Apologia De Socrates
Enviado por danielacastro • 1 de Octubre de 2011 • 9.772 Palabras (40 Páginas) • 905 Visitas
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PLATÓN
APOLOGIA DE SÓCRATES
SÓCRATES
No sé, atenienses, la sensación que habéis experimentado
por las palabras de mis acusadores. Ciertamente,
bajo su efecto, incluso yo mismo he estado a
punto de no reconocerme; tan persuasivamente hablaban.
Sin embargo, por así decirlo, no han dicho nada
verdadero. De las muchas mentiras que han urdido, una
me causó especial extrañeza, aquella en la que de cían
que teníais que precaveros de ser engañados por mí
porque, dicen ellos, soy hábil para hablar. En efecto, no
sentir vergüenza de que inmediatamente les voy a
contradecir con la realidad cuando de ningún modo me
muestre hábil para hablar, eso me ha parecido en ellos lo
más falto de vergüenza, si no es que acaso éstos llaman
hábil para hablar al que dice la verdad. Pues, si es eso lo
que dicen, yo estaría de acuerdo en que soy orador, pero
no al modo de ellos. En efecto, como digo, éstos han
dicho poco o nada verdadero. En cambio, vosotros vais a
oír de mí toda la verdad; ciertamente, por Zeus,
atenienses, no oiréis bellas frases, como las de éstos,
adornadas cuidadosamente con expresiones y vocablos,
sino que vais a oír frases dichas al azar con las palabras
que me vengan a la boca; porque estoy seguro de que es
justo lo que digo, y ninguno de vosotros espere otra
cosa. Pues, por supuesto, tampoco sería adecuado, a esta
edad mía, presentarme ante vosotros como un
jovenzuelo que modela sus discursos. Además y muy
seriamente, atenienses, os suplico y pido que si me oís
hacer mi defensa con las mismas expresiones que
acostumbro a usar, bien en el ágora, encima de las mesas
de los cambistas, donde muchos de vosotros me habéis
oído, bien en otras partes, que no os cause extrañeza, ni
protestéis por ello. En efecto, la situación es ésta. Ahora,
por primera vez, comparezco ante un tribunal a mis
setenta años. Simplemente, soy ajeno al modo de
expresarse aquí. Del mismo modo que si, en realidad,
fuera extranjero me consentiríais, por supuesto, que
hablara con el acento y manera en los que me hubiera
educado, también ahora os pido como algo justo, según
me parece a mí, que me permitáis mi manera de
expresarme -quizá podría ser peor, quizá mejor- y
consideréis y pongáis atención solamente a si digo cosas
justas o no. Éste es el deber del juez, el del orador, decir
la verdad.
Ciertamente, atenienses, es justo que yo me defienda,
en primer lugar, frente a las primeras acusaciones falsas
contra mí y a los primeros acusadores; después, frente a
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las últimas, y a los últimos. En efecto, desde antiguo y
durante ya muchos años, han surgido ante vosotros
muchos acusadores míos, sin decir verdad alguna, a
quienes temo yo más que a Ánito y los suyos, aun siendo
también éstos temibles. Pero lo son más, atenienses, los
que tomándoos a muchos de vosotros desde niños os
persuadían y me acusaban mentirosamente, diciendo que
hay un cierto Sócrates, sabio, que se ocupa de las cosas
celestes, que investiga todo lo que hay bajo la tierra y
que hace más fuerte el argumento más débil. Éstos,
atenienses, los que han extendido esta fama, son los
temibles acusadores míos, pues los oyentes consideran
que los que investigan eso no creen en los dioses. En
efecto, estos acusadores son muchos y me han acusado
durante ya muchos años, y además hablaban ante vosotros
en la edad en la que más podíais darles crédito, porque
algunos de vosotros erais niños o jévenes y porque
acusaban in absentia, sin defensor presente. Lo más
absurdo de todo es que ni siquiera es posible conocer y
decir sus nombres, si no es precisamente el de cierto
comediógrafo. Los que, sirviéndose de la envidia y la
tergiversación, trataban de persuadiros y los que,
convencidos ellos mismos, intentaban convencer a otros
son los que me producen la mayor dificultad. En efecto, ni
siquiera es posible hacer subir aquí y poner en evidencia a
ninguno de ellos, sino que es necesario que yo me
defienda sin medios, como si combatiera sombras, y que
argumente sin que nadie me responda. En efecto, admitid
también vosotros, como yo digo, que ha habido dos clases
de acusadores míos: unos, los que me han acusado
recientemente, otros, a los que ahora me refiero, que me
han acusado desde hace mucho, y creed que es preciso
que yo me defienda frente a éstos en primer lugar. Pues
también vosotros les habéis oído acusarme anteriormente
y mucho más que a estos últimos.
Dicho esto, hay que hacer ya la defensa, atenienses, e
intentar arrancar de vosotros, en tan poco tiempo, esa
mala opinión que vosotros habéis adquirido durante un
tiempo tan largo. Quisiera que esto resultara así, si es
mejor para vosotros y para mí, y conseguir algo con mi
defensa, pero pienso que es difícil y de ningún modo me
pasa inadvertida esta dificultad. Sin embargo, que vaya
esto por donde al dios le sea grato, debo obedecer a la ley
y hacer mi defensa.
Recojamos, pues, desde el comienzo cuál es la acusación
a partir de la que ha nacido esa opinión sobre mí, por
la que Meleto, dándole crédito también, ha presentado
esta acusación pública. Veamos, ¿con qué palabras me
calumniaban los tergiversadores? Como si, en efecto, se
tratara de acusadores legales, hay que dar lectura a su
acusación jurada. «Sócrates comete delito y se mete en
lo que no debe al investigar las cosas subterráneas y
celestes, al hacer más fuerte el argumento más débil y
al enseñar estas mismas cosas a otros». Es así, poco
más o menos. En efecto, también en la comedia de
Aristófanes veríais vosotros a cierto Sócrates que era
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Comment: Sócrates pretexta una razón
cronólogica para hablar, primeramente,
sobre los que han creado en la ciudad una
imagen en la que se apoyan sus
acusadores reales. Esta distinción entre
primeros acusadores, que legalmente no
existen,
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