Pensamiento social cervantino
Enviado por nmnm • 20 de Noviembre de 2012 • 3.092 Palabras (13 Páginas) • 819 Visitas
El pensamiento social cervantino:
Siguiendo una óptica exclusivamente racionalista, Cervantes presenta la verdad mítica, el ideal, que no es otro que la forma de vivir los hombres de una época, que se ha transmitido en la conciencia de la humanidad, formando parte de su deseo innato de felicidad, y que muchas veces, a lo largo de la Historia, ha ido aflorando bajo las ideas de fraternidad, igualdad, prosperidad colectiva, libertad, paz universal, las cuales han salido de nuestro inconsciente colectivo para quedar petrificadas en la conciencia de una época. Tal es el caso de Marcela (Quijote., I, XII) es el de “una mujer joven con una condición natural inclinada a la libertad. Ella quiere ser libre, porque desea poner en práctica su inclinación natural. Pero, al no poderlo realizar en la sociedad en que vive con su tío, decide hacerse pastora y vivir en el campo en sociedad con otros pastores y pastoras, donde pueda realmente ser libre” [1]
Es una fuente tan universal que afecta a todas las tradiciones míticas y a toda la humanidad, pues su esencia se aloja en el corazón del hombre, aunque muchas veces no seamos conscientes de ello.
Cervantes pretende, mediante su arte escrito, despertar esa conciencia latente en los hombres y mostrarle el camino de la transformación personal para llegar, más que al cambio de la sociedad, a un aumento de nuestro grado de conciencia social, a despertar el deseo y la ilusión de buscar una convivencia más justa y más pacífica, más libre y más solidaria. Lo que sucede es que nos pone en contacto con un ideal, con un modelo de sociedad utópico.
Si miramos a la sociedad con ojos exclusivamente materiales, tal vez consigamos hacerla avanzar y que sea menos injusta, pero nunca dejará de serlo. Podrá progresar, pero nunca emprender el vuelo largo de la evolución transformadora. En cambio, si abordamos lo social con ojos espirituales, desde los valores del ideal, la transformación social será mucho más intensa y profunda, pues exige el cambio de los valores materiales y el complemento de los espirituales. El resultado será una sociedad más perfecta, con un mayor grado de aceptación de los valores espirituales de libertad, fraternidad e igualdad. Porque sólo si partimos del hombre total, de su doble dimensión, la material y la espiritual, se podrá realizar con más eficacia el contenido típico de una sociedad feliz.
En ese sentido don Quijote es verdadero espejo para todo aquel que sienta preocupaciones sociales, quien, con sus hazañas, muy risibles sin duda alguna, lucha en “desigual pelea” por llevar a la sociedad la justicia, la lucha contra la opresión, la defensa de la libertad, en una palabra, la ayuda a todos. Y eso no es otra cosa que la expresión concreta de los valores espirituales del amor generalizado, la fraternidad, la igualdad y la paz, generadores todos ellos de felicidad social del ser humano.
Del paraíso a la sociedad:
“El hombre es capaz de una actividad, que dispone de una fuerza creativa y organizativa y, en consecuencia, puede construir una sociedad más feliz sobre los pilares de la justicia, de la paz y de la fraternidad, la cual sea capaz de progresar, de evolucionar, todo esto dentro de los límites de este mundo material en que vive. Pero el círculo y la fuente indican que no sólo debe ceñirse a lo material, sino espiritualizar todo y hallar valores universales, capaces de dar consistencia a una sociedad más justa, igualitaria y feliz. Lo que viene a decir Cervantes, en síntesis, es, que debe transformarse el hombre si quiere cambiar la convivencia social. …Sólo los valores espirituales pueden imprimir a la sociedad el auténtico rumbo espiritual hacia la felicidad verdadera” [2]
La investigadora de la obra de Cervantes, Mirta Aguirre, por su parte sostiene: “Cuando escribe El Quijote, Cervantes se afinca más que nunca, como hace en sus Ejemplares, en el espíritu italiano-burgués que conoció personalmente, y en la crítica erasmista. Contra los que prosiguen abrazados a Mío Cid o al sueño imperial de Carlos V, es contra los que embiste este libro que dice ser una invectiva contra las novelas de caballerías. La nación que alguna vez luchó contra gigantes y que alguna vez acometió empresas gigantescas, quiere ver ahora lo extraordinario en cualquier rebaño de carneros y de ovejas, porque sólo así puede vencer al nuevo Rey Búcar o a Francisco I.
Ningún otro literato del siglo XVII español fue tan claro respecto a la improductividad de ciertos sectores ciudadanos. Ninguno denunció, como Cervantes buscó astutamente la manera de poder hacer por boca de Sancho, el ausentismo latifundista, el que plantea de modo directo en el capítulo L de la Primera Parte del Quijote:
Yo he oído decir que hay hombres en el mundo que toman en arrendamiento los estados de los señores, y les dan un tanto cada año, y ellos tienen cuidado del gobierno, y el señor se está a pierna tendida, gozando de la renta que le dan, sin curarse de otra cosa…
Mirta Aguire nos dice también:
Con este libro y con sus inagotables personajes, se comete con frecuencia un error: el de la consideración estática y acuñada. Se estima que Don Quijote es tal cosa, y Sancho la otra. Se habla de pancismo y de quijotismo como hechuras inmóviles y formadas por una sola pieza.
El libro cervantino se basa en lo opuesto: en la incesante evolución de los tipos centrales de la obra. Caballero y escudero revelan un salto de personalidad entre la Primera y la Segunda; pero aun dentro de cada una de ellas son dinámicos y cambiantes.
No hay un Don Quijote y un Sancho. Hay dos procesos viales así llamados, que parten de polos contradictorios para entrecruzarse después de forma muy compleja.
Literatura y ser nacional:
¿Es por casualidad que, en la Segunda Parte, Don Quijote sigue la ruta Castilla-Aragón-Cataluña? ¿O quiso Cervantes salvar, en su porción más importante, el viejo abismo histórico-político debilitador de la península? Cervantes, que no incurre en regionalismos de ninguna índole, siente a España como un todo indisoluble, y logra que toda España sienta suyo al Caballero de la Triste Figura y a su escudero. Don Quijote de la Mancha vino a revelar que desde los Pirineos hasta Cádiz, por encima de matices locales, había un pueblo sujeto a los mismos avatares, a un común destino que clero y cetro determinaban para todos.
Este libro en el que a lo largo de varias centurias los españoles que sienten como propio y en el que se reconocen todos, es el primer punto de fusión espiritual para los españoles. Lo que leyes, instituciones e instrumentos coercitivos no habían podido lograr en más de
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