Apología De Sócrates
Enviado por Iridian_cast • 5 de Junio de 2014 • 402 Palabras (2 Páginas) • 222 Visitas
Sócrates, el introductor de la conciencia moral, decía recibir “indicaciones” de “algo divino y demoníaco” referidas a lo que tenía que dejar de hacer. Encontramos aquí una advertencia negativa de tipo sobrenatural unida al consentimiento personal, en todo caso hay reconocimiento de una ambigüedad, y por eso ni la conjunción platónica en la Apología (“divino y demoníaco”) ni la asimilación de dioses y
demonios por parte de Jenofonte en el arranque de sus Recuerdos debe confundirnos a la hora de ver la novedad de este demonio o demon socrático que se sitúa a medio camino del mandato celeste y del consentimiento propio, entre el cielo y la tierra, entre la razón y la emoción. Al admitir el concurso de una imposición ante su voluntad que le sugiere consentimiento, lo demónico parece tener la función de indicar furtivamente una oposición puntual a algo que se podría hacer pero que no debe hacerse (por ejemplo, no se opone a que se encamine al Tribunal para escuchar su sentencia de muerte, tal vez porque la muerte no sea algo malo, concluye convencido Sócrates). En otros momentos, Sócrates se refiere a su demon como una fuente de perplejidad y llamada a la actividad del diálogo y la reflexión. En efecto, se advierte en la Apología que la ocupación o “trabajo” socrático, el examen filosófico, le ha sido encomendado mediante oráculos, sueños “y todos los demás medios con los que alguna vez alguien, de condición divina, ordenó a un hombre hacer algo”. Hay bastantes referencias por parte de sus discípulos a esos raptos de meditación, intervenciones demoníacas, en que al parecer se sumía Sócrates, siendo por lo demás un hombre metódico y ponderado. Así pues, “lo demónico” en Sócrates puede considerarse una invitación a la práctica de la filosofía, como afirma el bello opúsculo de Apuleyo sobre este tema: “El culto de su demon particular, culto que no es otra cosa que la sagrada dedicación a la filosofía”. Aristóteles, nuestro último acompañante en este recorrido por los demonios griegos, dirá por su parte que suerte y felicidad no pueden mantener una relación de causa y efecto. El sentido de la eudaimonía aristotélica no responde completamente ni a la “buena suerte” ni a la literal “inspiración de algún ser demoníaco” o simple “participación de un elemento divino” en nuestra naturaleza, sino que ha de conjugar tales condiciones con lo propio del ser humano, su razón y su voluntad.
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