Hermann Hesse Bajo la rueda
Enviado por Yhezenia Abraxas • 12 de Enero de 2016 • Informe • 683 Palabras (3 Páginas) • 117 Visitas
Hermann Hesse
Bajo la rueda
Hans Giebenrath caminaba con la cabeza baja al lado de su antiguo amigo Heilner. Cada uno notó la proximidad del otro en el momento en que ambos tropezaron en la misma desigualdad de terreno. Puede ser que la muerte le hubiera impresionado y convencido por unos momentos de la futilidad de toda ambición, quizás el pálido rostro de su amigo volviera a despertar en su alma toda la admiración fanática que por él sintió en meses anteriores; en todo caso, Hans sintió un dolor inexplicable y profundo al ver tan cerca el rostro pálido de su amigo y, en un arranque súbito, fue a coger su mano. Heilner la retiró irritado y, ofendido, aparto la mirada. En seguida se busco otro sitio y desapareció en las últimas filas de la comitiva.
Entonces, al niño modelo Hans, se le contrajo el corazón de dolor y de vergüenza, y no pudo evitar que mientras continuaba caminando, dando tropezones sobre el campo helado, le corrieran las lágrimas tras lágrima, sobre las mejillas casi azules de frío. Comprendió que hay pecados y omisiones que no se pueden olvidar y que ningún arrepentimiento puede redimir; y le pareció allí delante, que sobre la camilla, no estaba el pequeño hijo del sastre sino su amigo Heilner, que se llevaba consigo el dolor y la rabia de traición lejos, a otro mundo, donde no cuentan las notas y los exámenes y los éxitos, sino la pureza o suciedad de la conciencia.
Como un ratón campestre con sus provisiones otoñales, así pudo Hans mantenerse algunos plazos más en la vida del seminario. Luego empezó para él una penuria llena de tormento, interrumpida de cuando en cuando por breves y débiles arranques, cuya inutilidad y desesperanza despertaban en sí mismo la sonrisa. Dejó por fin de lamentarse inútilmente, arrojó a Homero tras el Pentateuco y al álgebra tras Jenofonte y contempló sin emoción como su buena fama descendía de calificación en calificación en el ánimo de sus profesores: de sobresaliente a notable, de notable a aprobado y de aprobado a reprobado. Cuando no tenía dolor de cabeza, que volvía a ser nuevamente la regla cotidiana, pensaba en Hermann Heilner, soñaba sus fáciles ensueños y permanecía durante horas enteras sumido en sus meditaciones.
A Hans le hizo más impresión una carta de su padre, en la que le suplicaba consternado que se corrigiera. El director le había escrito, y el pobre señor Giebenrath estaba asustado. Su carta a Hans era una antología de todas las frases hechas de ánimo e indignación moral de las que disponía el buen hombre; sin embargo, dejaba translucir, sin querer, una debilidad lamentable, que dolía al hijo.
Todos aquellos mentores de la juventud, desde el director, hasta su padre, desde los profesores, a los ayudantes, tan consientes todos de su deber, veían en Hans un obstáculo a sus deseos, algo obstinado y perezoso que había dominar y conducir de nuevo por la fuerza al buen camino. Ninguno, excepto el pasante compasivo, veía en la sonrisa desvalida de aquel delgado rostro adolescente el sufrimiento de un alma que se hunde, y ahogándose, lanza miradas angustiadas y desesperadas. A ninguno se le ocurría pensar que el colegio y la bárbara ambición de un padre y unos profesores habían llevado a tal situación a un ser tan frágil. ¿Por qué le habían hecho estudiar hasta altas horas de la noche en los delicados y difíciles años de la adolescencia? ¿Por qué le habían quitado sus conejos, alejado de sus compañeros de colegio, prohibido la pesca y los paseos, e inculcado el ideal vacío y rastrero de una ambición mediocre y devastadora? ¿Por qué no le habían dejado disfrutar ni siquiera después del examen de sus bien merecidas vacaciones? Ahora el espoleado caballito yacía en la cuneta y no servía para nada. Hacía principios del verano el médico declaró nuevamente que se trataba de un estado de debilidad nerviosa que tenía su raíz en el crecimiento. Hans debía cuidarse durante las vacaciones, comer mucho y pasear por el bosque. Así mejoraría.
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