Apología De La Inmoralidad De Paulina Rivero Weber
Enviado por hannahurih • 20 de Enero de 2013 • 4.587 Palabras (19 Páginas) • 1.201 Visitas
Apología de la inmoralidad
Dra. Paulina Rivero Weber
Agosto 2004
“...bueno es volverse a esos hombres que sólo retienen de los descubrimientos,
de los métodos y de los progresos técnicos,
aquello que pueden aplicar al alivio y a la salud de sus semejantes.”
Paul Valéry, Discurso a los cirujanos.
El presente trabajo pretende mostrar la distinción entre ética y moral para argumentar en pro de la primera. La diferencia entre un concepto y otro implica mucho más que un mero prurito académico por el uso específico del lenguaje. En la diferencia entre la moral y la ética se juega toda una concepción del bien y del mal y toda una forma tanto de habitar en el mundo y de valorar las capacidades más propiamente humanas, tales como el pensamiento crítico y la libertad.
Partamos de algo que compartimos todos: el lenguaje cotidiano. En nuestro uso del mismo solemos decir, de manera incorrecta, que cierta persona “no tiene ética", queriendo decir que es inmoral. Nos referimos igualmente a ciertos actos como "actos éticos" queriendo decir que son "moralmente buenos". Calificamos, en resumen, un acto o una persona indistintamente como "ético" o como "moral", o bien como "no ético" o "inmoral". Por si fuera poco, acostumbramos hablar de sociedades desmoralizadas, o de individuos que se sienten "con la moral alta" o "con la moral baja", en fin: usamos de manera tan laxa estos conceptos, que se ha generado una confusión en torno a todo lo que tiene que ver con la ética y la moral.
Quizá lo anterior sea válido para el lenguaje cotidiano, porque de acuerdo a cada contexto, nos entendemos unos a otros. El problema comienza cuando transportamos esa misma laxitud al lenguaje específicamente académico, ya sea éste científico o filosófico. Surgen entonces concepciones y hasta libros sobre moral, que ostentan abiertamente el título de “Ética”. Esto es muy grave; porque una cosa es pensar y enseñar a pensar, y otra muy diferente, es adoctrinar. Pero vayamos por partes.
En estas cuestiones –como en todas- es recomendable acudir a quienes saben del tema. Porque todos tenemos derecho a opinar, pero una cosa es una opinión, y otra es un conocimiento bien fundamentado1 . Los filósofos que han dedicado sus vidas a pensar y escribir sobre estas cuestiones, han llevado a cabo una diferenciación radical entre ética y moral. Quizá el problema para comprenderlos sea que sus reflexiones están inmersas en sistemas filosóficos muy complejos, que sólo quedan al alcance de los especialistas, y no del público en general. Y a ello debemos agregar que cada filósofo usa términos propios, y que las traducciones que por dos mil quinientos años se han hecho de ellos a nuestro idioma –casi siempre del griego, latín, alemán o francés- no suelen coincidir. Pero no hagamos de este problema algo más complicado de lo que ya es: tratemos de presentar este asunto tan complejo, de la manera más sencilla posible.
Para ayudarnos en nuestra búsqueda, lo mejor será acudir a la etimología de las palabras. Pero no para guiarnos por medio de una lengua "muerta", sino precisamente para buscar lo "vivo" de nuestras palabras en sus orígenes; lo que aún perdura de ellas en nuestro lenguaje y, por lo mismo, en nosotros. Las palabras nos hablan; desde Platón y Aristóteles hasta Heidegger, podemos ver que las palabras nos hablan de su significado original y sus transformaciones. Y el análisis de esa cadena de significados puede llevarnos a comprender los nuevos sentidos que las palabras han tenido a lo largo de su historia2 ; hemos de ver, pues, cómo el sentido de nuestros vocablos se ha transformado, y a qué obedece esa transformación.
Las palabras clave son "ética" y "moral", procedentes del griego la primera, y del latín la segunda. Comencemos por esta última, que ofrece menos complicaciones: moral significa costumbre; su uso en latín siempre indica las costumbres de una sociedad. La moral, pues, consiste en un conjunto de costumbres que han sido elevadas a nivel de normas, y que se proponen como el marco regulativo para una sociedad. En ese sentido una moral pide “seguidores”, requiere individuos que la sigan sin cuestionarla, y tiene, por lo mismo, un cierto carácter gregario. De hecho no existe una cosa así como “la” moral; existen diferentes morales, pues ésta varía a través del tiempo y del espacio. Por ejemplo: en la Grecia clásica, un hombre maduro que sólo tuviera esposa, levantaba sospechas: “Algo tendrá, ya que no tiene también un hombre amante... ¡Qué cosa más rara!” dirían los griegos de entonces. Hoy en día no pensamos así. De hecho en el tema de la homosexualidad nos ubicamos en el extremo más opuesto a Grecia3, nuestra sociedad padece una homofobia radical, y lo que hace 2500 años era “bueno”, ahora es “malo”.
Tenemos pues que las morales son las costumbres, y como tales, cambian. A lo largo de la historia existen tanto teorías morales como prácticas morales, de manera que la diferencia entre ética y moral no es la misma que existe entre teoría y práctica4. La teoría moral se caracteriza por la pretensión de justificar una serie de dogmas que, como tales, son considerados como incuestionables. De ahí que la moral parta de ciertos presupuestos que no está dispuesta a cuestionar, y en ese sentido toda teoría moral posee respuestas antes de formular sus preguntas5. Por su parte, en la práctica moral puede verse la relación del individuo con una moral y juzgarla como moralmente buena o moralmente mala. Esto es: “moral” no es sinónimo de “bueno”, sino que denota que una acción puede ser juzgada como moralmente buena o moralmente mala, de acuerdo a la moral vigente.
¿Por qué surge la moral? Nietzsche ha insistido en que la moral surge como una imposición de un cierto grupo social frente a otro. Un grupo, al tener una posición de mayor fuerza, impone sus valores y su forma de concebir la vida a los demás. De esta manera, el que nace no decide qué valores va a tener: los encuentra de hecho en su sociedad, y si quiere integrarse a ella, debe simplemente seguirlos.
Por lo anterior, el individuo moral pierde de vista que la capacidad de crear valores es una prerrogativa humana, y con ello reduce y deprime su propia capacidad para autorregularse. Se entrega sin cuestionamiento a normas impuestas como absolutas por una sociedad, una religión o una institución, y es calificado como un individuo "moralmente bueno" por su sociedad. Así, el "buen hombre" que sigue las normas establecidas sin cuestionarlas, o la beata que no olvida uno sólo de los mandamientos impuestos por la religión, son personas
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