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Enviado por pgarcia15 • 2 de Abril de 2014 • 3.381 Palabras (14 Páginas) • 249 Visitas
Agustín de Hipona (354-430 d.C.)
Contexto Histórico y Filosófico.
A partir del siglo III la sociedad romana entrará en una fase de crisis económica casi permanente, que llevará al empobrecimiento de la población. La ausencia de conquistas que provean de recursos económicos, el aumento de los gastos del Estado, debido a la burocratización y al aumento de las exigencias de las castas militares, las guerras civiles en relación con las luchas por el poder, que asolan los cultivos y reducen la producción, sumadas a la inseguridad de las calzadas, provocan un descenso del comercio interior y de la industria.
El ascenso del cristianismo a lo largo del siglo IV, primero con su despenalización y el reconocimiento de su actividad, por parte de Constantino I, y más tarde con su proclamación como religión única del Imperio, por parte de Teodosio I, irá modificando el panorama intelectual y filosófico del Bajo Imperio, tanto en la parte oriental como en la occidental. Así, pese a la pervivencia de las escuelas filosóficas tradicionales, el acoso al paganismo por parte de los cristianos y la destrucción de sus templos y símbolos culturales irá poniendo en primer plano un tipo de reflexiones centradas casi en exclusiva sobre problemas morales, doctrinales y teológicos propios de la religión cristiana, cambio del que el mismo San Agustín es un claro exponente: inicialmente seguidor de Epicuro, se hace maniqueo y luego se convierte al cristianismo, desde donde combate contra las "herejías" y la filosofía "pagana". No es de extrañar, pues, que la mayoría de los nombres que podamos asociar a la actividad filosófica de finales del siglo IV y siguientes, con pocas excepciones, como la del emperador Juliano, llamado “el apóstata”, nos remitan a padres de la iglesia posteriormente santificados: San Ambrosio, San Basilio el Grande, San Gregorio Nacianceno, San Juan Crisóstomo y San Jerónimo, entre los más destacados, seguidores, muchos de ellos, de las enseñanzas de Orígenes, que había sido uno de los más destacados representantes de la Escuela de Alejandría. Su actividad se encaminaba no sólo a polemizar con la sabiduría clásica, sino también a combatir las numerosas variantes del cristianismo (como el arrianismo, el nestorianismo, el donatismo, el monofisimo, el gnosticismo, entre las más destacadas, y que tras su derrota fueron clasificadas de herejías) estableciendo una dirección doctrinal que prevaleció posteriormente, con ligeras modificaciones de segundo orden, durante los siglos posteriores, llegando muchas de ellas hasta la actualidad.
La relación de los primeros pensadores cristianos con la filosofía fue compleja. Mientras unos mostraron su hostilidad hacia la filosofía, considerándola enemiga de la fe, otros vieron en la filosofía un arma para defender con la razón sus creencias religiosas. Las características de la filosofía griega, que los latinos no hacen sino seguir, no permitían espera una fácil síntesis entre ambas. El planteamiento griego del tema de Dios, por ejemplo, se limitaba a su interpretación como inteligencia ordenadora, como causa final, o como razón cósmica, tal como aparece en Anaxágoras, Aristóteles y los estoicos, respectivamente. Los cristianos, sin embargo, por Dios entenderán un ser providente, preocupado por los asuntos humanos; un ser encarnado, que adopta la apariencia humana con todas sus consecuencias; un ser creador, omnipotente, único, pero también paternal. Y resulta difícil, por no decir imposible, encontrar tal visión de Dios en ningún filósofo griego.
La filosofía de Agustín: La razón y la fe
No hay una distinción clara entre razón y fe en la obra de San Agustín, lo que marcará el discurrir de todo su pensamiento. Existe una sola verdad, la revelada por la religión, y la razón puede contribuir a conocerla mejor. "Cree para entender", nos dice, en una clara expresión de predominio de la fe; sin la creencia en los dogmas de la fe no podremos llegar a comprender la verdad, Dios y todo lo creado por Dios (la sabiduría de los antiguos no sería para él más que ignorancia); "entiende para creer", en clara alusión al papel subsidiario, pero necesario, de la razón como instrumento de aclaración de la fe: la fe puede y debe apoyarse en el discurso racional ya que, correctamente utilizado, no puede estar en desacuerdo con la fe, afianzando el valor de ésta. Esta vinculación profunda entre la razón y la fe será una característica de la filosofía cristiana posterior hasta la nueva interpretación de la relación entre ambas aportada por santo Tomás de Aquino, y supone una clara dependencia de la filosofía respecto a la teología. Por tanto, 1) en un principio, la razón ayuda al hombre a alcanzar la fe; 2) posteriormente, la fe orientará e iluminará a la razón; 3) la razón, a su vez, contribuirá ulteriormente al esclarecimiento de los contenidos de la fe.
El conocimiento
Aunque sin llegar a elaborar una teoría del conocimiento San Agustín se ocupará del problema del conocimiento, tratando de establecer las condiciones en las que se puede dar el conocimiento de la verdad, según el ideal cristiano de la búsqueda de Cristo y la sabiduría.
Ante el desarrollo del escepticismo defendido por la Academia nueva, con cuyas tesis había simpatizado anteriormente, San Agustín considerará fundamental la crítica del mismo. Niegan los escépticos la posibilidad de alcanzar certeza alguna. Ante ello San Agustín replica afirmando la necesaria certeza de la propia existencia: ¿puedo razonablemente dudar de mi existencia, aun suponiendo que todos mis juicios estuvieran siempre equivocados? No, dice San Agustín, ya que aun en el caso de que me engañarse no dejaría de existir (al menos el juicio "si fallor, sum" sería siempre verdadero, asegurando la certeza de mi existencia); pero la certeza es triple, ya que el hombre existe, vive y entiende.
En ese conocimiento cierto que tiene la mente de sí misma y por sí misma, en la experiencia interior, asentará San Agustín la validez del conocimiento (introspección o interiorización). Así, no puedo dudar de la certeza de los principios del entendimiento, como el principio de no contradicción; ni de la certeza de las verdades matemáticas. Tampoco puedo dudar de la certeza de la realidad exterior, en la que vivo. No obstante la mente, buscando la verdad en sí misma, se trascenderá a sí misma (autotranscendimiento) al encontrar en ella las ideas, verdades inmutables que no pueden proceder de la experiencia.
Distinguirá San Agustín varios tipos de conocimiento, asegurada su posibilidad: el conocimiento sensible y el conocimiento racional; el conocimiento racional, a su vez, podrá ser inferior y superior. El conocimiento sensible
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