Social cristianismo. El Pensamiento Social Cristiano en el Perú
Enviado por nellyceli • 29 de Mayo de 2016 • Monografía • 21.674 Palabras (87 Páginas) • 887 Visitas
Social cristianismo
El Pensamiento Social Cristiano en el Perú
Por: Mauricio Zeballos
Los grandes iniciadores del Pensamiento Social Cristiano en el mundo, tuvieron una gran acogida entre los ávidos intelectuales latinoamericanos vinculados al mundo cristiano. Mounier, Maritain y muchos otros inspiraron a los pensadores latinoamericanos que buscaban una respuesta sólida a la creciente presencia del marxismo que era una respuesta al capitalismo imperante pero no los satisfacía por la renuncia a la libertad que suponía, contraria necesariamente a la propuesta cristiana.
Así, el pensamiento social cristiano en América Latina tuvo un gran desarrollo en el siglo XX y sirvió de plataforma, entre otros aspectos, para la constitución de partidos políticos inspirados en esta doctrina (las democracias cristianas), y también para el surgimiento de corrientes sindicales y organizaciones sociales, inspiradas en los principios y valores de filosofía social cristiana.
El socialcristianismo ha sido y es firme defensor de la persona humana y de sus derechos naturales, promotor del bien común e impulsor del desarrollo libre, solidario y justo de los pueblos de Latinoamérica y del mundo.
Este pensamiento ha contado con numerosos intelectuales y políticos que, con sus ideas y acciones, han influido en los campos político, social y académico, y contribuyeron a consolidar el pensamiento humanista cristiano. Destacan, entre otros, Arístides Calvani y Rafael Caldera, en Venezuela; Ricardo Arias, en Panamá; Eduardo Frei y Jaime Castillo, en Chile; Tristán de Athayde y Franco Montoro, en Brasil; Dardo Regules, en Uruguay; Luis Bedoya, Ernesto Alayza y Mario Polar, en el Perú. En todos los casos ha terminado convertido en una de las corrientes claves para comprender la historia de las ideas latinoamericanas en los últimos cien años y como base en la constitución de los principales partidos políticos en América.
Este esfuerzo de los pensadores socialcristianos alcanzó uno de sus máximos hitos en 1947, año en que, tomando como pilar fundamental el humanismo integral del maestro Jacques Maritain, se constituyó un movimiento regional para promover la doctrina social cristiana, el cual se materializó en la Organización Demócrata Cristiana de América. Al acto constitutivo acudieron Eduardo Frei, Dardo Regules, Franco Montoro y otros jóvenes de diferentes países, entre los que figuraban los peruanos Alayza y Bedoya.
La historia de la democracia cristiana, sin duda, es relevante para América Latina. Su presencia es importante para el porvenir del “continente de la esperanza”.
Corresponde ahora que se proyecte en el siglo XXI, orgullosos y firmes en nuestras mejores tradiciones y con las banderas invictas de nuestras ideas que tienen como centro a la persona humana.
Para los humanistas cristianos la historia nunca se detiene y, por ello, la tarea de los socialcristianos en América Latina no ha concluido ni concluirá jamás.
La presencia de Victor Andrés Belaúnde y el Perú
Las tres primeras décadas del siglo XX fueron muy fructíferas en el Perú, representaron un momento fundador en el plano de las ideas. Uno de sus principales fundadores en el Perú fue Víctor Andrés Belaunde.
Perteneciente a la generación del 900, Belaunde produjo una mirada integral sobre el Perú, tanto desde la historia, la sociología como desde la política. Su obra culminante fue publicada en los inicios de 1931 titulada La Realidad Nacional, que expresa, justamente, su búsqueda por entender y difundir lo que llamaría la “peruanidad” (título de un libro posterior suyo). Dicho libro es fundamental, además, porque con él se funda en el Perú el pensamiento socialcristiano.
Inspirado en las ideas sociales de la Iglesia católica (Rerum Novarum), Belaunde ofrece una interpretación alternativa al aprismo y al marxismo, con erudición, acuciosidad y, como él mismo decía, inspirada en un ideal. Para este autor, la fe católica es lo que otorgaba el sentido de identidad a los peruanos, incidiendo como factor de cohesión más allá de las divisiones sociales, raciales, territoriales o culturales.
La realidad nacional empezó a ser publicada por capítulos como respuesta de Belaunde a 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, de Mariátegui: una respuesta al marxismo mariateguista que iba tomando una personalidad propia. No quiso proponer Belaúnde un punto de equilibrio entre el marxismo y el capitalismo, ambas corrientes cercenadoras de la libertad, de alguna manera, sino una propuesta nueva que coloque a la persona en el centro y que comprenda a la sociedad como una gran comunidad.
El pensamiento político peruano tiene un momento fundacional en el grupo generacional arielista, es decir, aquel cuyos integrantes tenían como libro orientador el opúsculo del escritor uruguayo José Enrique Rodó, titulado precisamente Ariel, publicado en 1900. A ese grupo generacional perteneció Víctor Andrés Belaunde, y tuvo como compañeros a intelectuales excepcionales como José de la Riva Agüero, los hermanos Francisco y Ventura García Calderón y José Gálvez, principalmente.
El grupo generacional arielista, en tanto núcleo intelectual, surge una generación después de la derrota en la Guerra del Pacífico (1879-1883). Ello quiere decir que asumió como propias las deudas pendientes de una República que no había sido capaz de consolidar sus instituciones, tampoco legitimar la idea de que su sistema legal funcionaba para todos y sin discriminaciones, expandir la conciencia igualitaria acerca de sus integrantes y, mucho menos, instituir una clase dirigente que enrumbara los caminos del país. El Estado nación era aún un proyecto al que había de dar forma.
Todas las carencias adquirieron nuevas dimensiones con la derrota de 1879. Por ello, Belaunde y sus compañeros generacionales se propusieron como misión emprender estudios serios y profundamente analíticos sobre los problemas nacionales. Desde esta introspección de nuestras graves “deficiencias”, se trataron de ubicar como intelectuales que podían proponer a las clases que dirigían el Estado un camino, una vía de solución a la crisis nacional. En sus propios términos, se trataba de lograr la “regeneración nacional” mediante un conjunto de reformas que impidieran ahondar la fragmentación y el alejamiento de las instituciones de la vida social. El abanderado de esta propuesta de carácter político fue Belaunde.
Belaunde guarda una singularidad al interior de su grupo generacional, pues se diferencia del elitismo de Francisco García Calderón así como del conservadurismo exacerbado de Riva Agüero; no excluía a las clases populares de sus propuestas pero sostenía la necesidad de consolidar un núcleo dirigencial . Desde esta postura, Belaunde trató de apuntalar un justo medio en el que la palabra clave era “reformas”. Y estas estaban respaldadas por una visión global del país. Así, socialmente, la llamada clase media era la más idónea para efectuar el programa reformista; culturalmente, el mestizo incorporaría las diferentes herencias y, espiritualmente, el catolicismo constituiría el cemento ideológico en el que todos podrían confluir.
La evolución del pensamiento de Belaunde tuvo tres momentos distinguibles. La confianza por el positivismo; luego, abandonando la certeza positivista, gracias a su reconversión al catolicismo, adopta el espiritualismo y, finalmente, el afincamiento en el pensamiento socialcristiano desde el que buscará las razones últimas del espíritu así como las claves definitivas de la peruanidad.
La etapa positivista de Belaunde se refleja en sus tesis y artículos. Su primer trabajo importante, su tesis Filosofía del Derecho y el método positivo, de 1904. Luego vendrían sus otras tesis, la de 1908, El Perú antiguo y los modernos sociólogos (Introducción a un ensayo de sociología jurídica), y las de 1911: Los mitos amazónicos y el Imperio Incaico y Las expediciones de los Incas a la Hoya amazónica. Estos trabajos ya nos muestran a un Belaunde que trata de entender de manera cabal y global la realidad nacional. El momento cumbre de su preocupación sería el representado por el libro de madurez final, titulado precisamente Peruanidad.
La época positivista fue también el tiempo de la mirada optimista por el desarrollo del Perú (representado por El Perú contemporáneo, de García Calderón, 1907). Pero la crisis, especialmente política, que vivió nuestro país en la segunda década del siglo XX, tuvo su impacto en el pensamiento de Belaunde. Aparecieron ante sus ojos con una claridad que no había percibido antes, los males históricos del Perú: El desencanto y el escepticismo cubren este nuevo momento político.
La conciencia de la nueva etapa se expresa en el memorable discurso que Belaunde ofreció en 1914, titulado “La crisis presente”. Es el tiempo de la Gran Guerra europea y del derrumbe de los paradigmas vigentes. En dicho discurso, Belaunde expone su preocupación por las inexistentes bases institucionales.
En “La crisis presente”, Belaunde ataca, en páginas formidables que todos debemos leer, a la “clase dirigente” por su inmoralidad, a los partidos por deambular tras los caudillos y no tener programas, al gabinete por no cumplir con su función y al parlamento por no ser eficaz en su papel fiscalizador y legislador. Asimismo, denuncia la situación de sometimiento de la clase media (atada económicamente y con el lastre de una educación no apta para las labores técnicas y productivas, debiendo arrinconarse en la burocracia para sobrevivir), fustiga a la burocracia inútil y corrupta, pero, sobre todo, protesta y acusa a un régimen que por su incapacidad ha concluido en el absolutismo presidencial, estableciendo un paralelo siempre citado entre el virrey y el presidente.
Belaunde también señala lo que a su juicio son los tres grandes males de la república: la plutocracia costeña que más aspira a irse del país, la burocracia militar inmiscuida en funciones políticas que no le competen, y el caciquismo parlamentario como cómplice del feudalismo. Sobre éste último explica su presencia gigantesca en el deformado sistema electoral que, eliminado el sufragio universal consagrado en la Constitución de 1860, la elección se centra en las provincias y no en los departamentos, ocasionando una terrible desproporción entre electores y elegidos. Así, jurisdicciones poco pobladas eligen a gran número de representantes con el agravante de que estos caciques provinciales no cuentan con una cultura superior, independencia de todo interés local, ni con la aptitud receptiva ante la opinión pública, bases de todo buen parlamento. La solución la encuentra Belaunde en la emancipación y tecnificación de la clase media, única capaz de formar el verdadero partido liberal en el Perú.
La desazón de Belaunde y de todo su grupo generacional se ahonda ante la frustración de no concretar los grandes objetivos enarbolados por el Partido Nacional Democrático (PND), fundado en 1915 por José de la Riva Agüero. Belaunde se sintió profundamente afectado al ver que los planes que él y su generación se habían trazado se iban a estrellar contra la incomprensión y el desprecio de las clases dirigentes. Este momento espiritual coincide con el Belaunde más incisivamente analítico. En páginas de gran fineza reflexiva, describe e interpreta la psicología de los peruanos, pretendiendo descubrir qué de específico tiene cada grupo social y étnico (o de raza, como se decía entonces). De este modo, los defectos de la psicología nacional serían estudiados sistemáticamente en sendos artículos, señalando una severa crítica a los factores psíquicos que “desvían” la conciencia nacional, el abuso que se perpetúa en contra de los indios, así como reflexiones en torno a la situación subordinada que vivía la clase media de entonces.
En 1918, Belaunde fundó la revista Mercurio Peruano. Tres años después tuvo que partir al exilio. Hasta entonces, las páginas de esta revista estuvieron abiertas para nuevos escritores y para pensadores que no coincidían necesariamente con las posturas de sus directores, denotando amplitud ideológica. Pero posteriormente, Belaunde recompuso la dirección de la revista con intelectuales más cercanas al pensamiento socialcristiano. Fue en esta etapa que Belaunde inicia el envío de sus artículos de respuesta a los 7 ensayos de Mariátegui, entre 1929 y 1930. Este último año fue el de la caída de Leguía y del retorno de los intelectuales exiliados.
Lejos del país, Belaunde tendría la oportunidad de revisar sus ideas, reafirmar sus lazos espirituales con el Perú y elaborar una nueva visión del mismo. Es así que vuelve al catolicismo que había abrevado desde su experiencia familiar y se vuelve en un teórico del mismo. En La realidad nacional, escrito en un inicio en polémica con Mariátegui, Belaunde expresa su evolución ideológica definitiva hacia el cristianismo.
El principio básico del arielista arequipeño es entender al trabajo no como mercancía sino como elemento humano que debe ser orientado a un fin social. Desde ahí justifica y aconseja la copropiedad (accionarado obrero) y la cogestión (comités de fábrica o taller), otorga más importancia al criterio cooperativista, acepta la organización sindical y la constitución de un Consejo Económico. Para Belaunde, la cuestión indígena adquiere sus rasgos típicos cuando se trata de la comunidad y de la hacienda serrana, y para ella elabora un programa que tiene entre sus elementos más importantes el potenciar la productividad de la comunidad, educar económicamente al indígena, expropiar al latifundio improductivo, distribuir tierras sea a individuos o a comunidades, ensayar cooperativas agrícolas, entre otros aspectos. La solución debería encontrarse tanto en los factores económicos como en los de la educación.
Con respecto al desarrollo industrial, Belaunde entendía que mientras la clase media no se liberara económicamente no se podría pasar a la industria, y políticamente no se podría aspirar a un verdadero partido liberal. Frente a esta incapacidad, el capital extranjero (no hablaba de imperialismo pero se acercaba a su diagnóstico) ha aumentado su presencia amenazando nuestra independencia política. Lo que propone Belaunde es el aprovechamiento de ese capital pero sin conceder privilegios y exigiendo al mismo tiempo una mayor presencia del capital nativo. Si queremos fortalecer nuestra economía industrial, aconsejaba, es necesario desarrollar un reformismo prudente.
En líneas generales, el proyecto de Belaunde fue un intento armonizador, buscando siempre bajar las tensiones de los conflictos sociales evitando las polarizaciones. Pero, a pesar de su lucidez, Belaunde no fue oportunamente escuchado por las élites gobernantes. La oligarquía despreció a los intelectuales y evitó proponer un proyecto nacional que significaba, como lo sostenía Belaunde, una transformación real de las instituciones. Los grupos oligárquicos prefirieron la ganancia particular y el acomodo institucional de acuerdo a las circunstancias, aunque con éxito, pues de otra manera no se puede explicar su larga permanencia en el poder. Mirar al futuro suponía tener una conciencia de país y una convicción modernizadora de las que carecieron dichos grupos privilegiados.
En conclusión, en tanto Belaunde como intelectual, no fue un crítico radical del poder y tampoco uno orgánico, no despreció la política como actividad pero sí mantuvo distancia de quienes la ejercían. Su público no fue un grupo o una clase social específica sino que trató de que su audiencia fuera esa peruanidad que, de un modo un tanto abstracto, intentó definir. Buscó, ya desde su etapa de madurez, colocarse como un pensador por encima de los conflictos para, desde su sentido de realismo, ejercer la reflexión y proponer las correcciones, como una especie de conciencia crítica de la nación, a la manera de los grandes pensadores del siglo XIX. Pero la realidad social del país no le permitió serlo, pues las diferencias radicales que la atravesaban, y que el propio Belaunde analizó, le impidieron dialogar con una población plurilingüe y multicultural y en la que grandes sectores no se sentían identificados con la vida en común, con ese sentimiento de comunidad que es la nacionalidad.
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