FOUCAULT – LAS PALABRAS Y LAS COSAS

FOUCAULT – LAS PALABRAS Y LAS COSAS

Empieza hablando sobre un texto de Borges en el que hay animales fantasiosos. Es imposible pensar un animal como los descriptos por Borges. Pero sí es posible dar un sentido preciso y asignarle un contenido a cada una de estas rúbricas (conjunto de criterios y normas).

Hay una clasificación que separa unos seres de otros, los existentes de los fantásticos. Pero no son los últimos los que son imposibles; lo que viola la imaginación es la serie alfabética que liga con todas las demás a cada una de estas categorías.

¿A partir de qué distribuimos las cosas diferentes o parecidas? Es necesario un sistema de los elementos (una definición de los segmentos sobre los cuales podrán aparecer las semejanzas y las diferencias) para el establecimiento del orden. El orden es lo que se da en las cosas como su ley interior. En la historia de las ciencias, en una cultura y época dada, hay siempre un orden regulador del saber, es decir existe todo un sistema que subyace y regula el saber (un orden mudo). Este orden mudo es el que posibilita la constitución del saber, la producción del conocimiento científico en cada época.

Una cultura, librándose de los órdenes que le prescriben sus códigos primarios, instaura una primera distancia con relación a ellos. Se libera para darse cuenta de que estos órdenes no son los únicos posibles ni los mejores. Existe en toda cultura, entre los códigos ordenadores y las reflexiones sobre orden, una experiencia desnuda del orden y sin modos de ser.

Mas que una historia, lo que trata de realizar Foucault es una Arqueología del saber (aquello que da cuenta de las formas más profundas de la cultura). La arqueología tratara de investigar esa episteme que condiciona y configura las diversas formas de cocimiento empírico Esta investigación arqueológica muestra 2 grandes discontinuidades en la episteme de la cultura occidental: aquella con la que se inaugura la época clásica (hacia mediados del siglo XVII) enfocado en el análisis entre la teoría de la representación y las del lenguaje; y aquella que, a principios del siglo XIX, señala el umbral de nuestra modernidad, tomando al hombre como objeto de estudio.

A partir del siglo XIX desaparece la teoría de la representación como fundamento general de todos los ordenes posibles, se desvanece el lenguaje en cuanto a cuadricula primera de las cosas, como enlace entre la representación y los seres. Las cosas ahora se aíslan y definen en su coherencia propia. El lenguaje pierde su lugar de privilegio y se convierte en una figura de la historia coherente con la densidad de su pasado. El hombre entra por primera vez en el campo del saber occidental.

Al hacer esta investigación entre estas dos edades, hace un análisis de las ciencias naturales, la lingüística y la economía, planteando que es posible encontrar en ellas una similitud, a pesar de ser tan diversos. Esto que tiene en común está a nivel inconsciente del discurso científico y lo llamara “Inconsciente Positivo del Saber”. Es decir, tratara de traer a la luz, de poner en relieve, o de forma consciente, aquella similitud que tenían ambas ciencias, y que hasta el momento no se sabía o no se tenía en cuenta, es decir, se mantenía en forma inconsciente. Lo que tenían en común estas tres ciencias, es que utilizaban los mismos modos para producir el conocimiento, es decir, utilizar las mismas reglas para definir objetos propios de su campo de estudio, para formar conceptos y construir teorías.

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