La maternidad como Evangelio viviente
Enviado por Agustín Vallejo • 23 de Junio de 2020 • Tarea • 1.603 Palabras (7 Páginas) • 202 Visitas
La maternidad como Evangelio viviente
La vida de una madre transcurre entre tareas cotidianas que parecen de los más simple. Cada día que transcurre se ve envuelta en tareas que se repiten una y otra vez, al pasar el tiempo, con sus detalles alimentan la cotidianidad de los hijos, y velar sobre ellos en los detalles más sencillos se vuelve tarea primordial.
Otro aspecto que parece viene incluido en la labor de ser madre, es el sufrimiento; desde el primer instante que la creatura sale del vientre materno, inicia un camino de abundantes satisfacciones, pero también de recurrentes dolores y sufrimientos. Los dolores de parto son el mejor ejemplo de los que significa dar vida, en el preciso momento que se lleva a cabo el parto se empieza a ver la lógica de ser madre.
Desde el preciso momento en que se conciben los hijos, la felicidad de las madres queda sometida a la felicidad de ellos, empieza el desprendimiento de sus propias aspiraciones, ilusiones y preferencias, y se comienza un camino que va de entrega en entrega, de perdida en perdida. Una perdida que al final no resta, sino todo lo contrario…Suma.
Suma, porque una madre que se entrega por sus hijos, da ejemplo de una vida generosa, que tarde o temprano, muy probablemente se verá multiplicado en el actuar de ellos. Suma, porque las pérdidas de las propias aspiraciones e ilusiones en pro de buscar la realización de sus hijos, se ve duplicado en sus logros y alegrías. A veces parece ilógico que tanto sacrificio y sufrimiento puedan producir felicidad. Quien no hemos experimentado este don, podemos observarlo, e incluso apreciarlo, aunque cabe decir con tristeza; que no siempre valorarlo.
No hay mayor ofensa que se le pueda hacer a una madre, que la que se le hace a un hijo. Pareciera que se inicia una batalla, que no dará descanso hasta ser ganada, no en beneficio de sí misma, sino en beneficio de alguien más. Otra cosa más que parece ilógica.
Estos aspectos que hemos mencionado, huelen a Evangelio, huelen a Dios. De Él hemos recibido, tan gran ejemplo de donación y entrega, de desvelos, luchas y sufrimiento. No un sufrimiento vacío de sentido, sino un sufrimiento que es fruto de una entrega y una donación sin medida. Como toda madre que hace suyas las felicidades y las angustias de sus hijos, también el Señor Dios ha hecho suyos nuestros dolores y gozos. Mejor digámoslo así: Él, que es origen de toda vida, nos ha enseñado; que no se puede dar vida, como fruto del amor, si no es entregando la propia vida. Así lo dice San Juan en su carta: «En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros» (1Jn 3,16) El amor es entrega sin medidas y sin reservas, y el amor es el Evangelio, y una maternidad bien vivida, tiene como esencia este amor que se entrega de esta manera. Concluimos, pues, que la maternidad es Evangelio, un evangelio de la vida, un evangelio que salva a quien lo vive en plenitud.
Desde este panorama que hemos planteado, podemos entender entonces la lógica del Padre celestial. Toda ofensa y agravio contra cualquier ser humano, es una ofensa contra él. Se ha hecho uno solo con nosotros, y nos ha mostrado su amor libre y desinteresado; nos ha trazado este camino en el sacrificio de la cruz, en la persona de su Hijo. Tal vez, esta sea la razón, por la cual se dice que los hijos son la cruz de una madre. Cruz no vista como una carga pesada y desagradable, como frecuentemente solemos imaginar; sino cruz, como expresión de un amor al extremo, de un amor que todo lo cree, que todo lo espera, que todo lo soporta y que todo lo da. La maternidad es un signo de la redención, una caricia de la ternura del Dios del amor.
María
Madre de un corazón sin descanso
No es fácil hablar de María. Por lo general, quienes la amamos, nos desvivimos en un sinfín de piropos y halagos, algunos de ellos tan fuera de la realidad… No es posible hablar de quien, siendo tan sencilla, a la vez parece tan grande, que todas las generaciones la llaman bienaventurada. Es difícil expresar la grandeza de una persona con títulos tan simples; más en nuestra época, donde el empoderamiento es la ambición de las mayorías, y entre más títulos se antepongan, a la mención del nombre propio, y más pomposos parezcan, da la impresión que se adquiere más valor sobre los demás.
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