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Bellas Artes


Enviado por   •  16 de Marzo de 2015  •  18.193 Palabras (73 Páginas)  •  241 Visitas

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Las bellas artes reducidas a un mismo principio

L ́abbé Charles Batteux

Traducción de Carlos David García Mancilla

Introducción.

El concepto de Bellas Artes, como se sabe, tiene un origen relativamente reciente. El arte, en todas sus acepciones, es quizás tan antiguo como el hombre. Empero, las Bellas Artes son, quizás, tan viejas como el genio o la idea de la genialidad. En la época de la Ilustración, y a raíz de lo anterior, el mundo vio nacer una inacabable biblioteca de tratados de pintura o de poesía, reglas para hacer arte o para juzgarlo con cierta ciencia, como sucede en la clásica Poética de Boileau Despréaux. La recuperación y reconsideración de la basta producción griega y latina ponen en conflicto a los antiguos con los modernos; igualmente, los diversos estilos de obras existentes en países y regiones diversas atizan la aparente inconsistencia de las artes consigo mismas. El arte, en fin, deviene un problema vivo como en casi ninguna otra época; y la filosofía, siempre dispuesta a regular, explicar, descalificar o aprender del arte, habla también con abundancia.

La presente obra es uno de los primeros intentos por lograr un sistema de estas Bellas Artes y acoplarlas con una idea directriz: el principio de imitación. Tal principio, por supuesto, ha fungido constantemente como paradigma para entender y juzgar a las producciones artísticas desde antaño. Sin embargo, se carecía de una explicación detallada y filosófica de la imitación pensada exclusivamente en relación con el arte, con todas las artes. Batteux retoma, primeramente, las consideraciones platónicas y aristotélicas en lo que a la imitación se refiere. Pero, por supuesto, va más allá. En efecto, se imita la idea y no el objeto mismo, lo bello que debería ser y no lo que es. Sin embargo, algo faltaría si sólo se mostrara la perfección; sería más ciencia que arte. Éste sólo aparece como espejo de la humanidad; es necesaria la intervención de la libertad y de las pasiones humanas para que el arte suceda. Esta obra, sin embargo, ha caído medianamente en el olvido -incluso en la patria que la vio nacer- a pesar de que, en el siglo XVIII y XIX, era una de las lecturas básicas de todo aquel que se interesara o reflexionara sobre las artes. Muchos de los idealistas a partir de Kant le citan o, al menos, dan muestras de haber considerado sus ideas al reflexionar acerca del arte. Así, se tratará en esta edición de solventar, aunque sea un poco, este erróneo olvido.

Esta traducción, huelga decirlo, es aún parcial. La obra ofrece una cantidad inmensa de ejemplos que, por la dificultad de encontrarles y traducirles, igualmente, de los originales – a veces en más de cinco idiomas-, se ha prescindido de muchos de ellos.

Berlín, octubre de 2010.

Prefacio

Nos quejamos siempre de la multiplicidad de reglas; molestan al autor que quiere crear y al espectador que quiere juzgar. Las reglas se multiplican por las observaciones hechas a las obras. Se deben simplificar llevado las observaciones a principios comunes. Imitemos a los verdaderos físicos, que acumulando experiencias forman un sistema que funda un principio. Tenemos riqueza en las observaciones, pero ese rico fondo nos molesta más que servirnos. Leemos, estudiamos, queremos saber. Todo se pierde porque hay un número infinito de partes que, no estando ligadas entre ellas, son una masa informe en lugar de ser un cuerpo regular. Todas las reglas son ramas que salen de una misma raíz. Si nos remontamos a su fuente, encontraremos un principio suficientemente simple pare ser asido y extenso para absorber todas las pequeñas reglas de detalle que basta conocerlas con sentimiento y donde la teoría no hace sino molestar al espíritu sin aclarar. Este principio fiará de una vez a los verdaderos genios y los liberará de mil escrúpulos vanos para someterlos a un mismo principio que, una vez comprendido, será la base y explicación de todos los otros. Y para comenzar con una idea clara y distinta, me pregunté ¿qué es la poesía y en qué difiere de la prosa? Es muy fácil sentir esa diferencia, pero no es suficiente sentir, quería una definición exacta. Reconozco que al juzgar a los autores fue una especie de instinto la que me guió más que la razón: sentía los riesgos que corría, y los errores en los que podía caer, falta por haber reunido las luces del espíritu con el sentimiento. Me hacía tantos reproches que imaginaba que aquellas luces y principios debían estar en todas las obras en donde se habla de lo poético; y que era por distracción que no los había remarcado. Consulté de nuevo las reflexiones y disertaciones de los escritores célebres, pero en todos lados se encuentran ideas que parecen respuestas de oráculos. Se habla de fuego divino, entusiasmos, transportes, delirios felices. Todas grandes palabras que asombran al oído y no dicen nada al espíritu. Después de tantas búsquedas inútiles, y para no osar entrar sólo en una materia que, vista rápido, parecía ser tan oscura, consulté a Aristóteles. Ninguno de los maestros le había considerado y sus comentadores no me daban sino indicios oscuros de ideas. Desesperado por no encontrar en lugar alguno respuesta a la pregunta que me había propuesto y que me pareció al principio tan fácil de responder. Es por ello que el principio de la imitación que el filósofo griego estableció para las bellas artes me impactó. Encontré la justeza con que se aplicaba a la poesía y a la pintura. Intenté aplicarlo en la música y en el arte del gesto y me sorprendió la justeza con la que les convenía. Eso es lo que produjo esta pequeña obra dividida en tres partes. En la primera se examina cuál puede ser la naturaleza de las artes, las partes y diferencias esenciales. Mostramos que por la cualidad misma del espíritu humano, la imitación de la naturaleza debe ser su objeto común y no difieren sino por el medio que emplean para ejecutar esa imitación. Después de establecer la naturaleza de las artes por el genio del hombre que las produce, era natural pensar en las pruebas que podemos corresponder al sentimiento; el gusto es el juez nato de las bellas artes y que la razón misma no establece estas reglas sino por relación a él y por complacerle. Si se encuentra que el gusto tiene acuerdo con el genio y confluyen a prescribir las mismas reglas para todas las artes era un nuevo nivel de certeza y evidencia ajustado a las primeras pruebas. La segunda parte se prueba que el buen gusto en las artes se conforma perfectamente a las ideas establecidas en la primera, y que las reglas del gusto son consecuencias del principio de imitación. Estas dos partes contienen la prueba del razonamiento. La tercera parte es la teoría verificada por la práctica; la mayoría de las

reglas conocidas se relacionan con la imitación y forman una especie de cadena

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