Descartes (1596-1650)
Enviado por 123Pepa • 11 de Marzo de 2023 • Ensayo • 24.076 Palabras (97 Páginas) • 54 Visitas
Apuntes. Introducción a la Filosofía. Ekai Txapartegi. Por favor no circular.
DESCARTES
(1596-1650)
Conocer es posible
[pic 1]Una traición inesperada, una profunda crisis personal o, simplemente, una sociedad que no es capaz de ponerse de acuerdo en qué es real, puede conducirnos a la confusión, a no saber a qué aferrarnos: ¿es posible tener algún conocimiento cierto acerca de algo? ¿Acerca del mundo? ¿Acerca de los demás? ¿Acerca de uno mismo? En esas situaciones es habitual llegar a la conclusión escéptica: no hay nada que podamos conocer, porque no podemos tener certeza sobre nada. Entonces, concluimos que nada es como parece, que nadie sabe nada y que solo tenemos opiniones que mañana cambiaremos.
Y si, además, ese escepticismo radical nos empuja a la paranoia, no solo dudamos de nuestras creencias, dudamos de la bondad del universo. ¿Y si todo esto es un burdo engaño? ¿Cómo sé que no estoy siendo víctima de una farsa cósmica? Luego volvemos a pensar que la paranoia es una forma de locura. ¿Quién en su sano juicio niega que el mundo se pueda conocer? Y es precisamente esa ida y venida, ese vaivén de la necesidad de certezas al escepticismo y del escepticismo a las certezas básicas, la que completa Descartes en sus escritos filosóficos.
Tanto en su Discurso como en sus Meditaciones, sus textos propiamente filosóficos más importantes, el argumento central trata de demostrar la posibilidad del conocimiento. En ambos textos, despliega majestuosamente el argumento de la paranoia escéptica, la hipótesis del genio maligno, para concluir que efectivamente es posible conocer el mundo, siempre y cuando utilicemos la razón de manera apropiada.
[pic 2]El genio maligno. ¿Atrapados en Matrix?
Descartes es popularmente conocido como el filósofo de la duda, el filósofo que dudó de absolutamente todo y que vinculó para siempre la filosofía con el sano ejercicio de cuestionarlo todo. Tienen sentido. En sus textos repite una y otra vez que quizá vivimos engañados incluso sobre nuestras creencias más arraigadas. En parte gracias a Descartes la era moderna ha entendido que es un sano ejercicio intelectual no asumir nada como verdadero por más de sentido común que nos parezca, hasta que nos presenten su justificación.
Como si fuera un juego filosófico, Descartes nos pidió que dudáramos de todo. Presentó la radical hipótesis del genio maligno, un ser poderoso capaz de manipular directamente nuestro cerebro para generarnos la ilusión de que vivimos en el mundo que, en realidad, no existe. Es la duda hiperbólica, el escepticismo máximo. “¿Tú dudas de que vivimos una pandemia? Subo la apuesta y te pido que dudes de que vivimos en este mundo”. Si podemos dudar de la epidemia, del cambio climático o de la identidad de “M. Rajoy”, ¿por qué no podemos dudar de la realidad del mundo? Frente a los que afirman que quizá estemos equivocados en algo, ¿y si estamos equivocados en TODO? Esa es la hipótesis del engaño perfecto, la hipótesis de la conspiración total. Pero es solo una hipótesis filosófica, es ciencia ficción, un juego intelectual, para tratar de demostrar que, precisamente, el conocimiento es posible.
En general, la filosofía tiende a sospechar de cualquier creencia, por muy arraigada que esta sea. Y pareciera que Descartes es el más escéptico de los filósofos, pero la verdad es que Descartes no vivió instalado en la duda. Al revés, combatió el escepticismo con todas sus fuerzas. Es más, diseñó un método de razonamiento científico con la que prometía superar el perpetuo estado de duda y alcanzar así algunas certezas necesarias para poder vivir y progresar en la vida y en sociedad.
Realismo científico
Descartes estaba convencido de que el conocimiento es posible. No tenía dudas al respecto. Era realista. Pensaba que el mundo se podía conocer objetivamente. Era también muy optimista. Tenía bastante prisa por conocer el mundo, porque ese era su proyecto más importante en vida, tratar de explicar a sus contemporáneos cómo funciona el mundo en realidad. ‘En realidad’, es decir, no como aparece descrito en los textos de Aristóteles o en la Biblia, de cuyas fallas empíricas eran todos cada vez más conscientes. Quería mostrar cómo funciona el mundo de verdad, quería describir el mundo científicamente.
Por eso, con ese programa ‘científico’ como telón de fondo, se entiende que la principal aportación filosófica de Descartes sea precisamente su tesis de realismo científico: el ser humano puede conocer el mundo objetivamente. El quería demostrar más allá de cualquier duda, que el conocimiento es posible o, más concretamente, el conocimiento científico del mundo es posible.
La centralidad de la certeza: si no es cierto, no es conocimiento
[pic 3]De hecho, y paradójicamente, el principal legado epistemológico de Descartes a la filosofía moderna no fue la duda metódica o el escepticismo radical, sino el estándar de la certeza: si no es cierto, no es conocimiento, sentenció.
De una manera que perdurará hasta el siglo XX, Descartes vinculó el conocimiento con la certeza matemática y la preferencia por el método deductivo frente al sentido común y la inducción. Ese miedo al error, así como su obsesión por no conformarse con nada que no ofrezca la certeza matemática, han condicionado el desarrollo de gran parte de la epistemología moderna.
Así, podemos afirmar que toda filosofía que exija la certeza al conocimiento o que prefiera el método deductivo para alcanzar el conocimiento es heredera de la tradición cartesiana.
Absolutamente cierto: “Pienso, luego existo”
Dudando de absolutamente todo (la hipótesis del genio maligno), Descartes alcanzó la primera verdad, la más especial, la certeza sobre su propia existencia. Pienso luego existo, dijo. Así, tranquilamente recostado en el respaldo de un viejo sofá, atrapó con su pensamiento quizá la única verdad absolutamente cierta e indudable: que esa cosa que ahora está dudando (pensando), debe existir.
A partir de ahí, del “pienso luego existo”, llegó a la siguiente conclusión: existe una sustancia pensante, una sustancia que alberga ideas, y esa sustancia soy yo. Yo existo, al menos como sustancia pensante.
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