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Act de aprendizaje. Aristóteles


Enviado por   •  22 de Marzo de 2019  •  Tarea  •  1.681 Palabras (7 Páginas)  •  342 Visitas

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Actividad de Aprendizaje 2

Aristóteles asocia el origen de la palabra “ética” no sólo a êthos sino también a éthos “costumbre”, “hábito”, nombre a partir del cual habría sido formado el primero por una ligera modificación. En la actualidad se plantea el desafío de recuperar la racionalidad para la ética filosófica. Esta es la situación en la que se ha manifestado con particular vigor la actualidad de Aristóteles, porque ofrece un concepto distinto de racionalidad práctica, no geométrica ni intelectualista, diferenciado tanto de la teoría como de la técnica, atenta al lenguaje, a la experiencia histórica e individual, dialogante como la socrática y suficientemente amplia y flexible como para dar buena cuenta de la variedad y complejidad del fenómeno político y moral (Araos San Martín, 2003). A diferencia de la noción unitaria y homogénea de scientia como se la concibe en la modernidad, identificada con la theoría y determinada por un método único como fundamento de su universalidad y exactitud, Aristóteles reconoce una pluralidad de conocimientos que, en sentido amplio, pueden llamarse científicos, a cada uno de los cuales corresponde un método distinto que está enteramente determinado por la naturaleza de su objeto propio. La ética y la política constituyen el saber práctico, que es concebido como diferente e independiente tanto del saber teórico, propio de la filosofía primera o teología, la física y la matemática, como del saber productivo, que integran las distintas técnicas o artes. “Es propio del hombre instruido, dice Aristóteles, buscar la exactitud en cada materia en la medida en que la admite la naturaleza del asunto; evidentemente, tan absurdo sería aceptar que un matemático empleara la persuasión como exigir de un retórico demostraciones”. En efecto, exigir a la ética el mismo grado de universalidad y exactitud que se puede y debe exigir a una ciencia teórica, no sería realmente una muestra de rigor, sino de falta contra éste y contra la cosa, porque implicaría desconocer la especificidad de su objeto (Araos San Martín, 2003).

La ética estoica no impide una valoración del placer muy lejana a la del epicureísmo. De hecho, hallamos algunos testimonios estoicos de aceptación del placer como algo bueno, natural o simplemente preferible. Pero lo cierto es que la mayoría de las ideas y argumentos estoicos sobre el placer son negativos y de abierto rechazo. el estoicismo mantuvo con la doctrina epicúrea. una constante rivalidad, que encontró uno de sus temas principales en el rechazo de uno de los rasgos básicos del hedonismo del Jardín: la subordinación de la virtud al placer (MARTOS MONTIEL, 1998). Es cierto que la concepción de la filosofía como un camino hacia la felicidad, así como la estructura de sus enseñanzas, coinciden prácticamente en ambas escuelas; pero esto ocurre sin duda porque, al tener ambas la misma época histórica como marco de desarrollo, los problemas básicos fueron evidentemente los mismos, si bien las soluciones respectivas siguieron caminos divergentes.

Epicuro afirmaba, como sabemos, que una vida de placer es imposible sin la virtud y viceversa, pues ambas son por naturaleza inseparables. Por otro lado, ya hemos apuntado la semejanza de ambas escuelas en sus respectivas concepciones de la vida feliz, en las que la idea de un funcionamiento orgánico acorde con la naturaleza constituye un punto central (MARTOS MONTIEL, 1998). Se esperaría, por tanto, que la actitud estoica fuera al menos de aceptación del placer como algo natural.

El cristianismo no es una ética, pero la revolución religiosa que origina tiene, como gran efecto secundario una extraordinaria revolución ética. La ética cristiana supone, en efecto, mucho más que unos principios o reglas sobre la conducta humana. El cristiano debe saber que la ética que debe practicar consiste en imitar a una persona, a Jesucristo, que dio la vida por amor de los hombres. Ese Amor no tiene medida, es un amor desmedido hacia cada uno de los hombres. Pero ante la dificultad o más bien imposibilidad de lograrlo se alza la promesa del mismo Redentor que asegura que lo que es imposible a los hombres es posible para Dios. En otras palabras, que el cristiano ha de contar con la gracia, con el favor de Dios sin el cual no podemos hacer nada. La ética cristiana puede resumirse en el Sermón de la Montaña, lo cual hace ver que no se trata de una ética de mínimos sino de máximos.

La versión habitual de los hechos presenta “la modernidad” como un movimiento dialécticamente enfrentado con “la cristiandad”. Según esta versión habitual, la modernidad es esencialmente anticatólica, en todos sus aspectos. El nominalismo de Occam, durante el siglo XIV, sentaría las bases para la desconfianza en el conocimiento metafísico, cuya consecuencia inmediata sería un individualismo ontológico y social que rompe con el orden social medieval ( Zanotti , 1989). El mundo se olvida de Dios: de “teocéntrico” se vuelve “antropocéntrico”; de allí la preocupación por el hombre en sí mismo (humanismo), más una renovación de la confianza en sus solas fuerzas, lo que, ligado con el surgimiento de una ciencia desligada de la metafísica y de la autoridad de la teología, deriva en un cientificismo y en una exaltación

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