mí me miraban las piernas hasta darme asco y ésa era la única metáfora que yo les entendía.
Viale.— (Un poco escandalizado.) Vamos, no seas ridícula. Tienes 39 años. Y tus piernas también.
Ema.—(Herida, afloja un poco la tensión.) Sí, yo y mis piernas. Yo y mis piernas tenemos várices y manchas.
Viale.— (Falluto.) Alguna venita azul que no te queda mal. Es la elegancia de la madurez.
Ema.— (Áspera.) Por favor, no vayas a escribir un poema acerca de mis venitas azules.
Viale.— (Con tristeza.) Hace quince años te gustaba que pusiera “A Ema” a la cabeza de mis poemas.
Ema.—Hace quince años escribías sobre mí, sobre cómo era yo, de carne y hueso. Ahora, cuando me leo en alguna de tus octavas reales, me parece que soy una de tus gacelas, una de esas gacelas que huyen para que no las pongas en metáfora.
Viale.— ¿Será posible que no comprendas qué es una imagen?
Ema.—Pero si lo comprendo.
Viale.— ¿De veras?
Ema.— (Cautelosamente.) Ricardo Viale es una imagen.
Viale.— (Divertido.) Yo, ¿una imagen? ¿una imagen de qué?
Ema.— No sé bien. Un tacho de basura azul o un espantapájaros o una noche sin luna, de mala luz eléctrica. Lo que prefieras.
Viale.— (Sin perder la calma.) Siempre insultas. Es tu mala costumbre.
Ema.— Debe ser el último cartucho de mi vitalidad.
Viale.— (Después de una pausa.) Ema. Hace mucho que no hablamos seriamente. Es curioso que cada día nos alejemos más uno del otro. Tú estás incubando un odio que no me explico bien.
Ema.—Estoy a tus órdenes para explicártelo.
Viale.— Ema, hablemos en serio.
Ema.— (Cediendo un poco.) No creo que sea ésta la ocasión más propicia. Ellos vendrán de un momento a otro.
Viale.— Es cierto. Entonces...
Ema.— (Repentinamente interesada.) Acaso... Después de todo, no es tan largo de explicar. ¿Quieres que te diga la verdad?
Viale.— (Con temor.) No pretendo otra cosa.
Ema.— ¿De veras?
Viale.— (Igual que antes.) Sólo te. pido que no seas hiriente.
Ema.— Es que de todos modos debo serlo.
Viale.— (Después de una pausa.) ¿Te he desilusionado, verdad?
Ema.— (Apretándose las manos.) No es la palabra. En realidad, me has avergonzado.
Viale.— ¿Avergonzado? ¿Yo? ‘
Ema.— (Tiesa.) Sí, a veces siento la vergüenza que no te atreves a tener.
Viale.—Pero, por amor de Dios, ¿qué he hecho para que te avergüences por mí?
Ema.— O qué no has hecho. (Pausa.) Lo
...