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Cuales Son Los Nombres De Las Hormonas Masculina


Enviado por   •  15 de Septiembre de 2014  •  948 Palabras (4 Páginas)  •  266 Visitas

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Fernando Osorio fue un niño prodigio; marcado desde niño por el desamor de sus padres; criado en un colegio religioso; inteligente sin propósito; en constante búsqueda de un elevado ideal espiritual y de su objetivo en el mundo. El título de la novela sugiere, más que una expresión semántica, una acción. Daba la impresión de que mientras fuera creciendo, esa inteligencia suya se desarrollaría hasta cristalizar en la mente de un ciudadano modelo, que no podría sino contribuir al engrandecimiento de la España del nuevo siglo XX. Sin embargo, algo sucedió: una oscura revelación que tenía que ver con algún acontecimiento familiar, pues aquella inteligencia se va precipitando en el desconcierto y en una obsesión un tanto morbosa por experiencias y objetos ligados a la muerte. Aparece entonces una indefinible desilusión y con ella, también, el vano intento por integrarse a la categoría social a la que pertenece, aunque esa pertenencia se deba más al linaje que al convencimiento. Con aquella desilusión a cuestas, aunada a un constante cuestionamiento espiritual, Fernando no tardará en ser presa de extrañas pesadillas (potenciadas por la relación incestuosa que mantendrá durante algunos días con su tía Laura, hasta llegar al deseo blasfemo de poseerla dentro de la propia iglesia), las cuales serán el detonante para escapar de su anterior vida hacia un viaje de purificación. Esta búsqueda es simbolizada en el peregrinaje de Ossorio por varios pueblos y sus iglesias. Es la representación de la primera de las vías místicas: la purificativa. Y es justo allí donde me interesa detenerme un poco, porque, a mi juicio, ese viaje que Fernando emprende con un objetivo, de alguna manera catártico, desde Madrid hasta Levante, durante el cual intenta superar sus desequilibrios anímicos y su indolencia, orientarse hacia la voluntad y la acción (con tintes que recuerdan bastante las ideas de Schopenhauer) y recuperar el perdido contacto con la naturaleza; ese viaje, pues, es también una alegoría en la que desfilan los símbolos que retratan la sociedad española de principios del siglo XX. Tales como la pobreza, la injusticia, la estupidez del poder (que suele caminar muchas veces de la mano de la impunidad), el descontento popular y los vicios del catolicismo, encarnados en los escritos de Ignacio de Loyola, a los cuales, después de leerlos, Fernando adjudica mucha de la pastosa anacronía de su país. Ahora bien, entre las vicisitudes de su recorrido, aparecerán personajes que dejarán diversas semillas de conocimiento en el alma de Fernando. Es el caso del alemán Max Shultz, quien le hablará de Nietzsche, aunque con una extraña interpretación personal, porque, a pesar de todo, Shultz se confesará un creyente de Dios. Además, será el acompañante de Fernando en la ascensión, tanto física como simbólica, de una montaña, en donde se mostrará como uno de los primeros aliados del protagonista. O aquel otro, el “Rey

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